Todos tienen sus
ideas respecto al correr del tiempo. Lo único cierto, es que es relativo.
Para alguien que
está ansioso por que llegue una hora, un momento en concreto, puede parecerle
eterno, como si jugara en su contra y solo retrasara ese instante tan esperado
para molestar, para herir. También podía
ser que para otro, el tiempo corriera lento por estar esperando a una persona,
que fuera una agónica y letárgica espera el tener que estar atado al tiempo y los deseos de alguien más. Este
último era el caso de Damián.
—¡Beatriz! —dijo
con un quejido y echando hacía atrás la cabeza.
—No Damián, todavía
no —respondió la morena usando ese tono paciente de madre que se le daba tan
bien—. Ya falta poquito…
—Ya me quiero
largar a mi casa —se sentía frustrado. A la una en punto había terminado de
acordar lo de la exposición y ahora, estaba allí sentado, esperando. Hace un
rato había sido Dafne y la mayoría de “sus
chicas” como diría burlona Beatriz. Ahora, estaba esperando a esas niñas
bajo resguardo de su amiga y con amenaza si trataba de irse. Las mujeres en su
vida eran su problema.
—Ya falta poco —la
muchacha estiro el cuello y miro al techo—. Si ya quedamos en algo, mantenemos
nuestra palabra. ¿No siempre dices eso?
—Yo no quede en
nada —de manera natural frunció el entrecejo y puso un gesto apático. La
muchacha morena no pudo evitar sonreír al verlo hacer eso—. Tú eres la que
quedo en algo con esas niñas…
—Y como el buen
amigo que eres estas aquí esperando, conmigo —se levanto, con pereza. No es que
a ella le agradara esperar, pero, si uno queda en algo, si uno habla y dice que
hará algo, procura cumplirlo. Bajo ese estándar se movían. Una de pocas cosas
en común—. Ya falta menos, no seas desesperado —se acerco a la barda y miro hacía
el suelo. Todo parecía tan lejano e indiferente a ellos. No por la distancia,
sino por como la vida, la gente y la naturaleza misma, seguían su curso
ininterrumpido, independientemente de que alguien, en este caso ellos dos, se
tomaran una pausa. “Vaya pensamientos tan
profundos”. No pudo evitar sonreír ante esa idea. No es que no lo fuera,
pero no solía meterse en cavilaciones de ese corte tan “metafísico”.
—Además tengo un
chingo de hambre… y seguimos aquí, esperando a unas niñas que seguro, no van a venir
—Con rápido movimiento irguió la cabeza y se puso de pie. Se sentía irritado.
No comer a sus horas le molestaba. Curioso para alguien que realmente no tenia
horario alguno para hacer sus comidas—. Aparte ¿Qué chingados vamos a hacer
para ayudarlas? ¡Ni siquiera sabemos que quieren y accediste! —se levanto de su
asiento para irse a tirar al piso, junto al escritorio.
—Lo sé. No te
matara tratar de hacer algo por los demás de vez en cuando.
—Ayudo a la gente,
no soy filántropo pero ayudo cuando puedo y…
—Cuando quieres.
Ese es el detalle —señalo Beatriz—. Ahora, alguien ha venido a pedir ayuda,
algo que tal vez tú podrías hacer. Si eso para ti no es negar la mano a quien
te la pide, no sé que lo sería entonces —el chico se quedo callado. Un punto
para ella por ser sus palabras tan acertadas. Al no recibir respuesta,
continuo—. Yo no hare a un lado a alguien que me pide que le ayude. No puedo
simplemente —la chica recargo la espalda contra esa barda de cemento y se
deslizo lentamente hasta el suelo. Al tocar tierra, se arreglo la blusa y
estiro sus jeans.
—No serías tú si le
dieras la espalda a quien requiere ayuda —se puso de pie nuevamente, mostrando
una agilidad irreal después de la caída de la mañana. Despacio fue a ponerse a
su lado, solo que en vez de recargarse, se sentó frente a ella, para verla a
los ojos, a la cara—. No puedo imaginarme a una Beatriz diferente a la que eres
—dijo con esa extraña sonrisa en su rostro. No era ni media sonrisa, ni un
esbozo siquiera, pero se podía percibir que era, sin duda, la más honesta de
todas.
—Yo soy quien soy
—dijo la chica, para su sorpresa, con torpeza y sintiéndose inhibida. A su
modo, a la manera en que él hablaba, se expresaba y actuaba, esas palabras eran
el más grande cumplido.
—Y espero que así
sea siempre —confirmo. Incluso asintió con la cabeza, de una manera
aprobatoria—. No me imagino la vida sin la persona que tú eres, a mi lado.
Se quedaron en
silencio. No de manera incomoda, o por falta de palabras. No. Simplemente, se
quedaron callados porque, ella no quiso romper la magia y lo “perfectas” que
eran esas palabras. Él no prosiguió pues ya no había más que decir,
absolutamente nada más que agregar que no
fuera redundante. “Quiero que mi
vida siga siendo así”. Fue lo que pensó, y sólo concebía una vida así, con
ella a su lado.
—Se nos va la
juventud —dijo la líder mirando a donde estaba ella.
—Guardo mis cosas
lo más rápido que puedo —la niña rubia de verdad se apresuraba. Eso, por otro
lado, no significaba que no le dieran ganas de darle una patada a la cara a
quien la presionaba. “Por algo me gusta
hacer las cosas a solas y a mi ritmo”. Pensó. Salida de la nada, Mariana le
ayudo sin decir una palabra. Solamente se puso a su lado y empezó a tomar cosas
para pasárselas y que ella las guardara—. Muchas gracias —fue lo único que se
le ocurrió decir ante ese gesto tan sencillo, pero tan importante.
—No tienes nada que
agradecer Ivette —le respondió con una sonrisa. De esas radiantes, de esas
increíbles, de esas que sólo Mariana sabía hacer. De esas que ella, Ivette, a
veces hacía y por error— ¿Ya estas lista? —le cuestionó su amiga.
—No te entiendo
—claro que entendía, lo que sucedía es que la pregunta la atrapo desprevenida y
respondió con una evasiva. Un clásico de la gente, y ella no era la excepción.
—Para ir a pedir
ayuda al chico de rastas —Contesto su amiga. Igual que siempre, omitiendo esas
respuestas esquivas, incluso quizá callando el comentario sarcástico o la
pregunta evidente. “Debería portarme
mejor… por lo menos con ella” —. Pensé que te sentirías nerviosa o que tal
vez no te agradaría la idea, tomando en cuenta que es el mismo que te metió en
esto… al menos de manera indirecta.
Eso la agarro
nuevamente con la guardia baja. Cuando llego a su salón tarde, después de casi
implorar por ser tomada en cuenta y llorar de nuevo, pero esta vez en silencio
y por furia, se sentó junto a su grupo de amigas y conto entre sollozos y
gruñidos ahogados lo que sucedió en la mañana. En ese momento, aunque todas le
oían, sintió que ninguna la escuchaba, que ninguna prestaba atención. Que sus
problemas no le importaban a ninguna de ellas y quiso tirarlas en lodo, que en
ese momento fue lo más malo que se le ocurrió a su aun infantil mente. Y ahora,
Mariana como siempre, como si nada, hablaba de eso, de algo importante. El
detalle no era que lo tratara como un tema mundano, sino que si le había hecho
caso. Que si le hacía la pregunta, por más casual que pareciera, era porque
realmente se preocupaba por ella. Se sintió mal de repente.
—Soy una tonta
—dijo sin remedio. No pudo callar las palabras que salieron de sus labios. Le
dolía ser así.
—No digas eso
—Mariana le puso una mano en el hombro, y aunque no la vio al rostro, sabía que
sin duda estaba sonriendo. Lo sabía por ese tono de voz dulce y consolador que
usaba y porque su mano le trasmitía una calidez que iba más allá de un orden
energético.
—Bueno —alzo el
rostro nuevamente. En efecto, Mariana sonreía. Camila estaba quieta a un
costado, mirándolas, con la incertidumbre de si debía intervenir o no. Pobre,
tan tímida. Melissa, la líder, estaba en el marco de la puerta, su expresión se
suavizo. Aparentemente las tres la escucharon y se preocuparon por ella. Eso,
eso la hizo sentir peor—. Estoy lista —dijo. Realmente no estaba convencida y
se sentía como alma que lleva el diablo, pero ahora, tenía esa rara idea de que
no podía echar la moral del grupo al suelo. No después de todo lo que por ella
hacían—. Vamos ya.
Al decirlo, se echo
su mochila al hombro y atravesó la puerta primero. Detrás de ella fueron sus
amigas, incluso la líder dejo que pasara primero. Ahora, ella encabezaba esta
misión.
—Ya regrese —dijo a
la chica morena—. Toma —pese a todo, con delicadeza le acerco una lata de
refresco con una gran manzana de logo.
—¿Qué compraste
para ti?
—Una de estas —le
enseño la lata de refresco vacía.
—Vaya, así que tu
eres de los que, obedecen a su sed ¿eh?
—Búrlate Beatriz,
búrlate. Pero me gusta como sabe. Eso es lo que importa —con moderada fuerza
lanzo la lata al bote de basura dentro de su salón. Fallando por un espacio
significativo.
—Te pasaste por
mucho —señalo la chica morena con una sonrisa en su rostro—. Por eso los
blancos no juegan en la NBA.
—No digas más, no
es como si tú fueras a hacerlo mejor…
—¿Apuestas? —dijo
desafiante.
—Por favor, está
bien que eres más ágil, que tienes mejor condición y que haces más deporte,
pero vamos. La visoespacialidad no es cosa de mujeres, al menos no de las que
no tienen un entrenamiento…
—Me subestimas a mí
y a mi genero ¿Es eso?
—Solo digo las
cosas, como son —el sonreía también. Contrario a lo que podía pensarse a
primera vista, ambos disfrutaban ese “jugueteo”, que más que inusual, era
extrañamente común, no en ellos nada más, sino en todas las relaciones, del
tipo que fueran, entre un hombre y una mujer.
—Me va a dar mucho
gusto cuando te haga comerte tus palabras y me pidas disculpas —la chica dio
grandes tragos a su bebida, hasta terminarla—. ¡Ah!
—Ja, y yo soy el
que obedece a su sed —dijo el arqueando las cejas y mirándola.
—¡Calla! Es una
reacción natural del cuerpo —se defendió ella. Con un movimiento suave, se puso
de pie. Se puso a su lado. Él debería medir más de 1.80m pues, realmente se
veía alto junto a ella, que apenas le llegaba al hombro—. ¿Listo para darme la
razón?
—Nunca he estado
más listo para tener la razón.
—Ya lo veras…
Beatriz flexiono su
brazo hacía atrás. Lo dejo allí, “colgado”. Con calma calculo la distancia y
que tanta fuerza debería darle a ese lanzamiento. No hizo ningún cálculo
complicado, simplemente, sopeso el peso de la lata vacía y que tanta fuerza
necesitaba para asestar en el bote. Nada del otro mundo. De ese modo aventó la
lata al bote, haciendo un “enceste” limpio en el centro del contenedor de basura y claro, dejando
boquiabierto a su amigo.
—¿A qué te sabe la
derrota y que estuvieras equivocado?
—Fue suerte…
—¡Que mal perdedor
eres! —exclamo ella con una sonrisa y dándole un empujón—. Será lo que quieras,
pero apostaste a un solo intento y perdiste.
—¡Bah! La suerte no
cuenta como victoria —dijo él para desechar el triunfo de su amiga.
—Palabras de los
vencidos —respondió diciéndolo en voz muy alta, como si no se dirigiera a su
amigo en concreto—. Te gane y te calle la bocota —esta vez al decirlo si lo
miraba—. ¡Dos pájaros de un tiro!
—Fue mera suerte, y
nada más —repitió. Tal vez, más para convencerse y reconfortarse que para que
ella lo aceptara.
Subían las
escaleras a paso tranquilo. La líder desde el primer piso ya se había cansado
de subir a paso veloz, y sin preguntar, empezó a andar despacio. Las otras
tres, como buenas amigas, aminoraron la marcha para ir todas juntas. Un acto de
cordialidad que sin duda, se interpretaría como uno de sumisión.
—Por eso tienen
esas piernotas estas tipas —dijo la líder, tratando de mantener el ritmo y el
aliento—. Si yo subiera a diario tantos pisos tendría esas piernas…
—No es tanto —se
aventuro a decir Camila.
—No llevamos tanto,
mejor dicho —corrigió Ivette. No estaba irritada ni cansada, curiosamente,
estaba nerviosa. Ahora si lo estaba.
—Vamos, es el
segundo piso apenas, faltan dos más —dijo Mariana, con esa voz alegre que le
caracterizaba. Realmente no era la gran cosa, pero, siempre usaba ese tono ante
un contratiempo. Ya fuera una bobería o incluso un problema de gran
envergadura. Siempre positiva—. ¡Ánimo!
—No sé de donde
sacas las energías —dijo la líder mirando a Mariana. Incluso se detuvo para
tomar aire y jadear a gusto—. ¡Esto es demasiado! —exclamo de manera teatral,
casi como si fuera una tragedia.
—Ya, relájate —dijo
hastiada Ivette. Realmente, a veces se preguntaba cómo es que ese grupo tan
distinto de personas, lograba no sólo estar juntas, sino además, realmente
llevarse bien.
—Vamos, ya falta
poco —dijo conciliadora Mariana.
Siguieron subiendo
las escaleras. Los siguientes pisos se subieron sin uso de palabras. Se podría
decir que el silencio era cortado solo por algún esporádico quejido de la
líder, de esos lastimeros como de alma en pena, y una que otra ocasión por el
eco de sus pisadas. De repente, gracias a esa falta de palabras, fue que se
dieron cuenta de lo solas que estaban realmente en ese lugar, de cómo la vida a
ese edificio se le iba cuando la gente que tomaba clase en ellos, se retiraba.
Al final llegaron a
la cuarta planta. Vieron a los dos estudiantes allí sentados “en la lejanía”,
al otro extremo del pasillo. Como si nada, recargados contra la barda, ella al
lado de él, aparentemente felices aunque solo ella riera y el siguiera
hablando.
—Vaya pareja rara
—dijo la líder, recuperando sus bríos perdidos por el ejercicio.
—No sabemos si son
pareja —no supo porque, pero lo dijo. Le broto natural de la boca, pero, en el
fondo, lo dijo más que con determinación, con esperanza de que sus palabras
fuesen realidad. “¿Por qué Ivette?” se
cuestiono a sí misma.
—Tú no sabes
—respondió la líder.
—Podemos
preguntarles si quieren —dijo Mariana como si nada. Con equiparando esa acción
a preguntar la hora o por una dirección. Cosa Fácil.
—¡No! Eso sería muy
descortés —esta vez, fue Camila quien alzo su voz, para sorpresa de Ivette.
—Ella tiene razón.
—Bueno, ya ¡Shhh!
Nos van a oír y eso sería peor sin duda —dijo Mariana, con todo y el gesto de
llevarse el índice a sus labios. “Vaya,
eso no fue nada sutil Mari…” Y aun así, Ivette no pudo evitar sonreír por
el gesto tan “bobo”.
Cuando llegaron a
un lado de ellos se hizo entonces el verdadero silencio. Fue como si de
repente, por un instante, el sonido se hubiese apagado en ese lugar. La líder
se quedo atrás, a su lado Camila, al frente de todas Ivette y a un lado y
ligeramente más atrás, Mariana.
Damián miro a las
niñas y aunque se sintió aliviado de que pronto acabaría este asunto, no pudo
evitar preguntarse “¿Qué carajos sigue
ahora?”.
—Bueno, son muy
puntuales —dijo Beatriz rompiendo ese encantamiento de silencio. Lentamente se
puso de pie, le dio un pequeño golpe a Damián para indicarle que hiciera lo
mismo.
—Ya voy —dijo
molesto y se paro, de manera perezosa y con clara antipatía.
—¿Para qué somos
buenos? —pregunto la chica morena, con una curiosidad palpable en sus palabras
y su mirada.
—Ivette necesita
ayuda —dijo Mariana sin más. Con una palma la empujo hacía delante. Fue algo
muy sutil, más que para hacerla avanzar, fue una indicación de que ahora era su
turno de tomar la palabra.
—Eh… este… —se puso
nerviosa de repente, aun más de lo que ya estaba. Él no dejaba de mirarla, como
si por verla a los ojos pudiera sacar algún dato extra, además le miraba con
una cara amarga, como si le molestara estar ahí. Ella la miraba curiosa, como
esos animalitos que ven por primera vez a un ser humano—. Necesito su ayuda…
—Eso ya lo dijo
ella.
—Damián —dijo
Beatriz, con ese tonó peculiar de las mujeres. Señal de perder la paciencia—.
Discúlpalo, sigue por favor.
—Es sobre
estadística.
—Números —dijo
Beatriz, esta vez con un dejó de molestia en su voz.
—Tus viejos
enemigos —dijo él sonriendo.
—¿No se les da la
materia? —cuestiono Mariana.
—A mi no mucho
—dijo Beatriz sonriendo. Como siempre, todo lo malo y los problemas se le
resbalaban. “Clásico de Beatriz” pensó
Damián al verla tan tranquila confesando.
—Oh no —articulo
Ivette las palabras. Y eso fue en verdad lo que hizo, no emitió sonido alguno.
Solo movió sus labios y la expresión de su rostro cambio.
—Damián es el que
me ayuda en eso. A él se le da bastante bien, la estadística. No los números,
sino la estadística y la práctica.
—Son solo formulas
y búsquedas de datos para sustituir, nada más —dijo él en lo que Ivette pensó
era un intento de ser modesto o de restarle importancia a su merito.
—Si requieres ayuda
con eso, él es el indicado —esta vez, al escuchar a Beatriz, Damián fue el que
hizo un gesto—. El es el que sabe —dijo con una sonrisa, orgullosa del
muchacho—. Lo que requieras, él es quien podrá ayudarte, porque la verdad yo
soy muy mala para eso, aparte de que odio los números desde hace mucho.
Los dos, Ivette y
Damián, se quedaron pasmados. A ninguno de los dos le agradaba a donde iba a
desembocar eso.
—Puedes ayudarla
Damián. ¿Qué tan difícil o exigente puede ser lo que le pidan a una niña de
secundaria? —dijo Beatriz, notando astutamente que su amigo no quería ser
partícipe de esta petición.
—No sé si tenga
tiempo…
—Tendrás algo que
contarme al fin, y dudo que tú ajetreada vida te impida regalarle una hora de
tus días a esta niña —aunque no había un solo fragmento de amenaza en su voz,
Damián sabía que cada palabra que ella decía, solo era un intento más para
forzarlo a aceptar. Incluso evidenciando que tenía el tiempo y los
conocimientos. Todo, menos las ganas de ayudar a alguien más.
—No es tan fácil
—su voz estaba cargada de dudas, incluso le sorprendió no tartamudear al
decirlo.
—No es algo tan
difícil, ni que te quite mucho tiempo —intervino Mariana, desconociendo todo el
drama que se estaba forjando en la mente del muchacho—. Deja que Ivette te
explique un poco de que trata, y creo que podrías acceder.
—Si Damián, después de todo: “¿Se necesita una razón
para ayudar a alguien?” —cito la chica morena. “Bien jugado” pensó Damián. No le dio gusto, pero reconoció que
estaba jugando astutamente sus cartas.
—Eso fue hace años, además es una cita de un
videojuego...
—Que te impacto mucho y consideras una máxima —“justicia poética”, pensó Damián.
—Bueno está bien, supongo que no pierdo nada por
escuchar y ver si en verdad, está en mis manos el poder ayudarte —más que
vencido, lo dijo de manera honesta.
Beatriz sonreía
mientras escuchaba hablar a Damián. No era mala persona, sólo un tipo huraño y que
sobrevaloraba el tiempo, su tiempo y como lo empleaba. Ivette se sintió perdida
en ese momento, su asombro aumentaba más y más. “De manera que si va suceder” atinó a pensar, mientras, de manera
mecánica, le explicaba a Damián lo que tenía que hacer y como él podía
ayudarla…
La suerte estaba
echada, ahora, solo quedaba recibir su respuesta.
La descripción de Alex fue acertada, también noté que a mitad de la lectura estaba sonriendo.
ResponderBorrarMe encantan los personajes de Beatriz y de Damián, su relación es tan relajada y agradable. La tranquilidad de esta historia trasciende a quien la lee y la capacidad de transmitir sentimientos a través de lo que escribe no es algo que tengan muchos.
Definitivamente le respeto cada vez más, Kaifan.
Muchas gracias por tus halagadoras palabras Feel.
ResponderBorrarNunca me imagine que tendría tan buena recepción esta historia la verdad, pero, al leer eso de sonreír, bueno, es una gran satisfacción.
No sé que más decir, que gracias de nuevo, y haré lo posible por mantener eh... la calidad que tiene la historia, o la magia, no tengo idea de como llamarle.
Una vez más gracias, no sólo por leer o comentar, sino por tus palabras. =)