junio 20, 2012

Interludio: Tan distintos.-Fragmentos de una historia de amor




La noche era joven, el viento soplaba incansable, la luna estaba en su punto y alumbraba con la luz más radiante. Una de las noches más hermosas de la ciudad. Preciosa para caminar, preciosa para soñar, preciosa para recordar, preciosa para estar con vida.

—Esperaba que dijeras algo más que eso, al menos yo me extendí más.
—Sabes que no se me dan las palabras, que yo soy un poquito más eh…
—Concreta —finalizo la frase de ella.
—Sí, supongo que es eso —se puso un poco delante de él y miro al cielo encandilada—. Qué bonita se ven la luna y las estrellas esta noche.
—Una jodida noche hermosa e increíble —dijo él en voz baja antes de alcanzar a su compañera de caminata—. Pese a todo el smog, las luces de la ciudad, edificios, humo de industrias y esas cosas, aun podemos tener noches como estas para observar el cielo.
—Sí —ella estaba con él, a su lado, pero parecía ausente, absorta ante la grandeza del cielo y su juego de luces—, es algo muy bonito de lo que no siempre me había dado cuenta.
—Una razón más para vivir —dijo con voz suave, mientras que su boca por genuino placer presentaba una sonrisa.
—Pienso que todo es así en la vida —dijo ella metiendo sus manos en los bolsillos de su abrigo, tenia frio, bastante, pero era una noche tan agradable, que prefería resistir las inclemencias del tiempo—. Todo lo que vivimos y hacemos debe ser así.
—Me gustaría escuchar tus argumentos —con delicadeza, paso su brazo sobre sus hombros.
—A pesar de todas las cosas malas que puedan nublar nuestra vista, como el smog y así —hablaba con la esperanza y entusiasmo de una niña pequeña—, si nos detenemos unos momentos, podemos ver las estrellas y todas esas cosas bonitas que hay enfrente.
—Me gusta mucho la manera en que ves las cosas —dijo con una nueva sonrisa en su rostro—. Eso no te salva de un par de cosas que me gustaría saber de lo que has contado…
—No quiero decir nada más de ese tema —dijo ella encogiéndose de hombros y ocultando su mirada de la de él—. ¡Nada!
—Claro que sí, me lo dirás to-do —enfatizo sin poder ocultar su alegría.
—¡No! ¡Suéltame! —con un movimiento algo brusco, se libro del “abrazo” y se alejo un poco—. No te diré nada ¡Bleh! —con una mano se estiro hacia abajo el parpado de su ojo izquierdo al mismo tiempo que sacaba la lengua.
—Muy bien eh, que actitud tan madura. Si tú quisieras preguntar o saber algo, yo si te diría —a su vez, se estiro la cara desde las mejillas con ambas manos para hacer una mueca.
—No te creo —dijo ella haciendo un puchero.
—Bueno, pus a mi me vale —respondió haciendo una voz aguda, aparentemente, una imitación.
—No me remedes Alberto —amenazo.
—No veo que te moleste mucho, estas bastante complacida ¡Hasta te estás riendo!
—Es que… eres muy chistoso —dijo ella con una sonrisa radiante.
—Aunque no lo creas, me encanta escuchar eso —por un momento la miro, de la misma forma en que se mira a las estrellas y a la luna, de una manera en que en segundos, se perdió en toda su belleza e inmensidad—. Adoro hacerte reír —su sonrisa hizo acto de presencia al decir esas palabras.
—Bueno, a mí me gusta también —dijo ella, sorprendentemente nerviosa por el momento.
—Aun después de todo este tiempo, te sigues poniendo nerviosa.
—Ya sabes cómo soy…
—Lo sé, creo que por eso me encantas —su sonrisa se mantenía en su rostro, en otras circunstancias podría parecer una burla, pero en este caso, era la forma en que su corazón hablaba—. La neta, yo no me esperaba que te cayera mal, tú te me hacías “x”, y por mucho tiempo.
—Mataste el momento —dijo ella sonriendo con alegría, esa manera de sonreír hacia que entrecerrara los ojos, aunque por el tamaño, parecía que los cerraba— ¿Ves? Por ese tipo de cosas me caías mal ¡Ash!
—Quisieras que fuera por eso por lo que yo te caigo mal —respondió el, esta vez su sonrisa era picara, juguetona—. A pesar de todo, tú —a la par de sus palabras, la señalo, tocándole la punta de su nariz con el dedo índice—, siempre me has caído bien.
—Tú te me hacías odioso, hasta que empecé a conocerte más, de cerca y de lejos, y sobre todo, al escucharte hablar.
—Bueno, nadie dijo que fuera perfecto —se encogió de hombros—. Ni aunque quisiera podría serlo.
—Así es —coincidió ella sonriendo—. Tú lo has dicho chavito.
—Como sea, nunca pensé que te hubiese caído mal. Aunque bueno, en esa época todo me valía madres.
—Sí, nada más en esa época —el tono burlón era tan evidente que parecía que te irritaba los ojos.
—Bueno… creo haber señalado que nadie es perfecto, y menos yo.
—Sí, lo dejaste claro —de nueva cuenta, le saco la lengua—. Ándale, mejor cuéntame otra cosa…
—Te toca empezar.
—¡No! ¡A mí no se me ocurre nada ni por dónde empezar! ¡Yo no sé!
—Tramposa —por una especie de instinto ancestral, de nuevo miro al cielo y se maravillo con su grandeza—, está bien —aparentemente, motivado por el mismo instinto, miro a la cara a la chica y no pudo evitar sonreír—, yo empiezo, de nuevo.
—Para siempre —dijo con voz cantarina, extendiendo su dedo meñique hacia él.
—Vaya, no lo vi venir —la sonrisa de su rostro, era pequeña, apenas una curva en sus labios—, tramposa.
—Ándale, se que quieres hacerlo, además, estas sonriendo de verdad —mientras hablaba lo miraba a los ojos.
—Para siempre —con su dedo meñique entrelazado con el de ella, cerro el pacto.
—Bien.
—Tramposa… entonces, déjame contarte, otra historia.

Prosiguieron su marcha, sin mayor teatro que reanudar su paso. La noche era tan joven como ellos cuando empezó su historia de amor. Aun tenían tiempo.

Aunque en el fondo él pensaba que era una afrenta terrible e incluso un insulto narrar una historia de amor, no solo sin incluir todos los datos y detalles, además de todo en fragmentos. Tenía que reconocer, sin embargo, que por lo menos, tenía la oportunidad de saber la otra cara de la moneda, de enterarse de otras cosas que de otro modo no sabría. No estaba, tal vez, tan mal.

La luz de la luna, en ese tramo de la calle, era más fuerte y brillante que la luz de las farolas de la ciudad, en verdad, era una noche sin igual, muy distinta a lo que suelen narrar en los libros. Sin más preámbulos, el tomo de nuevo la palabra, después de todo, aunque se había quejado, le gustaba la idea de ser el primero… para siempre.

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