febrero 11, 2013

Simplemente -Capitulo Uno: Inconcebible.

Él se encontraba  tamborileando con los dedos una tonada de batería de un grupo de Tijuana. Esta clase duraba una hora nada más, y aunque aun estaba en el llamado “tronco común”, no le parecía del todo vital para su formación académica-profesional. Con la diestra llevaba el ritmo de la melodía, la izquierda hacia segundas nada más, realmente no era lo suyo, pero claro, no se iba a poner a tocar un “bajo de aire” en medio de la clase. No importaba que estuviera sentado hasta atrás, se le hacía muy bajo (valga el termino tan multifacético) estar “jugando a ser músico” a cada rato. El tocaba por amor, no para llamar la atención. Por eso había elegido ese instrumento y no la guitarra.

No se dio cuenta de cómo, mágicamente y sumido en sus pensamientos musicales, la clase ya tocaba a su fin. Reconfortante. Una hora que se iba volando sin mayor esfuerzo, ojala así fueran las cosas aburridas de la vida: siempre.

Se levanto de su asiento. “Escupió” la pluma que era prisionera en su boca, por cosa de centímetros no se cayó de la paleta de su banca. Todo está empezando a marchar bien atino a pensar al ver que el día, de algún modo, se acomodaba nuevamente. No empezó del mejor modo, pero mejoraba. Alegre de que tal vez no fuera otro días gris, se estiro con ganas y emitió un gruñido seco, cruza del movimiento y la satisfacción. Incluso cerró los ojos, complacido. Habiendo estirado todos los músculos que pudo unos instantes, languideció para terminar, como si solo su columna vertebral lo sostuviera, como una especie de espantapájaros. Una vez hecho el estiramiento matutino, se rasco el cuello con pereza y se dirigió hacia la puerta del aula.

Al salir el aire le dio de lleno en el rostro de una manera refrescante. El sol brillaba con dulzura, no quemaba pero si daba el calor, perfecto simplemente. Con media sonrisa dibujada en el rostro se acerco a la barda para poder observar hacía el patio central y sus jardineras. Justo al poner ambos codos en la barda de cemento, se escucho un timbre (tal vez campana, ya no entendía cual era la diferencia, al menos no con los aparatos modernos). Con movimiento lento, saco el celular de su bolsillo. El celular le servía bien poco para las nuevas tecnologías que estaban en boga, pero algo muy importante para él y su celular con 16 GB de menoría, era la música. Realmente a veces pensaba que más que uno de esos celulares modernos con montones de aplicaciones sin sentido, era solo un walkman/disckman enorme, a veces un reloj, y en una que otra ocasión un celular.

—Vaya, ya son las diez —dijo para sí mirando la hora en la pantalla de su teléfono—. ¿Qué clase tenemos ahora?
—Ninguna —le contesto a su lado una voz de mujer.
—Oh, tenemos hora libre entonces…
—Así es Marley.
—Bueno, creí que ya había comentado que no me agradaba que me dijeras ni tú ni nadie así…
—Los apodos nos lo eliges, esa es la idea en primera —replico ella con voz socarrona—. Además es mejor que el otro. ¿Qué prefieres? Marley o ben
—¡Para ya! —Exclamo el chico mirándola a los ojos—. El otro suena todavía peor.
—No es nuestra culpa que seas…
—Dafne —le interrumpió—. Por favor, dejémoslo en Damián —desvió la mirada con molestia y dijo casi en un susurró—, o en Marley.
—Mira, yo no te puse Damián. No está mal, es un buen nombre chico —al halar se acerco más a el y le puso una mano en el pecho—, pero, era inevitable que viniera acompañado del “apellido” —al decirlo, hizo comillas con la otra mano—, y más si eres músico. Piénsalo, es lo lógico —de manera juguetona deslizo la mano del pecho hasta el cuello para juguetear con sus rastas.
—Creo que ya habíamos hablado de eso… y de esto —con delicadeza tomo la mano que estaba entre su cabello y la puso en la barda de cemento.
—Eso dices ahorita —dijo ella con una sonrisa burlona—. Pero después vendrás corriendo a mi Marley.
—No niego que seas una mujer hermosa —aunque sus palabras trataban de ser halagadoras, sin querer, el tono era burdo y carente de sentimiento—, pero no eres…
—¡Sí, sí, sí! —Exclamo haciendo los ojos en blanco, molesta—. “No eres la mujer que estoy buscando”. Nada más falta que me des las gracias, que manera de ser tan poco sensible Marley.
—¿Insinúas que debo tratare con más dulzura? —pregunto mordaz.
—Solo digo que, darle pan a quien tiene sed, no se vale —dijo la chica apartándose un poco de él.
—Bueno, yo solo digo, que es incomodo pedirle peras a un olmo.
—Siempre debes de tener palabras tan creativas para responder a todo ¿No?
—Espero no interrumpir nada.
—No, no te preocupes Bea. Ya me iba yo de todos modos —dijo molesta la chica.
—Discúlpame Dafne, solo me lo llevo un rato para que me pague un favor y es tuyo —la morena sonreía al hablar.
—No, de verdad ya me iba —paso junto a ella y suspiro resignada—. Todo tuyo Bea, como siempre.
—De verdad no me tardo Dafne. Gracias.

Amigo y amiga vieron como la otra mujer se alejaba por el pasillo. Ella pensó justamente, que solo otra mujer entendería esa manera de andar, decaída, derrotada. No era su intención vencer a nadie, y menos por los motivos que ella se imaginaba, pero tampoco sentía justo el tener que mantenerse a la distancia. Realmente ningún camino llevaba a un final feliz para todo, tal vez por eso en el fondo, no se preocupaba.

—Bueno, vine a recibir lo que merezco —dijo ella mirando su amigo a los ojos.
—En el fondo me agrada, pero es muy rara —tenía la mirada perdida, la cabeza en otro lado, estaba ausente, como siempre.
—Damián —dijo con voz cantarina. No de esas que hacen burla o que suenan hirientes, más bien parecido al trinar de un pajarillo. Era alegre, casi como para despertar.
—¡Ah! Sí, aquí estoy Beatriz —entonces el chico clavo su pupilas en las de ella—. Gracias, me la quitaste de encima, una vez más.
—Lo hice sin querer, realmente no pensé que interrumpiera algo, después de todo ya le habías quitado la mano de tu cabello —una mujer honesta, quizá la única de mi vida atino a pensar Damián mientras veía en el rostro de su amiga, algo parecido a la vergüenza.
—No pasa nada —sonrió al ver que ella se relajaba un poco—. Y gracias por cierto.
—Me parece grosero que me agradezcas eso.
—No. Te agradezco que me llames por mi nombre y no por… uno de mis tantos apodos.
—Bueno, Marley no está nada mal y Bendito
—¡No lo digas Beatriz!  —más que exclamar parecía suplica.
—Ese apodo es como de tú banda para contigo —dijo ella inmutable ante las palabras de su amigo—. Además, te conozco desde hace más tiempo, no creo que puedas dejar de ser Damián para mí, es como imposible —dijo encogiéndose de hombros.
—Por eso gracias —la sonrisa de su rostro era honesta, ella y él lo sabían y eso, era lo que importaba.
—Bueno, no perdamos el tiempo —dijo como si nada hubiera pasado y lo remato todo con su característica sonrisa perlada—. ¡A comer! — al gritarlo alzo ambas manos, llena de energía y alegría.
—Estas totalmente loca —dijo divertido y le paso el brazo por los hombros, cual camaradas—. Anda, vamos a comer.
—Y tú vas a invitar —señalo la muchacha morena, sin quitar esa sonrisa radiante de su rostro.
—¿Tú nunca cambias eh? —cuestiono el de rastas, mirándola a los labios, a sus perlados dientes, a la emoción que le causaba verla tan contenta siempre.
—Pues tal parece que no —dijo ella alzando sus cejas—. Al menos aun no.
—Está bien, yo invito —espero que en verdad nunca cambies. Realmente eso era lo que quiso decir, pero le bastaba con lo de la comida.

Realmente aunque el edificio formaba parte de los lugares a los que podían ir y estaba justo enfrente de su aula, jamás se habían tomado la molestia en voltear la mirada siquiera a sus ladrillos y bardas de cemento. Siempre le había parecido a ella tan distante, tan lejano, sobre todo tan sin importancia en su vida y sin la necesidad de ser tomado en cuenta.

Y ahora estaba allí, subiendo las escaleras, temerosa y con la vergüenza dibujada en todo el rostro por estar teniendo una “aventura” así de loquilla.

—No te quedes hasta atrás —espeto la líder—. Ivette, tenemos que apurarnos el descanso no es eterno.
—Tenemos clase de historia, el profesor es más tolerante con los retrasos…
—¡Ay Camila no importa! Tenemos que aprovechar lo más que podamos.
—Es un poco exasperante, pero es una buena chica —dijo Mariana a Ivette con un volumen confidencial.
—Está loca —respondió Ivette sin tratar siquiera de modular la voz—. Y aun así se que tienes razón
—¿Dónde carajos es psicología? —dijo desesperada la líder.
—Apenas es el segundo piso Melissa, por favor —le recrimino Ivette, algo irritada—. Este lugar es de 4 pisos…
—Psicología es más arriba morrita —dijo una chica que iba bajando las escaleras, y casualmente pasaba a su lado—. Bueno, los primeros semestres son allá arriba, hasta el tope —no detuvo su andar, es más ni siquiera volteo a verlas, simplemente señalo con el pulgar hacia arriba.
—Vaya perra —dijo en un susurro de furia la líder.
—Disculpa —la tímida Camila se le acerco—. ¿Ustedes llevan estadística?
—Pues sí, los primeros semestres —para sorpresa de todas, la muchacha se detuvo y les prestó atención—. ¿Por qué?

Fue hasta ese momento que Ivette se percato de ella realmente. Era una mujer de tez clara apiñonada. De un rostro atractivo y de rasgos suaves, no era precisamente hermosa, pero era sugerente, muy atrayente. De complexión delgada, de pechos discretos y de amplias caderas. Aun así todo resaltaba en ella. El pelo largo a la cintura tenia rayos rosados y azul metálico desperdigados por toda su extensión. En la nariz llevaba un piercing brillante como diamante. Un pantalón a la cadera mostraba su mayor atributo y claro, para compensar la discreción del otro una entallada ombliguera, no tenía un abdomen plano, pero aun así lucía increíble.

—Como una especie de rockstar —dijo Ivette para sí, justo cuando acabo de analizarla.
—Necesitamos la ayuda de alguien que sepa estadística —Camila seguía al mando de la investigación. La líder claramente se había apartado en un desplante grosero. Típico de la lucha de poderes entre mujeres… sin mediar edades.
—Bueno, supongo que cualquiera podría ayudarlas —curioso, la chica mostraba interés y no solo eso, sino disposición—. Ahora si lo desean también puedo darles el nombre del profesor, porque bueno —se rio con ganas—, no todos somos buenos con los números y las formulas.

Por un pequeño intervalo y de modo inconsciente las tres voltearon a ver a la líder, fue algo natural, algo muy espontaneo y sin querer realmente. Incluso Ivette se sorprendió haciéndolo. La líder sin decir palabra alguna, hizo un ademan apenas perceptible con la mano, que rápidamente identificaron como un “no”.

—Preferiríamos la ayuda de un eh, estudiante, para sentirnos más cómodas.
—Definitivamente lo de Camila son las palabras —dijo Ivette a Mariana.
—Es una chica muy lista y de voz suave —respondió Mariana, pero sin perder de vista a las otras dos.
—Con que eso es… ¿Eh? —La rockstar sonrió de una manera cómplice—. Claro yo entiendo de esas cosas —al decirlo les guiño un ojo—. Yo las ayudaría, pero no se me da a mí, aunque puedo recomendarlas con…
—¿Conoces a Beatriz? —pregunto de golpe Ivette. Tonta. Como si fuera la única, además, que grosera manera de hacer las cosas ¡Ah! Se riño en su cabeza.
—Vaya —el rostro de la rockstar cambio. Ahora la expresión que tenia, si se asemejaba más a la de una perra molesta—. Sí, sí conozco a Bea. No está mal, yo les iba a recomendar a Damián Marley, pero es lo mismo, de todos modos siempre están juntos…
—¿Uno de rastas? —pregunto de nuevo, casi se ahogaba al decirlo. Él no.
—¡Oh vaya! —nuevamente la expresión y ahora el tono de zorra, del que tanto hablaba la líder—. Estas mejor informada de lo que aparentaban tus amiguitas —¿Porqué el cambio tan repentino de actitud? Atino a pensar mientras se hacía poquito atrás, ya que la chica mayor se le acercaba demasiado, como si quisiera intimidarla—. Supongo que querrás que te diga donde esta él…
—Ella —respondió. Justo al decirlo su cuerpo choco contra el barandal de las escaleras. La sutileza murió en ese momento.
—¿Bea? —Cuestionó con un dejo de confusión en su voz, como si no diera crédito a lo que la niña le dijo—.  Esto es un giro aun más inesperado —dijo más para ella misma que para las niñas, que ya estaban también cerca de ellas dos. Por instinto de conservación, se había acercado las otras tres para proteger a su compañera—.  De cualquier manera, Damián y Beatriz sieeeempre están juntos, jamás veras a uno sin la otra —dijo con los ojos en blanco y sin ocultar su molestia—.  Como sea —de repente, se suavizo nuevamente su expresión, su voz incluso regreso al tono de partida, neutral—. Los pueden encontrar en la última aula, del último piso en horas de clase.
—Y ahora… —preguntó todavía algo intimidada Ivette.
—Si corren a la salida del lugar, puede que todavía los alcancen… iban a ir a desayunar supongo, ya que ella dijo que se lo iba a llevar —al hablar de Beatriz, se notaba un tono de desprecio. Tal vez si sea una perra, aun con ese estilo tan genial pensó la chica de secundaria.
—Bueno, pues gracias por la ayuda —hablo la líder, con el mismo tono que le hablaría a alguien que le desagradaba. Tratando de parecer condescendiente, pero para humillar.
—De nada nena —dijo con falsa alegría la rockstar.

Sin mediar mayores palabras la chica bajo las escaleras con el mismo paso desinteresado y cansino del principio. Como si por su fuerza de voluntad, mágicamente las otras chicas desaparecieran de los escalones. Mariana se acerco a Ivette y se quedo ahí a su lado. No dijo nada, no suspiro siquiera. Simplemente se puso a su lado, la miro a los ojos y le sonrió y solo con eso basto para tranquilizarla. La líder se cruzo de brazos y frunció el seño, estaba molesta, pero se podía ver que se sentía satisfecha de no haberse doblegado ante esa muchacha. Finalmente, Camila bajo el tramo recorrido y se acerco a la barda de ese piso. Desde allí empezó a “otear el horizonte”.

—Y bien ¿Esperan una invitación o qué? —rompió el silencio la líder.
—¿Qué?
—Ivette —al pronunciar su nombre lo hizo irritada, como si se le escapara algo evidente a la chica en cuestión—. Vayan a la salida a buscar al tipo de rastas —clásico. El interés de la líder siempre estaba delante, en este caso un hombre—. Camila y yo buscaremos desde aquí —Inesperado. Ella no iba a ir con ellas, se quedaría en la retaguardia—. Si lo vemos les mandamos un mensajito —el diminutivo en su boca sonaba extraño. Como si fuera una chica distinta. No es que fuera mala, pero, no le quitaba lo raro.
—Está bien —Mariana la tomo de la mano con fuerza y la jalo para bajar las escaleras— ¡Vamos Ivette! —Exclamó con una sonrisa en sus labios. De cierto modo todo concordaba en ese instante en el que en físico bajaba las escaleras, pero en mente, como muchas veces, estaba en otra parte. Por eso Beatriz le daba un sentimiento cálido, Mariana seguía esos pasos. Era el preámbulo de lo que Beatriz era. Ahora de golpe lo entendía—. ¡Atenta, no quiero que te caigas y lastimes! —le llamo la atención su amiga.
—No me caeré —atino a decir, al tiempo que “regresaba” a ese lugar. Ya estaban por bajar al nivel de las jardineras—. Que rápido —dijo sorprendida y abriendo grandes los ojos.
—Te fuiste mucho tiempo, no fue tan rápido.
—Vaya… —en la bolsa de su falda sintió una vibración, antesala a un tono de celular meloso. No era muy su estilo esa tonada, pero era la que más fuerte sonaba. Lo saco con su mano libre y con un deslizamiento de su dedo se desbloqueo la pantalla dejando ver un pequeño icono de una carta al centro de la pantalla—. M líder —dijo en voz alta, escucho como se reía Mariana y decía algo así como “que ingenioso” —. “Rastudo a las 6”. No entiendo —dijo mirando confundida la pantalla.
—Creo que aún estamos a tiempo —dijo su amiga mientras volteaba a verla y sonreía.

Damián caminaba a su lado con las manos dentro de los bolsillos de la sudadera. Ella iba a su lado izquierdo. Platicaba alegremente sobre varias cosas, esa era una característica femenina de la que ni siquiera Beatriz era capaz de salvarse. No importaba. Le gustaba mucho escuchar a Beatriz, no era música precisamente pero su voz le endulzaba el oído. Además, le parecían graciosos los gestos que ella hacía al hablar. Era muy natural. Fingía voces, hacía caras de todo estilo e incluso los ademanes de sus manos o movimientos de cuerpo completo. Él procuraba no interrumpirla. Primero que nada por el simple hecho de que le encantaba verla y en segundo término, porque no tenía nada mejor que aportar a la plática.

Beatriz siempre lo reprendía. “¿Cómo que no tienes que contar? Solía decirle molesta, inflando un poco sus mejillas y poniendo los puños en sus caderas, con una leve inclinación hacía él, violando su espacio vital. “Damián el bajista, Damián el estudiante, Damián el dibujante, Damián mi amigo de años… Con esas vidas, más de un solo Damián y como es que nunca tienes nada que contar. ¿Eh?” Escucho tantas veces eso el último año que se lo aprendió de memoria. Incluso sospechaba que ella lo repetía tantas veces justo para eso, para que lo recordara, para tenerlo presente siempre, de alguna rara manera.

Pese a todos los esfuerzos de su amiga, y de bastante tiempo, no de unos meses, sino de años, el no era muy dado a charlar. Claro que hablaba con Beatriz, pero muy pocas veces. Por eso en parte le gustaba estar con ella, porque entendía sus silencios, sus comentarios secos, incluso sus gruñidos o resoplidos. De repente le salto a la mente estar sin ella, recordó su vida antes de que Beatriz entrara a ella…

—No estaba mal, pero no se compara a lo que es ahora —dijo de la nada.
—Otra vez estabas en otro lugar —dijo Beatriz aminorando el paso y mirándolo con una sonrisa. Ya no le molestaba como antaño. En el fondo, aprendió a vivir y convivir con un Damián más ausente que presente. Después de todo, el era más artista que otra cosa, pensaba que era natural que a veces se alejara del mundo—. Pero no entiendo tú comentario, ni siquiera suena a una canción —al decirlo hizo una mueca de incredulidad y arqueo una ceja.
—No estaba creando nada —Damián desvió la mirada al piso. Se le quedo mirando a sus zapatillas, o como se llamaran esa especie de zapatos bajos que usaban las mujeres. Rojos, el color de la pasión. Perfectos para ella—. Estaba recordando el pasado —Se percato de que se detuvieron. Sin decir otra cosa reanudo su andar y ella le acompaño nuevamente.
—¿Qué no estaba tan mal? —pregunto curiosa y abriendo un poco más sus ojos. La misma Beatriz de siempre atino a pensar al verla actuando como era ya su costumbre.
—Mi vida… —dudo unos instantes. Lo medito una fracción de segundo y tomo una decisión. Se encogió de hombros, miro a su amiga a la cara y prosiguió—. Mi vida antes de conocerte no estaba tan mal.
—Entonces… esa vieja vida —Beatriz se llevo la mano izquierda a su barbilla y la acaricio. Con su mano derecha se hizo a un lado un poco de cabello que le cubría el rostro, los ojos en concreto—, no se compara a la de ahora porque… —dejo sus palabras al aire. Miro fijamente a Damián y mostro la dentadura mientras la “e” se extendía a través de sus labios. Lo mismo de siempre, ella quería que el terminara la frase. Apenas media sonrisa se dibujo en el rostro del chico. No podía evitarlo. La misma Beatriz pensó nuevamente.
—Porque estas a mi lado. Porque somos amigos tonta —dijo el sonriendo completamente. No podía evitarlo. Su vida tenía más color gracias a que Beatriz estaba en ella—. Solo querías que lo dijera para saciar tu orgullo malsano —la empujo con suavidad, apenas y la toco con su palma en el brazo.
—¡Obviamente! —Con habilidad sujeto su brazo y lo jalo. De ese modo cambiaron de lugares.
—Chica lista —dijo él irguiéndose.
—Siempre —Con un orgullo y dignidad propia de una reina, la muchacha alzo su rostro resaltando su barbilla y la sonrisa burlona coronada por sus dientes. Al mismo tiempo, se acomodo un mechón de cabello entre la oreja y la otra mano la poso en su cintura con un aire de alta cuna. She’s like a rainbow pensó al verla, recordando esa pieza maestra de los Rolling Stones. Por eso su vida tenía tanto color…

Sus cavilaciones fueron interrumpidas. Saliendo directo a su encuentro dos niñas se estrellaron con Beatriz. Su cara embelesada se transfiguro. Las tres iban directo al piso y solo él estaba allí para detener su caída. En otro instante decidió ir por las dos niñas. Ágil incluso para su sorpresa, esquivo a Beatriz. Con la siniestra sujeto a una chica de pelo negro escurrido y piel morena. A la niña rubia no podría agarrarla tan fácil. Mierda. Entonces opto por llanamente abrir lo más que pudo el brazo derecho y aguantar, como si se tratara de un abrazo efusivo.

Obviamente los tres cayeron al piso de manera estrepitosa. Beatriz solo planto firme un pie en el piso y recobro el equilibrio. En el fondo, agradeció que Damián no la hubiese tratado de salvar. Ellos dos tenían bien presente que él era un bueno para nada en lo referente a actividades físicas, tal vez solo por eso, trato de agarrar a las otras dos niñas. También decidió callar que por su culpa, realmente se habían ido al suelo… de no haber intervenido él todo habría sido diferente.

—El mismo tonto con buenas intenciones —susurro para sí Beatriz, sin poder ocultar su sonrisa de orgullo.
—Diablos me duele la pinche espalda —dijo molesto el de rastas. Claro, por lo menos sirvió para amortiguar la caída de las niñas—. Por favor… quítense de encima —exigió.
—Discúlpanos —dijo la chica de pelo negro parándose ágil—. Nos distrajimos, fue nuestra culpa.
—Pero tampoco tienes que gritarnos gruñón —dijo la niña rubia quitando su peso de encima de él y sentándose en el piso, a un lado—. Patán.
—¿Tú de nuevo? —dijo sorprendido el chico mientras se incorporaba y veía a la rubia con pecas. La misma de la mañana—. Qué manera de vengarte…
—¡Cállate Damián! —Le reprendió Beatriz y le dio un golpe en la cabeza—. No seas un patán.
—¡Pero Beatriz!
—Ya se disculpo contigo ella, fue un accidente además —le extendió la mano a la rubia y de un tirón la puso de pie—. No seas una reina del drama Damián…
—Tiene razón fue un accidente. Discúlpanos —la chica de pelo negro le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie. ¡Como si de verdad pudiera aguantarlo!
—Ya, no pasa nada — su tono era de molestia. Además hizo a un lado la mano que le ofrecían. En un pestañeo nuevamente le dieron un golpe en la cabeza— ¡Mierda porque!
—Tú mamá se decepcionaría de ver cómo te comportas —le dijo con un tono frio la morena.

Cuando todo lo demás fallaba, esa frase, esas malditas palabras, lo desarmaban. Su madre, una madre soltera. De esas que trabajaban hasta tarde y llegaban hechas polvo y aun así sonreían. La clase de mujer abnegada, amorosa y trabajadora. De esas que aparentemente ya no hacían en esos días. Su madre que daba todo por él, se sentiría decepcionada… ¡No podía permitirlo!

Beatriz siempre sabía donde patearlo, donde poner el dedo y en automático podía sentirse el peor ser humano del mundo. Esa era una de las consecuencias de que ella estuviera en su vida, que lo conocía tan bien como para hacerle eso.

—Creí que solo en los cuentos las “conciencias” estaban fuera de la cabeza del personaje —dijo el poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo.
—Josefa grillo para servirte en tus momentos más obscuros —respondió burlona su amiga.
—Discúlpenme por cómo me porte niñas… —miro a la chica de pelo negro y ella le sonrió. Volteo a ver a la rubia y le seguía viendo molesta—. De verdad, las dos discúlpenme.
—Está bien, no hay problema —dijo sonriendo la niña morena, sin mayor problema.
—Sí, disculpado —dijo con fastidio la niña rubia. Él solo se mordió el labio para no responderle.
—Bueno, aclarado todo volvamos a lo nuestro —dijo mirando a su amiga y traicionando sus deseos de decirle unas cuantas palabras en tono golpeado a la niña.
—¡Esperen! —exclamo. La pareja de chicos mayores se detuvo en seco y la miraron. La morena la vio sorprendida, curiosa. El de rastas la miro hastiado, haciendo una mueca de molestia. Ella se sintió mal no solo por la mirada del chico, sino por otra vez, haber interrumpido de esa manera, como si no hubiese otro modo—. Quería pedir un favor a… —en ese momento sonó la campana, su campana, no la de ellos. Nuevamente la presión le recorrió el cuerpo. Se paralizo, ya no supo que decir. Su amiga debió notarlo pues se le acerco y le sonrió, tomando así la palabra, relevándola.

—¿A qué hora salen el día de hoy? —pregunto cortes, como si se tratara de lo más fácil del mundo. Ivette envidio a Mariana en ese momento, por como las palabras se deslizaban tan dulces y de manera tan sencilla de sus labios.
—No lo sé —dijo él chico de rastas de manera honesta, fue tal su espontaneidad que hasta el gesto le cambio a uno de duda.
—Tú estás totalmente perdido —dijo contenta su amiga morena, como si le hablara a un niño pequeño, con esa mezcla de diversión y ternura causada por las acciones del otro—. Hoy salimos un poco tarde, a las dos, si no mal recuerdo…
—¡¿Las dos?! —dijo horrorizado el chico de rastas. El gesto fue tal que la niña morena no pudo evitar reírse—. ¿Por qué Beatriz?
—Porque tenemos que ponernos de acuerdo en lo de la exposición de la semana que entra y tus amistades siempre se tardan mucho. Realmente Tú sales tan tarde… yo por ser buena amiga te esperare, aunque bien pudiera irme y dejarte a tu suerte —aunque sus palabras sonaban duras al vuelo, todo lo dijo sin dejar de sonreír.
—Gracias —dijo por lo bajo el de rastas, como si de repente se apenara.
—Bueno —la niña morena retomo la palabra, aun con una sonrisilla bailoteándole en la boca—, ¿podríamos verlos en su salón?
—Claro, no veo el porqué no y más si es que podemos ayudarlas en algo —dijo Beatriz con gusto.
—Solo una cosa —intervino la rubia, hasta ahora se había mantenido al margen por saberse incompetente social para esto— ¿Cuál es su salón?
—Ah sí claro —la morena mayor saco la lengua y se rasco la nuca. Le divertía haber obviado ese detalle y que se lo recordaran de esa manera. “Ella jamás pierde el buen humor” pensó Damián al verla tan contenta, tan lejana de todo lo malo—. Es en el último piso, la última del lado derecho.
—Así ya no hay manera de que nos perdamos —dijo sonriendo la niña morena. La otra morena asintió y sonrió a su comentario. Damián e Ivette en ese momento atinaron a pensar, que eran una especie de hermanas perdidas o la misma mujer en diferente etapa de su desarrollo.
—Está bien —Beatriz tomo del brazo a Damián y empezó a andar—. Las vemos allá, lleguen antes de las dos y nos encuentran sin duda alguna —al acabar de hablar se despidió con la mano y con la sonrisa en sus labios.
—Bueno —Mariana devolvió su mirada a Ivette. De reojo, pudo ver que sus otras amigas se acercaban al fin—. Todo salió bien, ¿No?

Ivette solo pudo asentir ante la pregunta de su amiga. De repente sentía que le faltaba el aire. Estaba sucediendo ¡De verdad! Todo ese plan descabellado salido de una mente infantil, para hacer más divertido un trabajo impuesto como castigo. No daba crédito a que todo pasara así, a que de verdad fuera realidad esa pequeña locura, y además pasara tan rápido.

—No lo creo —dijo en un susurro, aunque aun, asentía con la cabeza.

2 comentarios:

  1. Bueno, no es el tipo de cosas que estoy acostumbrada a leer, así que tengo que decir que tuve un muy fuerte y claro déjà vu, fue algo raro y me paso al leer los dos últimos párrafos, en verdad es algo que me intriga...

    Por lo demás me sentí muy cómoda leyendo esto, todo fluye muy bien y a pesar de que no describes a pie de letra sus paredes y ventanas, me atrapó totalmente.

    Por otro lado hubo un momento en que me confundí de personajes (estoy segura que es porque estaba leyendo muy rápido), pero solo digo que es una historia muy sencilla pero envolvente.

    Espero más. Saludos.

    Nabile

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    1. A mi también me intriga lo del deja vu para ser honesto, espero algún día saber el "¿por qué?" detrás del mismo.

      Es un gusto leer esto de las descripciones, trato de hacerlo de otra manera, un poco más dejar al aire para que quien lee se lo imagine, claro, doy bases pero no todo, al menos eso trato con los entornos... los personajes son otra historia creo. Que bueno que agrade, vaya que sí.

      Muchas gracias, para ser una historia tan sencilla, me sorprende que agrade.

      Y eh... una vez más, gracias por leer y comentar, de verdad, Nabile.

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