Un nuevo día se levantaba con la mayoría de los
habitantes de Malegría despertaban
con renovadas energías, al menos los que tenían la fortuna de ver otro amanecer
en ese lugar apartado de todo. La perfecta amalgama del paraíso y el infierno,
traído de la mano de sus siempre incansables hombres. Esas creaciones tan
volátiles e imperfectas.
La tripulación del capitán Dedos de oro contaba con esa suerte. No solo la flota común, sino
también aquellos compañeros que formaban parte de otro grupo. Estuvieron
atrancados y enclaustrados cinco días en total, más de lo acordado. Por esa
razón, en una muestra de astucia, Dedos le
dio la tarea a la mujer de ébano de ir al barco dar aviso de que se
encontrarían días después, aunado a eso se le agrego un puñado de monedas para
que los tripulantes se mantuvieran entretenidos y no se quejaran, cortesía del
bolsillo de Shamrock con la ayuda de
los bienes incautados a Desire.
—Botin de guerra —dijo con una sonrisa el mago
cuando la adivina le proporciono hasta la última de las pertenencias de valor
de la mujer.
—Toma esas cosas y ve a venderlas con Horace —indico
Dedos. Pese a un gran primer día, lo
cierto es que su salud se deterioro y aunque no quiso regresar a la cama,
argumentando que se sentía inútil y que terminaría con todo el ron, trataba la
mayoría de situaciones sentado en un rincón del pub—. El viejo sabrá donde
pueden darnos más y regatear los mejores y más jugosos precios.
—Que halagador que me equipares al nivel de un
usurero —dijo el dueño del sitio mientras tomaba un pañuelo y se lo anudaba a
la fuerza en la cabeza al mago— ¡Deja de quejarte chico! Necesito taparte ese
pelo para que no llames la atención más de la cuenta.
—Siempre es un problema su cabello —dijo la mujer
de ébano, con el timbre de voz carente de emoción tan característico.
—No quiero cubrir mi cabello —de un manotazo hizo
a un lado al hombre—. Es la prueba de que mi amor por Ánima es tan intenso como la
flama a la que me he encomendado —al decirlo se paro firme, inflo el pecho
orgulloso y miro a los ojos a la mujer por la que profesaba tan apasionado
afecto—. Si alguien se atreve a prestarme más atención de la necesaria y tienta
a la suerte le hare pagar —con una espada invisible hizo el movimiento de una
estocada.
—Estas herido stolto
—el tahúr le dio una palmada en el área que aun trataba de sanar. Desde luego
que el joven se doblo, pero respondió con un contragolpe en la zona herida del
apostador— ¡Mierda! —grito el pirata al tiempo que se llevaba ambas manos a su
recién herida para frotarse en un vano intento de mitigar el dolor.
—Has mejorado mucho en tus habilidades —intervino
Flogging, como si esa escena jamás hubiese pasado—, pero, debes tomar en cuenta
que debe haber gente buscando a Desire,
aunado a las ratas y alimañas ya de por si presentes aquí —con sumo cuidado se
levanto de su silla y planto firmes ambas manos en la mesa—. Este no es el
momento de tener exceso de audacia y si quieres medir tus habilidades allí esta
Shamrock que te ha enseñado lo que
sabes o incluso yo, cuando este en condición de darte batalla —al decir eso, el
joven mago se sonrojo por el halago ¡Cuando este en condición una leyenda como Dedos de oro! Seguro el podría
despacharlo de una estocada y aun así le hablaba como un igual—, o incluso al
calor de la batalla. Ese momento no es ahora y necesitamos que todo este en las
mejores condiciones posibles, incluyéndonos.
—Lo entiendo —el muchacho extendió la mano y en
ese instante el pañuelo fue puesto en su mano—. Ya verás que todo estará en
orden —dijo con uno tono de voz incluso solemne.
—Gracias por entender y ser sensato —al finalizar
sus palabras, de nueva cuenta y con exageradas precauciones, tomo asiento.
Sin decir una sola palabra más, el hechicero y el
tabernero salieron del pub, cerrando tras de sí las puertas.
En esas situaciones en que Horace dejaba su
local, la tripulación de Flogging se
encargaba de atender a la clientela. Para evitar problemas, la mujer solía
mantenerse tras el resguardo de la barra, más por el bien de Flogging y algunos
comensales que por el propio. Ya que su segunda noche de estadía en el lugar,
un hombretón intento sobrepasarse y fue vapuleado por su capitán, aun a costa
de reabrir sus heridas y haber postergado su estancia “No me arrepiento de nada” dijo el filibustero antes de caer
inconsciente. Shamrock y Stregone se encargaban de todo lo
relacionado a la real atención a los clientes, incluyendo aguantar bromas o
historias de faldas hasta sacar ebrios a punta de acero. Mientras ellos
trabajaban, Desire hacía compañía a
su nuevo capitán. En un principio el tahúr tuvo sus dudas sobre esas
“entrevistas”. La adivina a su vez, pese a que a cada minuto recobraba su
“viejo ser”, en cualquier oportunidad miraba con odio a la mujer. Pese a todo, e incluso a la fuerza, se creó
una especie de buena relación entre la mujer y el capitán. Era común que en las
noches el navegante riera a carcajadas incluso derramando su cerveza y la mujer
del deseo riera de una manera elegante pero evidente. Incluso la última noche, Shamrock se percato de que el
filibustero practicaba el lenguaje de la mujer, siendo no solo dirigido, sino
corregido y aleccionado totalmente por ella.
—Es un hombre como pocos he conocido Trefle— le confesó un día la mujer,
cuando la llevaba a su habitación. Por petición del tahúr, se le habían quitado
las ataduras, ahora, simplemente por la noche la encerraba en su habitación y
la custodiaban los 4 en turnos nocturnos. Eso último la mujer, no lo supo sino
mucho después, aun así, jamás intento escapar de allí—. J’aime.
—¿Te agrada? —pregunto confundido el apostador.
—Oui —la
mujer se sentó en la cama y le señalo la silla al hombre. Obediente tomo
asiento y la miro atentamente—. Es diferente a la mayoría de hombres de mar que
he conocido, está entre un grupo reducido de hombres diferentes.
—Bueno si es un hombre valiente, más bien loco y
con unas aptitudes para la pelea que pocos muestran, además de sus habilidades
y…
—Trefle —dijo
condescendiente y mirándolo a los ojos—. Sé que sabes a que me refiero. Hablo
de él, no de su fama ni de su bureau.
—Su oficio es el mismo que el mío y el de muchos
otros Desire —soltó, esta vez
conocedor de que no podía evitar llegar al “punto”.
—Sabes que me refiero a él —al hablar, puso
énfasis en la última palabra—. Al menos hasta ahora la cara que he visto de él
es la de un hombre firme y capaz. Además de que se comporta como alguien con
modales, no como nosotros —dijo la mujer y le guiño un ojo—, eso es solo entre
tú y yo mon amour —Donovan no pudo evitar que su mirara lo delatara, pero,
no la interrumpió—. Par example no me
ha cuestionado sobre mi pasado, sobre quien soy, es más —hizo una pausa
mientras echaba tras sus hombros de manera sensual su negro pelo y miraba como
tigresa al hombre—, no me ha preguntado siquiera algo sobre ti o lo que nos une
—finalizo sonriendo y echando atrás cuello y hombros. El sonido de sus huesos
saco al hombre de su estupefacción. Ya fuera por la escena que presencio o las
palabras de las que ella le hizo partícipe.
—Bueno yo supuse que así sería —dijo con toda
seguridad.
—Ese es el punto Trefle —la mujer recobro su postura recta y altiva y lo miro
sonriendo de nuevo, esta vez de una manera indulgente—. Lo suponías, más no
tenias la certeza ¿Sabes de que solemos hablar? —La mujer hizo la pausa
adecuada, aunque sabía de antemano que no habría respuesta alguna—. Me cuenta
historias de sus viajes, nada serio, solo pequeños eventos divertidos o tontos.
A veces me pregunta sobre mis gustos, cosas simples otra vez, la comida, la
bebida, si me gusta más el sol o la luna. Una ocasión me pregunto mis
habilidades… para navegar —dijo abriendo grandes los ojos, por lo irreal que le
parecía todo—. Si es que no me mareaba,
si me gustaba el mar, si le temía o respetaba —se deslizo como una pluma por el
espacio que existente con la silla. Grácil, se puso delante del tahúr y con
delicadeza postro una de sus manos en la pierna derecha de él. Por costumbre,
él la miro a los ojos, al rostro en sí, pero con especial interés en su
rostro—. Donovan —pronuncio suavemente la mujer, como si le fuera a revelar un
alto secreto—, me hace sentir más como su invitada que su prisionera… es
estúpido —finalizo más confundida que acusadora.
—Tiene cualidades de las que carecen muchos
hombres —dijo firme y seco, aunque su pierna temblara y le traicionara
vilmente—. Tendrás la oportunidad de verificarlo en estos días de navegación…
—Ya lo he hecho en estos días —comprensiva, la
mujer dejo de presionarlo. Sabedora del efecto que podía ejercer en él,
simplemente aparto su mano y se alejo un poco, dejando otra vez espacio para
pensar y respirar. Para ambos. —. He corroborado mis sospechas desde cette bataille. Cuando dijo que “conocía
la lealtad”, empecé a pensar de una manera distinta de este chien al que contrataste…
—No diría que es un perro —para sorpresa de los
dos, Donovan lo dijo con molestia, como si hubiesen ofendido a alguien cercano
a él.
—Au contraire
Trefle. Es un hombre de cuidado —la mujer miro al hombre y pronuncio
despacio las palabras—. Te has hecho de un gran aliado, y es mejor así.
—Todas las mujeres están locas y creen que pueden
leer a través de nosotros —deshecho sus palabras y se puso de pie—. Lo sé, es
un hombre no de cuidad Desire, es un
hombre que se gano mi confianza —dijo con tal honestidad, que los dos se
sorprendieron, nuevamente.
—Je sais —dijo
sonriendo nuevamente la mujer, esta vez, de una manera cálida—. Una noche,
trate de contarle lo que se de ti —decía las palabras con un aire cuidadoso.
Ambos sabían que ahora tentaba a la suerte al hablar—, en un intento de,
tentarlo. Cambio el tema de una manera elegante y burda al mismo tiempo —no
pudo evitar reír por lo bajo, solo de recordarlo se sentía asombrada y
divertida—. Hablo de otra cosa, una tontería, pero no quiso que tocara el tema,
no tuvo que decirlo para que lo supiera —la mujer se quito el calzado y
acaricio sus pies, no de una manera provocativa, sino en una especie de masaje
reconfortante—. Si lo que dice esa adivina es verdad, me agrada que él pudiera
ver a través de nosotros y no me matara cuando pudo —ese último comentario, lo dijo reconfortada pero
con un trino de temor tras sus palabras.
—Es un hombre misterioso —fue lo único que atino
a decir el tahúr. Se acerco a ella y le dio un beso en la frente, ya lo había
hecho antes, pero aun así, no dejaba de acelerarse su corazón al hacerlo. Se
dirigió a la puerta, con llave en mano y mirando a la mujer. Antes de cerrar, con
la puerta entreabierta dijo—. Pienso que es un buen compañero y le respeto —sin
esperar respuesta cerró la puerta y le echo llave. Se quedo parado unos
segundos, con la frente recargada en la puerta, hasta que una risa que trataba
de acallarse le hizo darse la vuelta… para encontrarse de frente a Stregone.
—Vaya amici,
te has vuelto muy honesto en estos días —dijo burlesco el joven.
—¿Qué has oído? —pregunto molesto el tahúr y por
habito cerrando los puños.
—No mucho realmente —pese a que ambos estaban heridos,
y aun a sabiendas de que el apostador lo aventajaba, el hechicero no se
amedrento ante él—. Solo que respetas a Flogging. Y no me burlo de eso, de
hecho ni siquiera me estaba burlando —confesó—. Simplemente, me parece curioso
que ambos pensemos lo mismo de él, tomando en cuenta que somos tan diferentes
tú y yo. Eso es todo.
—Bueno… deberías irte a tu habitación, es de mal
gusto husmear así a los demás.
—Como sea amici
yo solo traía un vaso de agua que mi prenda amada me pidió, lo demás no fue
con mala intención, fue mera suerte —el mago sonrió a la vez que dejaba atrás
al tahúr—. Parece ser que tú dama más amada te traiciono esta vez —el tono
divertido de sus palabras incluso se le contagio al tahúr, pero por causas
diferentes.
—No sé trata de eso —la sonrisa de su rostro era
pequeña, pero alumbraba ese pasillo de pensión vieja—, el detalle es que la
suerte, no es mi dama más amada, debe ser eso.
Al mirar a donde se había topado con el mago,
noto que estaba una manta y un intento de almohada, que no era nada más que una
funda mal hecha con retazos de tela amontonados. Aun así era algo.
—Un vaso de agua, stolto faux —dijo sin borrar esa sonrisa. Tomo la manta y se cubrió
con ella. Se recargo en la pared, viendo al frente la puerta de la mujer de
nívea piel. Se resbalo lentamente por la madera hasta que toco el piso, tomo la
almohada mal hecha y la aprisiono entre su nuca y la pared. Dando comienzo a su
guardia.
Realmente todo se retraso por Flogging, el lo
sabía y después de batirse con el sujeto que falto al respeto a la mujer de
ébano, tomó una actitud más sensata y empezó a cuidar de sí mismo. No quería
retrasar a su compañero, tampoco entraba en sus planes dar tiempo de que se les
fuera la lengua a sus marineros, incluso ya imaginaba que serían emboscados en
el puerto, ya que su nave, aunque no tenía izada su bandera, no pasaba
desapercibida. Un ejemplar tan imponente y magnifico como la Vendetta no podía pasarse
por alto, incluso el más tonto no se salvaba de su encanto y de su belleza.
Cinco días atrancados en Malegría era más que suficiente. Ya estaban listas las provisiones,
lo sabía porque Ánima se encargo de
eso, con la ayuda de Horace. El barco
estaba en óptimas condiciones para emprender el viaje, todo gracias a las
escapadas de madrugada que le había encomendado a Stregone y a Shamrock. Finalmente, ya casi estaban
recuperados, si bien no se atrevería a meterse a otro zafarrancho de locura, ya
estaba en condiciones para hacerle frente a un grupo de barbajanes. Dilatar más
la partida, sin importar las razones, solo les llevaría a una catástrofe.
Él tenía siempre la última guardia, le gustaba
ser el primero en ver a Desire. No
obraba así por ninguna razón en particular. Normalmente se dividían empezando
por Shamrock, Ánima, Stregone, y el
remataba la vigía de la dama del deseo. Hoy, agradecía que fuera así, porque
tenía en mente una pregunta para esa mujer.
Se levanto del piso, con cuidado pero sin tantas
precauciones como antes. Con calma se aliso la gabardina roja raída. Acomodo la
botonadura para verse presentable. Se acomodo cuello, puños y mangas de la
camisa. Y sacudió ligeramente sus pantalones. Se acerco a la puerta y le dio
unos golpes con el puño. La mujer le permitió el paso, así que tomo la llave,
abrió la cerradura y entro al cuarto.
—Bonjour,
capitaine —dijo la mujer. Ya estaba lista, nunca la encontraba indispuesta
o le hacía esperar.
—Bonjour,
Desire —dijo con mala pronunciación.
—Espero que hoy sigamos con la racha de buenos
días —dijo ella, siguiendo la conversación.
—Sí, eso espero yo también —se quedo parado en el
marco de la puerta. Respiro hondo y al final se acerco. Se quedo de pie,
mirándola de frente. Ella también estaba de pie y al ver que no seguía la
plática, se quedo mirándolo, a la expectativa—. Desire quiero preguntarte algo y espero, de verdad, que me
respondas —la mujer se tenso en ese momento. De una manera muy sutil, que no
paso desapercibida para él—. Esto no es una amenaza, sino una petición honesta,
lo más que alguien como yo puede hacerlo —carraspeo—. Muchos de tus hombres
sobrevivieron esa noche y supongo que tendrías otros más escondidos por ahí… mi
pregunta es simple ¿Qué ordenes tienen?
—Ordenes —repitió incrédula. De todas las
posibles preguntas venía solo con eso.
—Sí, en caso de tú ausencia como tendrían que
actuar.
—No tienen órdenes —respondió con franqueza, pese
a lo insólito de sus palabras—. No imagine que me haría prisionera, o que yo
perdería este encuentro capitaine. Además,
son espadas a sueldo de la más barata mano que pude encontrar, entre menos
cuestan son mas dispensables o más barbaros —astuta hasta el final. A Dedos le daba la impresión de que ella
era de noble cuna, por su manera tan fría de ver las cosas y por sus modos—.
Supongo que ya estarán matándose entre sí o tendrán un nuevo amo —al decirlo se
encogió de hombros y callo. Sólo le miraba. Esperando.
—Está bien —se hizo a un lado y miro a la mujer,
con ojos tranquilos—. Partiremos por la tarde, así que espero estés lista.
—Espero me dé tiempo de empacar mis cosas —bromeo
la mujer.
—Gracias —dijo con una sonrisa.
Sin decir otra palabra, se dio la vuelta y salió
de la habitación. Ella sabía que el chiste era bueno, pero no tanto como para
agradecerle. Se refería a lo que le había dicho. Se desplomo en la cama
consternada. No pudo mentirle, y no solo eso, no quiso hacerlo. Él se había
portado tan bien después de todo el barullo cometido, que no pudo mentirle. A
su manera tan misteriosa, se porto franco y un impulso casi animal, la empujo a
ella a pagarle con la misma moneda, así que fue franca y le dijo toda la
verdad.
Al llegar a la parte del edificio que hacía de
pub, Dedos se encontró a Horace en la
barra, Shamrock ayudando con la
limpieza del lugar y a una Ánima muy
concentrada en el rincón de siempre. Estaba rodeada de libros, de algunas
runas, viejos pergaminos, y diversos tipos de péndulos y cristales. Supuso que Stregone seguiría durmiendo. Decidió ir
con la mujer primero, pese a que no confiaba en que lo correcto sería
interrumpirla, sintió de pronto, curiosidad por lo que hacía.
—Buenos días Ánima
—saludo al tiempo que tomaba asiento, sin preguntar. Típico de él. No por
falta de modales, sino porque se sentía muy familiar entre ellos.
—Buen día Dedos
de oro —respondió la mujer, por inercia, ya que se encontraba absorta en
sus quehaceres.
—Le he dicho a Desire zarparemos por la tarde.
—Está bien —la mujer alzo la vista de sus
péndulos y libros y miro al filibustero a la cara—. He estado las últimas horas
haciendo uso de todo mi talento para percibir
algo fuera de lo ordinario, dentro o fuera de este sitio —en ese instante
se percato de sus ojos cansados—, nada apunta a que tengamos que preocuparnos.
—Vaya —no sabía que decir. Le impresiono la
dedicación aunque tuviera sus dudas en ese arte. Se vio tentado a decir que lo
sabía porque Desire le dijo que no
había peligro, pero sintió que la ofendería—, aunque eso me reconforta, yo
preferiría que nadie baje la guardia, para evitar más sorpresas de las que ya
hemos recibido.
—Estoy de acuerdo —la mujer por hábito e inercia
guardaba sus cristales y amuletos en diversos estuches. Enrollaba hábilmente
pergaminos y apilaba libros de una forma tan natural como respirar—. La senda
de sensatez que has tomado en estos días me hace prever un buen futuro para
nosotros —lo dijo con el mismo tono vacio de siempre—. Que así sea Dedos de oro.
—Te traeré algo de comer antes de que empaques
tus cosas.
—No tengo que guardar nada, salvo esto. Yo sabía
que partiríamos pronto —la mujer, para sorpresa del filibustero sonrió
orgullosa—. Después de todo, soy adivina a mi manera.
—Ya veo —dijo dubitativo—. Aun así, te traeré un
plato de comida.
Se levanto de la mesa y se dirigió a la barra.
Horace le vio ir hacía allá, al igual que el tahúr. Desire baja en ese momento las escaleras. Al ver a la mujer de
ébano en la mesa de siempre, se desvió a la barra. Con una seña de la mano, le
indico al tabernero que quería dos platos. El hombre desapareció tras una
puerta. El tahúr puso la escoba con la que barría recargada en la barra y se
sentó, del mismo modo que la mujer del deseo.
—Partiremos esta tarde —informo Dedos al apostador, mientras tomaba
asiento—. Desire y Ánima ya están al tanto.
—Me parece bien —dijo el tahúr con aire
distraído—. Yo le diré al stolto que
prepare sus cosas para partir —sin más se puso de pie, tomo la escoba y se la
dio al capitán—. Tú encárgate de guardar esto solamente.
—Solo se ofreció a hacerlo porque el también
tiene que empacar —comento Desire.
—¿Tú ya estás listo? —pregunto Horace a Dedos mientras depositaba dos platos de
guisado en la barra.
—Ya. Solo me falta asegurarme de llevarme todo mi
ron y estaré listo —dijo quitado de la pena—. Ahora, le llevare este plato a…
—Descansa Dedos
—dijo Horace quitándole el plato de las manos—. Yo se lo llevare.
—Gracias Horace —dijo el navegante con
sinceridad.
—Yo iré por mi plato —la mujer de blanca tez se
puso de pie y pasó al otro lado de la barra—. Ya sé donde esta todo —con calma
y elegante movimiento se fue a la parte trasera del lugar.
Dedos
de oro la vio alejarse. Volteo
la mirada hacia atrás y pudo ver a Horace y Ánima
hablando con toda naturalidad. El cargaba varias de sus cosas y ella su
plato, iba a la barra. Viro su cabeza a un costado y pudo notar como tahúr y
mago bajan al mismo tiempo las escaleras y se dirigían a la barra. Incluso en
ese intervalo, Desire volvía von un
plato caliente de alimento. Todos iban a la barra.
Al encontrarse allí todos reunidos, parecía
curiosamente lo más natural, como si así estuviese escrito. Ánima atendida por Horace tomo asiento a
dos lugares de él. Stregone ocupo el
lugar entre Dedos y su amada.
Shamrock perezoso se dejo caer en el sitio al lado suyo. Desire le cedió su plato al tahúr y antes de que Horace pudiera
evitarlo, regreso a la barra con dos platos más. El suyo y el del hechicero. Finalmente
tomo asiento al final de la barra, a un lado del apostador. Y Horace tomo su
puesto tras la barra.
—Ya que estamos aquí reunidos, debo decirles que
partiremos por la tarde. Quedarse más tiempo sería una locura y un riesgo
innecesario —dijo con su ya característica voz de mando, como en sus viejas
épocas—. Sé que por mi causa se prolongo nuestra estancia, pero ya no más, es
el momento de retomar el camino y continuar con nuestra búsqueda de la isla
maldita de él sentimental Jhonny. No
es un viaje directo, tendremos que hacer un par de paradas más, pero ya estamos
cerca —se aclaro la garganta, para proseguir—. Tampoco será un viaje libre de
problemas, ni de peligros ni de rufianes, pero entre más trabajo cuesta
perseguir un sueño, mayor es la recompensa.
—¿Esto va seguir? Tengo hambre —le interrumpió Shamrock.
—¿Cómo te atreves? —cuestiono molesto el mago.
—Nadie te ha preguntado nada stolto.
—¡Ten el valor de pararte y decírmelo a la cara!
—Bramo furioso el hechicero.
—Voy a extrañar tu comida —dijo Desire deslindándose de esos dos.
—Sigo sin descifrar que ingrediente le da este
sabor —dijo para sí la adivina.
—Ya termine —dijo firme y fuerte Dedos—. Repongamos fuerza, arreglemos
nuestras pertenencias y descansemos hasta que llegue la hora de irnos ¿De
acuerdo? —los cuatro asintieron, incluso el dueño del lugar asintió.
De una manera casi mágica, el orden se instauro
de nuevo. Los ánimos se apaciguaron y todos comieron y bebieron de una manera
pacífica. Dedos de oro, solo pudo
pensar que tal vez, pese a todas sus diferencias, al fin ellos cuatro, por
ahora, estaban empezando a embonar, a realmente llevarse bien. “Lástima que se tenga que mirar a la cara a
la muerte, que tengamos que caer en las peores situaciones, para crear lazos”. Fue
lo único que puedo pensar al mirar a sus compañeros en esa escena tan peculiar.
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