Se miraba en el
espejo, nervioso. Con torpeza trataba de arreglarse el cuello de la camisa,
alisaba con ambas manos el pantalón y se daba vueltas delante de un espejo que
era para el rostro, no de cuerpo completo. Respiro hondo y soltó el aire poco a
poco, para tratar de tranquilizarse. Se detuvo y agacho el rostro, se sintió
muy idiota, en especial porque podía ver su rostro en el espejo, el inflar y
desinflar las mejillas, se sentía como uno de esos hamsters glotones.
—Te ves bien —dijo
una mujer—. Volverás locas a todas las jovencitas que te encuentres.
—¡Mamá! —se quejo
el muchacho. Otra vez el mismo ritual: el cuello de la camisa, alisar los
pantalones, darse una vuelta, revisar el calzado. Nervioso totalmente.
—Incluso a Beatriz
—dijo su mamá a lo lejos. Aunque no podía verla, sabía que lo dijo conteniendo
la risa.
—Sí, como sea —respondió él, seco, como siempre.
Su madre ya no
respondió nada. Solamente se escuchaba el sonido de las risas grabadas de la
serie que ella veía en la sala. Le reconforto el ya no tener que hablar del
tema. No es que no le interesara parecer seductor ante las mujeres, o verse
bien, pero a veces a su mamá se le iban las cosas de las manos y decía cosas de
más.
Muchas cosas
realmente se estaban saliendo de control esos días. Mientras se acomodaba el
cuello y se arreglaba el cabello, empezó a recordar cómo es que había llegado a
esto.
En su memoria,
imperfecta y a veces olvidadiza como sólo puede serlo la mente humana,
recordaba la conversación y la repasaba una y otra vez, así como sus manos
repetían el movimiento de alisar su vestimenta, de la misma manera obsesiva.
—No hay más, el
viernes nos vamos a empedar —dijo
Emmanuele.
—Es un hecho
irrefutable, tiene que ser así, no hay manera de evitarlo —le secundo Germán.
—¡Tienes que
invitar a Beatriz! —Exclamo a la desesperada Alan.
—Ay guey… ¿Por qué
tenemos que salir a empedarnos? Bien podemos hacerlo en mi casa… justo como lo
estamos haciendo ahorita.
—¿Y las viejas?
—cuestiono.
—Mujeres, damas,
señoritas, chavas por lo menos. No seas un misógino, Alan.
—¡Shut the fuck up, Emma.
—Cállate tú, Alan.
Tu inglés es una mierda.
—Paren de mamar los
tres, mejor dicho.
—Mira, Damián. Bien
podríamos quedarnos aquí, como siempre, pero si hace falta más ambiente. No
todo en nuestra vida puede ser jugar videojuegos, beber cerveza barata, comer
papas rancias y ver como pierde Alan siempre. Hay más en la vida, además, te
caería bien un cambio de ambiente después de lo de esta chica de secundaria y
el altercado con su profesora.
—Yo no pierdo
siempre…
—Como sea, no lo
sé…
—Déjalo en nuestras
manos, como siempre, Damián —Emmanuel
soltó el control. Un devastador combo de 50 golpes acabo con el último
personaje de Alan. Sonrío satisfecho y miro a Damián a los ojos —. La situación
esta tensa para ti, necesitas relajarte y divertirte de otra manera para estar
un poco en paz. Aunque esa chica no te haya buscado aun, no importa, debes
tener la cabeza bien puesta encima de los hombros para poder ayudarla…
—Me he perdido… ¿En
qué me va ayudar el ir y embriagarme?
—Te toca partirle
su madre —le dio el control a Germán. Se
levanto del sillón, se sentó en la mesa, junto a Damián y se destapo una
cerveza de lata, de esas nuevas que ya venían preparadas, una combinación de
cerveza clara con jugo de tomate y almeja—. Mira, Damián. Tenía mucho que no
llegabas a este punto, a que estuvieras a punto de quebrarte, a meterte así en
problemas de nuevo. Vaya, estas a nada de explotar —hizo una pausa, le dio un trago a su cerveza,
uno bastante largo. La musiquita de fondo del juego era envolvente, los
insultos de Germán y Alan eran sonoros, incluso el sonido de la cerveza pasando
por la garganta de Emmanuele era fuerte. Estaba nervioso; “Caray, es jodidamente bueno para hablar. Es dramático” Pensó Damián
mientras veía a su amigo a los ojos —. Por eso necesitas ir a embriagarte.
—Sigo sin entender
tu punto, de hecho, sólo le diste vueltas a esto.
—Damián, que mejor
manera de sacar todo ese vapor que en una borrachera con tus amigos y en un
lugar diferente. Vaya, en el peor de los casos, prefiero que explotes ahí a que
lo hagas en la escuela, con la profesora esta o peor, con la niña a la que
intentas ayudar…
—Reconozco que
tienes un punto fuerte allí.
—¡Perdiste de
nuevo, pinche gordo pendejo!
—¡Hiciste trampa
puta!
—Imagínate que
termines así —Emmanuele señalo a Alan
con su cerveza —, eso sí que sería para poner a llorar hasta a tu madre. No
queremos que termines así, no —Con otro
largo trago dio cuenta de esa cerveza —. Fíjate, no le tenía fe a estas cosas,
pero saben buenas, la verdad.
—Está bien, iremos
a beber, pero, ¿A dónde?
—Déjalo en las
manos de Emma, ese guey se la sabe.
—Sí, tu tranquilo.
Si quieres extiéndele la invitación a Beatriz y a algunas otras amigas, voy a
pedir la camioneta y paso por ustedes como a las 9 ¿Va?
—Me parece
bien —dijo, aunque no estaba convencido.
De regreso a su
realidad, al presente, se encontraba en la cocina comiendo algo. Salchichas con
jugo de limón y salsa picante. “La comida
de los campeones.” No pudo evitar sonreír ante ese pensamiento. De las
hornillas de la estufa tomo su celular, dio otro mordisco a su embutido y miro
la hora.
—Bueno, apenas son
las 8. Caray, me pone tan nervioso salir que siempre me preparo con mucha antelación,
soy un fracaso.
—Todo va salir
bien, cielo. Anímate, tenía mucho que no salías con tus amiguitos.
—Casi a diario
están aquí en la casa, mamá —respondió
fastidiado.
—Pero ya lo
dijiste, en la casa, Damián. Hoy por fin van a salir a divertirse, eso te hace
bien, cielo. Que cambies un poco el donde te recreas…
—¿De verdad? ¿No se
supone que deberías decirme que no salga, que mis amigos son vagos/malas
influencias o algo así?
—Dudo que llegara a
servir de algo, además, no pienso así. Emmanuele es un encanto, Beatriz es una
gran chica y Germán me parece muy responsable para su edad —no pudo evitar notar como había dejado fuera
del comentario a Alan —. No tengo de que preocuparme, cielo. Tienes buenos
amigos —puntualizo su madre, con ese característico tono dulce en su voz.
Damián no tenía que verla para saber que estaba sonriendo. Sólo de imaginar a
su madre contenta, el muchacho sonrio también.
—Tienes razón,
tengo buenos amigos. Algo locos, como Julieta pero son buenos.
—¿Julieta?
—Cuestiono claramente impresionada—. A ella no la conozco ¿Es tú novia?
—No, ella no es mi
novia —salió de la cocina para encontrarse a su madre mirándolo desde el sillón
de la sala. De repente, se arrepintió de haber mencionado a otra mujer que no
fuera la ya conocida Beatriz—, es una de mis compañeras de banda y de carrera,
creo que si te he hablado de ella.
—Puede ser, me
suena el nombre —dijo su madre pensativa y regreso la vista a la pantalla.
—Bueno, eso estuvo
cerca —se dijo en voz baja.
Inevitablemente, su
memoria lo llevo de nuevo al momento en que invitaba a Beatriz a salir y de
cómo Julieta termino aceptando también.
—¿Este viernes?
—pregunto Beatriz. No habían tenido tiempo de hablar realmente desde el
“suceso”. Se sentía muy confundido, casi tanto como ella.
—Este viernes…
¿Qué? —cuestiono Julieta. Se acomodo a un lado de Beatriz como si fuera lo más
natural y miro a Damián a los ojos, esperando respuesta.
—Invite a Beatriz a
salir el viernes con mis amigos, ya sabes a un bar, algo casual y ya.
—¡Una cita! —Exclamo
con alegría la chica—. ¡Bien, Bendito!
—No es una cita —se
apresuro a aclarar—. Es una salida de amigos, porque también van mis amigos de
la preparatoria.
—Deberías ir con
nosotros —dijo Beatriz—. Son buena onda y muy graciosos. Además, tienes que ver
a Damián borracho —no pudo evitar soltar un risita por su comentario.
—¿Qué? Yo no soy el
patiño de nadie —dijo el chico, ligeramente ofendido.
—Siendo así, me
late ¡Apúntame! —dijo la chica
—No sé cómo hemos
llegado a esto…
—Relájate, a
Emmanuele le va caer bien, ya lo veras.
De regreso al
presente. Damián estaba saliendo de su cuarto. Llaves en mano, cartera con
dinero e identificación en la bolsa izquierda, celular con 100% de pila cargada
en la bolsa derecha, moneditas sueltas de a 10 y de a 5 pesos en la bolsa
trasera del pantalón. Todo listo. Se detuvo a un lado del sillón, se acerco a
su madre y le dio un beso en la mejilla.
—Voy a regresar
tarde, eh.
—¿No van a pasar
por ti aquí?
—No, voy a verlos
en la casa de Beatriz. Es casi lo mismo…
—Ese muchacho es un
caballero.
—Fue mi idea que
pasara allá, o sea, merezco algo de crédito, mamá.
—Tú también eres un
caballero, cielo —le dijo su madre sonriendo. Manteniendo ese gesto, lo
persigno y finalizo la despedida con un beso en su frente—. Te portas bien y
dile a Emmanuele que si toma no maneje, cuídate cielo.
—Sí, sí, como sea, te quiero —cerro tras de sí
la puerta al acabar de hablar, aun así, pudo escuchar claramente el “yo
también” de su mamá.
Cerró con llave. Y
empezó a caminar lentamente hacía la otra casa. Llego en cosa de instantes. No
trataba de alargar el tiempo, pero, por alguna extraña mezcla de sentimientos,
miedo y deseos, no quería estar con Beatriz. No es que no hubiesen tenido
tiempo en la semana para hablar. Sistemáticamente había evitado a todos. A
Beatriz, a las niñas, a Julieta… a todo el mundo en sí.
Cuando salió de sus
pensamientos, ya estaba escuchando del otro lado de la puerta el bamboleo de
las llaves. Perdido en sus ideas, no se había percatado de haber tocado tres
veces con ese ritmo característico, el mismo que era ya conocido por ella y por
él.
—Pasa —le dijo ella
mientras se hacía a un lado—, llegas muy temprano. Te pusiste nervioso de
nuevo, ¿Verdad? —Sólo asomaba su cabeza tras la puerta y su brazo derecho que
le indicaba que entrara. Sonreía, él también sonrió, pues tenía razón.
—Ya sabes cómo me
pongo, con tu permiso —sin muchas ceremonias entro a la casa y se limpio los
pies en la jerga. Después de escuchar la puerta cerrarse se dio la vuelta para
verla. Se quedo sorprendido ante la belleza que tenía enfrente. Botas negras de
gamuza, mallas negras a juego, una falda gris y una blusa sin mangas blanca.
Eso era todo, algo sencillo y aun así, Damián estaba impactado ante lo
atractiva que se veía. Se pudo haber quedado así más tiempo, pero una palmada
en su frente, cortesía de ella, lo trajo de regreso —¡Ey! —exclamó molesto.
—Pues te quedaste
todo perdido, tenía que sacarte de ahí —se defendió ella. Cruzo los brazos y se
le quedo viendo.
—¿Qué? —Cuestiono.
De repente, se sentía bajo observación, como si estuviera siendo analizado o evaluado.
—No te ves mal,
esta vez te esmeraste un poco más —le contestó. Con su mano derecha su acaricio
la barbilla, sopesando sus palabras—. Habrá que pedirle su opinión a Julieta.
—¿Ya está aquí?
—Dijo con genuina sorpresa, no se esperaba que ella llegara antes que él.
—Sí, desde hace
rato. Llego para que nos arregláramos juntas —Damián se quedo con la boca
abierta, quería decir algo, pero no encontraba las palabras. Con suavidad,
Beatriz le cerró la boca, sonriendo—. Sí, yo también me quede así, pero incluso
ella, tiene esos detalles tan femeninos.
—Los estoy oyendo,
eh —dijo la chica a lo lejos—. Es de muy mala educación escuchar ese tipo de
comentarios sobre mi persona.
—Es igual de mal
educado que nos estés espiando —Contraataco Beatriz, blandiendo además de sus
palabras una gran sonrisa— ¡Ven acá de
una vez!
—Aquí estoy —dijo
con desgana la chica. Salió de una esquina de la casa y apareció delante de los
dos. Botas cafés a la rodilla, pantalones de mezclilla desgastados azul marino,
blusa negra de manga larga. Estuvo a nada de quedarse estupefacto de nuevo—. Bendito, quien te viera eh. ¡Hasta traes
camisa y toda la cosa! Sí te andaba dando, eh.
—Vaya, aunque a la
loca la vistas de seda…
—Exacto, loca se
queda, Bendito.
—Supongo que estos
minutos van a ser una larga espera —dijo Beatriz con aire teatral.
—Ya lo creo que sí.
Por cierto, Beatriz ¿No hay nadie más en tu casa?
—Mis papás están en
su cuarto, los demás, salieron antes o no han regresado desde la tarde… ya
sabes como son.
—Si nos vamos a poner
así de aburridos, vaya que va ser larga la espera —el sonido de un claxon
interrumpió el comentario de la chica— ¿Eh, tan temprano?
—Es posible…
—Damián se acerco a la ventana del frente, movió la cortina y vio una camioneta
verde botella aparcada delante de casa de Beatriz. A un costado, Emmanuele
recargado y fumando un cigarro—. Ya nos vamos.
—¿Por qué aquí
nadie respeta la hora en la que quedan? —dijo confundida Julieta.
—Fuck the system, sista —le respondió
Damián sonriendo—, creí que ese era tu estilo.
—Bah, cállate, Bendito. Ya quiero embriagarme…
—En verdad que esta
va ser una larga noche —dijo Beatriz al tiempo que empujaba a los dos hacía la
puerta.
El teléfono sonaba
por tercera vez. El coro de baby, baby,
baby oh! Ya empezaba a volverse irritante más que un motivo de alegría. Se
desperezo con un estiramiento, como los felinos de cualquier tamaño. Abrió
grande la boca y soltó una extraña cruza entre suspiro y bostezo. Estiro la
diestra y a base de tantear en su buro, dio con el celular. Un deslizamiento de
índice, tan fácil como eso y la distancia se esfumaba.
—¿Bueno? —Cuestiono
a la persona al otro lado.
—Soy yo —le
respondieron del otro lado de la línea.
—¿Quién yo?
—cuestiono nuevamente. Bastaba con ver la pantalla del teléfono, pero, de
repente, se le hacía sumamente cansado hacerlo.
—Mariana —dijo la
niña del otro lado de la línea, por su voz podía intuirse que estaba riendo—.
¿Quién más iba a ser a estas horas, Ivette?
—No lo sé, me habla
mucha gente —respondió a la defensiva.
—No lo dudo, eres
una chica muy popular —se hizo un instante de silencio y entonces, como si se
tratara de un acto teatral, las dos soltaron la carcajada al mismo tiempo.
—Bueno, ¿Qué pasa,
Mari?
—Que te conectes
para una videollamada, ya todas están en línea.
—¿No era más fácil
mandarme un mensaje en vez de llamarme? —pregunto con honesta confusión.
—El mensaje es aun
más impersonal que una llamada, Ivette. Ya sabes que esas cosas a mi casi no me
gustan, por eso.
—Tú eres de otra
época, Mari —respondió con una sonrisa en sus labios—. Ahorita me conecto, deja
voy por la lap y en un ratito las “veo” —al decirlo aunque no la pudiera ver,
hizo el además de comillas con sus dedos.
—Está bien, ahorita
nos vemos ¡Bye!
—Nos vemos
—respondió, aunque sabía que ya no la escuchaban.
Puso su teléfono de
nuevo en el buro. Se sentó en la orilla de su cama y jugueteo con los pies
descalzos en la alfombra. Cosas así de sencillas daban placer a su vida. Se
hinco y de debajo de su cama saco su lap top, la destapo y la prendió. Mientras
el sistema arrancaba, vio la pantalla del celular y se dio cuenta de que tenía
varios mensajes sin leer. Imagino de quien serían, pero no le dio importancia.
Desde hacía un par de días, uno en concreto, se estaba intiendo mal, desganada,
muy triste.
De una manera
automática empezó a teclear a dos manos su cuenta y contraseña del servicio en
cuestión de las videollamadas, era uno de esos programas que ya venían
pre-instalados en el equipo y además se abrían al iniciar el sistema. La
comodidad siempre por delante.
No llevaba ni medio
minuto conectada cuando el tono de llamada se hizo presente, con un toque de su
índice en el icono verde de la pantalla basto para que aparecieran las demás en
su pantalla.
—Hola, Ivette. Te
estábamos esperando —le dijo Melissa viéndola a través de su cámara web. Pesé a
la distancia y a lo impersonal, no le quitaba su presencia ni un poco.
—Perdón, me tarde
un poco porque…
—No te preocupes
—le corto Melissa—, lo que importa es que ya te conectaste y que vamos a hablar
de lo que hay que hacer a partir de la semana que entra.
—¿Qué? —pregunto
con amalgama de sentimientos. Duda y miedo se revolvían en su interior como
animales desesperados.
—Te hemos visto muy
triste estos días y pues, nos preocupas —dijo Camila, mirándola del mismo modo
a los ojos, si es que eso era permisible a través de ese medio—, por eso, hemos
decidido ayudarte —finalizo con determinación.
—¿Qué? —repitió
nuevamente, estupefacta.
—Además de que no
respondes el “que tranza” —dijo irónica la
líder—, ahora vienes a preguntar como en loop lo mismo.
—Esto es algo así
como una ¿Intervención?
—Bueno, esa ya fue
una pregunta diferente —dijo sonriendo Mariana.
—Creo que están
viendo demasiadas series ustedes.
—Ivette,
tranquilízate —sorpresivamente, la líder uso un tonó amable, incluso, conciliador—. De
verdad, sólo queremos ayudarte. Esto no es una intervención ni nada, sólo se
trata de nosotras, tus amigas, buscando la manera de ayudarte…
—Como podemos
—acoto Camila.
—Y con lo que
tenemos —cerró Mariana.
—¿De verdad me he visto tan mal estos días?
—Eres la mujer que
siempre tiene más preguntas que respuestas —Melissa lo dijo con ese tono y
sonrisa habitual, mismo que estaba presente en todas y cada una de sus mofas
mal intencionadas a otras personas. Ivette por su parte, sabía que esta vez,
con sólo mirar su rostro, no se trataba de una burla, sino sólo de un
comentario ingenioso.
—Después de todo
esto no es tan impersonal como dice Mariana —se dijo a sí misma.
—No se compara a
estar una al lado de la otra —respondió la aludida.
—Queremos ayudarte
—dijo Camila con esa característica voz tímida, como si por el sólo hecho de
presenciar ese momento se sintiera una intrusa, como si todo el tiempo fuera
ajena a ellas.
—Y bien…
—Está bien Melissa,
necesito ayuda lo sé. Me he estado sintiendo muy mal —se hizo a un lado el
cabello, para que se pudiera ver completamente su rostro. Sus ojos de repente
se sintieron pesados por el peso de las lágrimas contenidas. Las palabras se le
atoraron en la garganta. Sentía el miedo aglutinándose en la boca del
estomago—. Tengo miedo —lo dijo apenas en un susurro, pero las otras niñas lo
escucharon claramente.
—Te vamos a ayudar,
no te preocupes—le dijo Melissa.
—No va pasar nada,
tranquila —dijo Camila sonriendo tímidamente.
—Estamos contigo
—Al decirlo, Mariana puso su mano en la pantalla. No era nada lógico, sólo se
veía su antebrazo extendido a un lado de la cámara de la portátil y nada más.
Aun así, el simbolismo de ese gesto hizo que el corazón de Ivette se derritiera
y entonces, lloro en silencio—. Te quiero, Ivette, desearía poder estar ahí
para abrazarte —la morena mostraba esa sonrisa tan suya, sólo que en su mirada
se podía leer una profunda tristeza que traicionaba a sus labios alegres y
juguetones.
—Lo solucionaremos,
amiga —al decirlo, Melissa imito el gesto de Mariana y poso la mano sobre su
pantalla, acompañado de una sonrisa radiante.
—Tú nunca sonríes
así —dijo Ivette riendo nerviosamente ante el detalle de sus amigas.
—Es que no siempre doy lo mejor de mi —contesto
suavemente la líder sin quitar de sus
labios la sonrisa que estaba causando tanto revuelo.
—Gracias, amigas —al decirlo, Ivette puso su mano en
su pantalla también. Era una manera mágica, casi mística, de estar en contacto
a pesar de la distancia. Todo era hermoso hasta que la pantalla de Camila se
puso negra y un chasquido de lengua interrumpió el momento.
—Camila —dijo la
líder fastidiada—, estas poniendo tu mano en la cámara, tonta —le reprocho.
—Perdón —dijo totalmente apenada y quitando la mano de
la cámara—, no me fije ¡Que descuidada soy!
Sin poder evitarlo, todas las niñas soltaron la
carcajada. Eran risas sonoras y sinceras. Era algo realmente hermoso de
apreciar, pues al final de cuentas, era la alegría de un grupo de amigas lo que
ahí se ponía de manifiesto.
—Gracias, de verdad —dijo con toda sinceridad Ivette
mientras se enjugaba las lágrimas, tanto de risa como de sentimiento.
—No tienes que agradecer nada —atajó Melissa—, ahora,
hablemos de “negocios”.
—Vaya, que grafico, hasta hiciste comillas con los
dedos— señalo Mariana.
Y así fue como la noche
de viernes del cuarteto, empezaba.
Aún me confundo un poco entre las chicas de secundaria pero los mayores de la historia me encantan, sobre todo Demián y Beatriz a quien la describe tan bien que me la imagino como una chica genial además de hermosa.
ResponderBorrarVa muy bien la historia aunque este capítulo solo fue como una especie de intermedio sus personajes son encantadores.