Capitulo Tres: Tiempo.
Caminaban bajo el
ardiente sol. Con toda la calma que pueden tener los jóvenes, sin prisas y sin
presiones. Aunque en el fondo no fuera cierto, aunque su cabeza le diera mil
vueltas a como estaba envuelto en un nuevo dilema, su caminar no le
traicionaba. Ni siquiera el ajetreado ritmo de la ciudad capital era capaz de
empujarlo de esa pereza, aparentemente natural y arraigada a su ser tanto como
sus huesos o el color de sus ojos.
Se detuvo de
repente y suspiro. Se rasco la cabeza, haciendo con sus dedos un espacio entre
la jungla que conformaban las rastas para poder rascarse. Ella se detuvo,
paciente, como pocas personas en esos días. Lo miro y no pudo evitar sonreír.
Su cara y el gesto de preocupación y confusión era lo que le divertía. “No es un mal tipo, simplemente es un torpe
para estas cosas”, pensó la joven que seguía mirándolo.
—No lo sé Beatriz,
realmente no me agrada esto —rompió las cavilaciones de la morena con esas
palabras—. Yo no soy tutor de mocosos y ni siquiera sé si seré capaz de ayudarla
y enseñarle algo, ya sabes, soy universitario, no niñera…
—Ella no debe tener
menos de catorce y tú tienes dieciocho, no es un bebe, es una adolescente.
Además, te he visto cuando le explicas las cosas a Dafne, o incluso a mí —se le
acerco y le puso una palma en el hombro. Por naturaleza, el chico la miro a los
ojos en ese momento. Naturaleza humana y costumbre entre ellos—, eres un
“maestro” paciente, que habla claro y que sabe de qué va este asunto. Créeme
—le dio dos palmaditas y sonrió—, lo harás bien.
—Siempre me dices
lo mismo, siempre me dices que me calme, que no me preocupe, que todo estará
bien —el chico se irguió por completo, ahora, ella era la que buscaba su cara,
para verle directo a los ojos.
—Y normalmente así
es como suceden las cosas Damián —al decirlo, hizo a un lado un mechón de
cabello que le tapaba el lado derecho del rostro—. Así te veo completo —dijo
con su voz cantarina, sonriendo.
—Tú le quitas el
drama a todo Beatriz —lo dijo como reproche, pero no pudo evitar sonreír—.
Bueno… ¿Estarás conmigo en esto no? —su pregunta, dejaba ver no nada más su
duda, sino un extraño temor. Incluso, su voz se le quebró un poco al
preguntarlo.
—Por supuesto —se
llevo la mano a la cadera, arqueo una de sus cejas y sonrió—. ¿Cuándo te he
dejado solo Damián?
—Ni una vez, desde
que te conozco —respondió aliviado el chico. Mágicamente, como si se tratara de
un hechizo, el temor y la duda se esfumaron, como si jamás hubiesen estado
allí. Era una locura, una mágica locura.
—Ándale, sigamos
caminando que ya quiero llegar a mi casa —dijo la morena emprendiendo el paso,
como si nada hubiese pasado. “Esta es su
magia” pensó.
—Sí, vamos —dijo
él. Sin darle más vueltas al asunto, simplemente, dejándose guiar.
No vivían lejos.
Pese a ello, les gustaba caminar de regreso a sus hogares con paso tranquilo.
Como siempre, Beatriz hablaba la mayoría del camino y Damián escuchaba
atentamente y hacía las oportunas observaciones a cada cosa que ella le
contaba. Se había convertido, desde hacía mucho tiempo, en una especie de
ritual. No se trataba nada más de caminar de regreso a casa, sino de más cosas.
Beatriz muchas veces estaba con Damián, eran muy unidos. Claro, no estaban
siempre juntos, pero una gran parte de su tiempo lo pasaban en compañía el uno
del otro. Simplemente, para ir a la universidad, cada uno tomaba su camino,
pero el regreso, procuraban hacerlo juntos.
Al dar vuelta en
una esquina, Damián miro a su amiga. Recordó en ese instante muchas cosas.
Cuando se mudaron a este barrio, el porqué se cambiaron el y su madre, lo solo
que se sentía, y el cómo un día de la nada su vecina, una niña morena y ágil se
le acerco y empezó a juntarse con él. Al principio, renuente la alejaba, y ella
igual de necia se mantenía a su lado. De la nada, se hicieron amigos. Ahora, en
retrospectiva, le era difícil e incluso doloroso recordar esa etapa de su vida
en que no “había” Beatriz. “Llegaste en
el momento justo, sin duda” pensó mientras la observaba.
—¿Dónde estuviste
toda mi vida? —parafraseo ese dialogo tan cliché de las películas, y quizá de
la vida misma. No lo dijo ni siquiera en un tono de voz muy alto, incluso,
podría decirse que se le escurrió de los labios el decirlo, en sacarlo fuera de
su mente.
—A tu lado tonto
—dijo ella sin siquiera voltear a verlo. Como si supiera que mirarlo, o
detenerse no haría gran diferencia. “Lo
importante esta en las palaras”. Pensó Damián al mirar a su amiga, y como
ella ni se inmuto por el comentario ni por la respuesta—… ¿Damián? —Le preguntó
ella y se detuvo para verlo a los ojos. El se detuvo en seco también y la miro
confundido—. Otra vez en la luna ¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó, más al
viento que a su amigo.
—¿Qué sucede?
—cuestiono él a su vez. En parte para informarse y en otra para aterrizar
nuevamente, para disipar “el sueño” de lo sucedido hace menos de un instante.
—Que te están
esperando —al decirlo, con su mano señalaba hacía el portón de una casa que ya
estaba entrada en años. En las rejas que guarecían el hogar, se encontraba un
trió de muchachos sentados.
—¡Verga! —Al
exclamar abrió grandes los ojos y se dio una palmada en la frente—. ¡Habíamos
quedado de echar la reta y las chelas!
—Te va a ir muy mal
—lo dijo con un tono burlón.
—¡Damián, no mames!
—le grito uno de ellos al verlo acercarse—. ¿Qué pedo cabrón?
—No, es que tuve
una complicación y…
—Hola Beatriz —dijo
otro de ellos, poniéndose de pie rápidamente y atravesándose entre todos para
ponerse delante de la chica. Se planto firme y le sonrió de una manera que él
consideraba seductora, provocativa. Los demás, pensaban que se veía ridículo.
—Hola —dijo con
cautela ella, incluso, dio un paso atrás y otro al lado de Damián.
—No mames, hazte
pa’tras que la asustas —se quejo el muchacho a la vez que empujaba a su
insistente amigo—. ¿Cuándo dejaras de ser tan acosador?
—Sólo la salude —se
quejo el tipo mientras le daba un golpe a la mano que le empujaba.
—Eres un pendejo
guey —dijo el último de los tres. Este ni siquiera se levanto, seguía sentado
sobre una caja de cartón. Lo más que hizo fue estirar la mano, primero para
chocar el puño con Damián y después para saludar a Beatriz, del mismo modo,
chocando puños.
—Tus intervenciones
aunque agresivas, siempre son bien recibidas —dijo la chica sonriendo,
nuevamente ajena a todo lo negativo.
—Es un placer
defender a una dama y poner en perspectiva a los tontos —dijo el sujeto,
echando hacía atrás la cabeza—. ¿Ya podemos entrar? Han de estar tibias ya las
chelas…
—Sí, claro —al
decirlo saco de su bolsillo las llaves y abrió la reja, torpemente. “Muy Damián” pensó Beatriz, sin poder
borrar la sonrisa de su rostro.
—¿No te quedas a
echar la reta en el “3” —pregunto el tipo de la caja.
—No, tengo otras
cosas que hacer, tal vez los vea más tarde, si es que aun siguen aquí.
—Tenlo por seguro
—respondió. Al mismo tiempo se levanto y con pereza muy evidente, levanto el
“cartón” de cervezas.
—Te esperare toda
la vida si es necesario —dijo en voz muy alta el que era acusado de ser
acosador.
—¡Guey! —se quejo
Damián. Se hizo un silencio muy incomodo tras eso.
—Sólo fui honesto.
Un hombre de verdad no se avergüenza de sus sentimientos.
—Debería, debería.
—Mejor vigila no
tirar las cervezas, pinche Emmanuele, al que nadie le pidió su puta opinión
—enfatizo las últimas palabras.
—Si ya, pinche
nenita. Nos vemos pues, Beatriz.
—Hasta el rato.
Damián, Emmanuele, Germán y Alan —tan rápido como había llegado se fue. Solo
sacudió la mano en despedida y siguió andando.
—Vayan entrando,
pasen, pasen cabrones —dejo pasar a todos. Mientras hacía un muy burdo y torpe
intento de fingir que se demoraba cerrando la puerta, vio que Beatriz llegara a
su casa, y se metiera. Entonces cerró su reja y fue al encuentro con sus
amigos.
—¿Ya acabaste
pendejo?
—Para de mamar
—respondió Damián mientras abría su puerta y permitía que su trió de compinches
entrara a su hogar—. Tú no sabes que pedo, Germán.
—Tú eres el que se
hace bien pendejo —paso junto a él y cerró la puerta—, guey esperas a que
llegue a su casa, vienen juntos, son casi como muéganos y tú —al decirlo le
picoteo con el índice el pecho—. Tú eres el único pendejo que no se da cuenta
de lo que sucede.
—Guey si no la
quieres ya rolala…
—No mames, primero
te mato antes de que permitir que estés con ella Alan —respondió molesto el
chico y de un manotazo aparto a su otro amigo.
—Ya, no presionen
al muchacho —dijo Emmanuele. El ya estaba acomodado en el sillón, delante de la
pantalla, con un control en la mano y prendiendo la consola de videojuegos—. Él
sabe lo que hace…
—No mames. Si yo
tuviera a una mujer como Beatriz a mi lado, jamás la dejaría…
—Por eso estas solo
cabrón —el sonido del gas escapando de la botella fue la pausa “dramática”
justa—. Porque tú Alan, asfixias a la gente. Germán, Damián, ¿Gustan una
cerveza? —al decirlo acerco un par de botellas tamaño “caguama” a los
interpelados—. No están frías, pero saben ricas.
—Eres un mamón Emmai, estás viendo que hablamos de algo
serio con este cabrón y nos interrumpes —acto seguido, tomo una de las botellas
de cerveza y con un giro de dedos le quito la tapa.
—¡Guey deja de
hacer eso! Se ve de la verguisima —se quejo Damián con una mueca de repulsión y
temblando un poco.
—Para eso son los
callos hijo —respondió Germán sonriendo.
—¡Que pinche asco!
—Damián aun temblaba un poco por la escena —. A ver Alan, no mames, deja eso
donde estaba.
—¿Qué es?
¿Vomitaste en este lienzo? —se mofo mientras depositaba la obra en un rincón.
—¡Bah! Calla, que
son mejores que tus poemas para Beatriz —arremetió Damián. Si algo le molestaba
es que se metieran con sus amigos o con su arte, Alan hizo las dos cosas, así
que la venganza debía ser con más saña.
—Un hombre jamás se
avergonzara de sus sentimientos por una mujer —se defendió, en vano.
—Debería de
avergonzarse si no se es hombre y si más que amar hostiga a la mujer en
cuestión —respondió Emmanuele, sin siquiera quitar la vista de la pantalla—.
Echamos un marvel pa calentar ¿No? O
quieren que me los coja en call of niggas.
¡Decidan perras!
—¡Guey, estamos
tratando aquí algo serio! —se quejo Germán. Intencionalmente, empujo a Alan,
estrellándolo contra la pared. Todos se rieron, menos el lesionado, desde
luego.
—No estamos
tratando nada aquí —Damián recobro su humor—. Esto se acaba ahora —Se agacho a
un costado de la pantalla y saco varias cajitas de videojuegos.
—¡Me dolió pendejo!
—A todos nos vales
verga, ya, aprende a vivir con eso —le dijo Emmanuele—. Ok, que sea: Carreras,
peleas y disparos. Ya después repetimos o le variamos. Todo para calentar
¿Vale?
—Pinches ojetes —se
quejo Alan.
—Qué bueno que no
tienes juegos de esos de música, sería el colmo.
—¿Tú no dejas de
mamar jamás, eh Germán?
—Tranquilas,
bitchis —interrumpió Emmanuele el duelo inminente—. Juguemos y bebamos un rato.
Total, con suerte podremos llegar a algún punto en este tema, pero primero: a
relajarnos.
Como si se tratara
de una autoridad incuestionable, los otros tres muchachos dejaron de pelear o
quejarse, se acercaron al sillón, tomaron un control y una botella de cerveza.
Entonces, empezaron a jugar. Sin decir una cosa más relacionada, al amor entre
Damián y Beatriz o Alan.
La escena era la
misma de siempre, tan repetida, tan monótona, que ya sabía cómo terminaría
todo. Él llorando, recargado en su reja. Lo hace de esa manera que pocas veces
ha visto, no en otro hombre, sino en otra persona, en otro ser humano. Esta en
silencio, su cuerpo tiembla por la tristeza y la ira contenida. Las lágrimas
escurren a sus lados, siguiendo los caminos ya marcados de sus mejillas hasta
resbalar al piso y perderse en el cemento de la banqueta. Los puños cerrados,
la mirada agachada, los labios moviéndose despacio y profiriendo en voz baja
una letanía de maldiciones, que no se atreve a preguntar.
Se acerca
lentamente. No por miedo, sino porque no sabe qué hacer, que decir. Y eso la
asusta, que no sabe qué puede hacer para ayudarlo. La impotencia la mata, pocas
veces se encuentra de esa manera ante la duda, ante esa imponente y desgraciada
incertidumbre. Aun así, su valor es más grande que su miedo, aunque siempre
atribuya su valor a una increíble locura.
De manera que se
acerca. Da pasos cortitos, trata de no pisar ninguna hoja, de ser tan discreta
como el más diestro ladrón o el más diminuto ratón. Se pone a su lado, misión
cumplida, al menos hasta ese momento. El no deja de llorar, la mira sin
observarla. Sabedor de que esta allí, pero la ignora, no la hace partícipe de
ese momento, de ese trago amargo. Eso no le interesa a ella, por eso se
mantiene a su lado, en silencio. Él, presa de su dolor, se desparrama
lentamente por la verja metálica hasta chocar contra el piso. No le importa, se
muerde los labios con fuerza, sus colmillos se entierran tanto en su piel que
dos puntos de sangre pintan su pálida tez.
Ella en un acto
reflejo, se pone en cuclillas. No sabe qué hacer, que decir, no sabe nada. Así
que simplemente hace lo primero que se le ocurre. Lo abraza. Pasa sus brazos de
niña por encima de su cuello, lo acerca a su hombro y lo aprieta con fuerza,
con esa fuerza tan característica de quien te quiere. Aquella que parece
indestructible, pero que no te aprisiona, sino que te protege, que resguarda.
No le responde el gesto de afecto, no le importa. Ella lo abraza con más
fuerza. Esta vez, ella es la que pone su barbilla sobre el hombro del muchacho,
se muerde los labios por falta de palabras y una lágrima se le escapa. La
fugitiva huye entre algunos lunares, esquiva las arrugas por la mueca de llanto
y se libera al final de la barbilla, sólo para conocer su final en el hombro
del muchacho. Él da un respingo, imperceptible casi, de no ser porque ella lo
estaba abrazando. Se queda quieto, lo más parecido a abrazar una estatua,
piensa ella en un instante, de entre tantas cosas que pululan por su mente, esa
es la idea con la que se queda. Se hizo de piedra. Como si se tratara de un
hechizo roto, él berrea, aun tratando de contener el llanto, el chillido, no el
líquido. La abraza con fuerza, de la misma manera en que un niño asustado
abrazaría a su madre, y entonces, empieza a llorar “a moco tendido”.
Desesperado.
La luz de su
habitación la regresa a la realidad. Como si eso no fuera suficiente para
sacarla del mundo onírico, un cojín aterriza en su cara, con la dureza
suficiente como para perturbar su de por si accidentado despertar. El remate es
la risa, la burla maldita por la broma que le han hecho.
Beatriz se
incorpora lentamente. Agarra el cojín que resbala por su pecho hasta su cadera
y lo aprieta. Uno de los cojines de la sala. Al mirar a la puerta de su
habitación ya no hay nadie, el bromista se dio a la fuga. Qué bueno, si se
hubiese quedado lo pagaba caro. Lo saben todos sus hermanos, y por eso nunca se
quedan “al final del show”. Se estira como felina, incluso gruñe. Se deja caer
de nuevo en su cama y observa su techo, y reflexiona de ese sueño, de esa
escena.
—Realmente ha
pasado el tiempo —le dijo al viento, al techo o tal vez a ella misma.
—Pues sí, dormiste
mucho Beatriz, ya son las ocho —dijo un joven de facciones similares a Beatriz,
que pasaba por su cuarto.
—¡No te pregunte a
ti! —Contesto la muchacha, divertida por la intromisión de su hermano—. ¡Las
ocho, santa madre!
De un movimiento se
sienta en la orilla de su cama. Avienta el cojín a un lado y a tientas con los
pies busca sus zapatos. Se da unos pellizcos en las mejillas, para despertar
del todo. Con los zapatos medio puestos y la cara aun resintiendo el brusco
despertar y los pellizcos, se pone de pie y se encamina a la puerta principal,
lleva prisa, tiene que salir.
Entre ella y la
puerta se interpone otro joven, este, es sin duda otro hermano de Beatriz, sólo
que más joven que el anterior, aunque más grande que ella, al menos en tamaño.
—¿A dónde vas
Beatriz? —le pregunta, aun a sabiendas de la respuesta—. ¿Vas a ver a tu novio?
—Voy a la casa de
Damián —responde ella, ignorando olímpicamente la pregunta burlona.
—Por eso, a casa de
tú novio ¿No?
—Quítate, chango
—exige ella. Frunce el entrecejo y le mira molesta.
—Ya es noche, no
salgas.
—Voy a menos de una
cuadra, no es tan tarde y voy con un conocido. Difícilmente algo podría salir
mal —la muchacha pone sus manos en las caderas, y mira a los ojos a su hermano,
esperando desde luego una réplica. “Es
como un juego”. Piensa ella, teniendo en gran parte la razón en ello.
—Pasas demasiado
tiempo con ese artista de cuarta —el hermano se cruza de brazos y sonríe—,
hasta él se puede aburrir de ti si estas siempre a su lado.
—No lo creo —ahora,
ella es la que sonríe y se cruza de brazos, victoriosa—. No pasamos tanto
tiempo juntos, y aunque fuera cierto, ni él ni yo nos aburrimos de la compañía
del otro.
—Ya veo —él se hace
a un lado, sin desdibujar ni un poco la sonrisa de su rostro—. De cualquier
forma, no te matara no ir corriendo a buscarlo el día de hoy, ya podrías verlo
mañana…
—Quiero ir a jugar
play —aunque lo que decía era verdad, una parte de su ser supo que no era toda
la verdad. Se mordió el labio, por la confusión.
—Déjala ir ya
—detrás de ellos apareció otro joven, mayor
sin duda y que a diferencia del otro, se veía más maduro—, deja de ser
un hermano celoso, te ves mal y van a pensar que todos somos iguales.
—No son celos —se
defendió, aunque nada convencido.
—Vaya perdedor —el
mayor se puso en medio de sus hermanos menores—. No llegues tarde Beatriz,
aunque es aquí al lado, a mi no me agrada que llegues en la madrugada… aunque
el tipo te traiga.
—No, llegare a
buena hora, sólo iré un rato. Palabra.
—Nos preocupamos
por ti, y no me malinterpretes, aunque es muy tonto en lo social, pienso que
Damián es un buen tipo, pero… —el mayor suspiro y miro a su hermana. Sonrió
para sí mismo, y le acaricio la cabeza, como tantas veces había hecho en sus
vidas—. Te quiero, hermanita —al decirlo, dio dos pasos y abrió la puerta para
su hermana.
—Ya lo sé, par de
tontos —dijo Beatriz, sonriéndole a los dos, aunque sólo el mayor respondiera
ese gesto.
—Bueno, se acabo,
por ahora —el mayor cerro tras de sí la puerta—, ahora, antes de que te quejes,
toma en cuenta que negarle lo que quiere, sólo hará que lo desee con más
fuerza.
—Deja tus trucos
baratos para alguien más, Laguna. A mí lo único que no me gusta, es que ese
par, parece no entender a que están jugando.
—Ya supéralo, Chango. Beatriz ya ha tenido novios y
Damián ya ha tenido novias también —empezó a caminar, dejando atrás a su
hermano—. Aquí nadie está perdiendo su tiempo.
—Sólo ellos, que
optaron por ignorar lo que sucede entre los dos —dijo desafiante.
—De manera que esto
no ha terminado —dijo para sí el mayor, suspiro hondo y se dio la vuelta para
encarar a su hermano—. Tal vez no lo ignoran, sino que aun no son conscientes
de ello… aunque ya sabes, quizá sólo se trata de la amistad de años entre un
tipo que casi es de nuestra familia, y nuestra hermana —finalizo sarcástico.
—No puede ser que
estén tan apegados el uno al otro y no exista nada entre ambos.
—Te lo cuestionas
diario, Chango. Consíguete tu propia
vida ya, en vez de husmear en la de nuestra hermana. Además, de ser verdad que
hay algo, sólo el tiempo lo dirá. Sean dos días o sean veinte años, no importa.
—No creo que todo
el mundo esté de acuerdo con esa idea…
—No importa lo que
pensemos todos los demás, importa lo que ese par piensan. El día que se metan
eso en la cabeza, la dejaran en paz.
Con esas palabras
finaliza la discusión. Nunca se alzo la voz, por ninguna cabeza paso siquiera
la idea de proferir una grosería o agredir al contrario. No fue, desde ningún
enfoque, una discusión agitada o que llevara al límite, de su paciencia o
ideas, a ninguno de los dos. Aun así, se formo un silencio incomodo, como si se
hubieran dicho palabras impropias o se hubiese insultado el honor de alguno de
ellos. Tema difícil, sin duda. El amor de por sí lo era, y más si a la ecuación
sumas a un familiar y la incertidumbre.
Al momento que
Beatriz dejo atrás la puerta de su hogar, fue realmente salir a otro mundo, al
menos en parte. De toda su vida, estaba acostumbrada a estar rodeada de
hombres, ya fueran sus hermanos o sus amigos. No es que tuviera amigas, pero
realmente, era rara la ocasión que no estuviera un hombre a su lado o en el
mismo lugar que ella, la interacción con un varón era cosa que, desde hace
años, ya era inevitable.
Pese a ello, esos
momentos, aunque fueran pequeños instantes, de estar sola, los apreciaba mucho.
Aunque de su casa a la de Damián no se hiciera más de dos minutos, y eso a paso
de caracol, no importaba. Además, el plus era que se libro de la discusión
sobre “Ella y él”, que era, igual, inevitable muchas veces en su hogar.
Al llegar a la reja
de Damián, simplemente toco el timbre. Bien podía abrir y seguramente golpear
la puerta y a punta de grito pedir que le abrieran, pero no. La puerta queda entreabierta,
Damián asoma la cabeza por la puerta y sonríe al reconocer a la persona que
llama a su morada. Beatriz no puede evitar sonreír también y pensar “Esta borrachito”. No es que aprobara el
embrutecerse, pero como es bien sabido, el alcohol desinhibe, y en el caso de
Damián, era bien sabido que le vuelve una persona alegre, de bromas ingeniosas
y de palabras sinceras. Algo que es muy difícil de ver, al menos en él.
Pasa a su casa.
Para ser un lugar en la que la mayoría del tiempo hay hombres, no está tirada
ni nada por el estilo Damián se esmera mucho por mantener el orden en ausencia
de su madre. En la sala, delante de la pantalla están todos sentados. Riendo
fuerte, empujándose y haciendo chistes con connotaciones sexuales. Pese a lo
que se pueda pensar, son un grupo muy unido, al menos así los ve ella, más allá
de sus diferencias y disputas pasajeras. Los tres amigos le agradan, aunque
Alan a veces es incomodo, en el fondo incluso él le simpatiza. Aunque los
cuatro son opuestos, se complementan entre ellos. Además, desde el principio
fue aceptada en un grupo de hombres. No se trata de algo que hable de la
igualdad o equidad de género, no. Es simple, la aceptaron en un grupo al que no
pertenecía y ahora, es parte de ellos. Y la hace sentir bien que no sea sólo
por Damián, sino por parte de todos.
Se sienta entre
Emmanuel y Damián. Germán le ofrece cerveza, en un vaso desde luego, ella lo
rechaza cortésmente y entonces, el muchacho se la bebe de un solo golpe. “Borrachos y sus borracheras”. Emmanuel
se pone de pie, se va a la cocina. Alan no deja de mirarla y en su ebriedad
sonreírle de manera “coqueta y seductora”, ella también piensa que se ve
ridículo, pero no puede evitar que el muchacho haga su vana lucha. Emmanuel
vuelve y le da un vaso de refresco, ella le agradece por el detalle, ni Damián
la atiende tanto como él. Por fin, su amigo pierde, Germán lo ultrajo en el
juego, siempre es igual, pero al menos reconoce la tenacidad de Damián.
—¿Tú también vas a
jugar, no? —cuestiona Damián.
—Un rato sí, pero
sólo poquito.
—Ya mero nos vamos, Beatriz, así que no te
preocupes —dice Emmanuel sin quitar la vista de la pantalla—. Nosotros también
tenemos que llegar a nuestros hogares —un “K.O.” y las quejas de frustración de
Alan interrumpen sus palabras. Él sonríe satisfecho—. Te toca, Germán. Y tú
tranquila Beatriz, ahorita también te gano a ti también, nada más haz fila —Le
hace un guiño y se sumerge otra vez en la pantalla.
—Hombres —dice sin
evitar sonreír.
—Realmente estoy
nervioso por eso de ser tutor —suelta Damián, ni Beatriz esperaba eso.
—Estarás bien,
Damián, ya verás que sí.
—Estos pendejos
dicen que voy a hacer que repruebe la niña esa —lo dice con un tono de queja,
aunque su cara se mantiene igual, no le hubiera extrañado que lo dijera
haciendo pucheros.
—Lo que yo dije es
que la va confundir —interviene Germán—¡Guey no mames estaba distraído!
—Eso te pasa por
pendejo —responde Emmanuele triunfal.
—Yo le dije que
mejor le enseñara a vomitar sobre lienzos —dice Alan, fuera de lugar, como
siempre. No sólo por el momento de hacer la broma, sino porque es más ofensiva
que graciosa.
—Y aun tiene los
huevos para decirlo, con todo y que ya hemos leído más de la mitad de sus
“poemas”
—Velo como es mamón
que antes me mato para hacer las comillas a gusto —señala Germán.
—Hijo, hay que
estar siempre un paso delante —Responde él. “Es verdad, Emmanuele siempre
está en todo” piensa Beatriz. Puede estar en la plática, jugar y a su vez
mantenerse “cool”.
—Un hombre no debe…
—…Comportarse como
un pendejo —completa Emmanuele la frase de Alan—. Yo creo que tiene que probar,
total no pierde nada. Es una buena oportunidad y… ¡Combo bitch!
—¡Vete a la verga
pinche tramposo! —Germán le avienta el control a Damián.
—Estos gueyes no
ayudan —dice Damián, regresando de su mundo interno, por ayuda del golpe del
control. Beatriz todo ese tiempo se siente como si observara la vida silvestre
o algo parecido, se siente como una intrusa de repente, pero sólo porque no
está bebiendo—. Tú sabes lo que pienso, Beatriz, ya sabes cómo…
—Damián, tranquilo
—responde ella, con un tono materno bastante cargado de paciencia—. Todo va
salir bien, piensa que así será. Y aunque no lo sea, bueno, ya lo solucionaras
y yo te ayudare, despreocúpate un poquito ¿Va?
—Tiempo al tiempo
—dice Emmanuele—. Ahora, si quisieras acabar de escoger personajes para seguir
jugando, ya sabes, eso sería genial Damián.
—Tiempo —repite.
Estando y no estando en el lugar, escoge a sus personajes para seguir las
rondas de juego, pero no puede sacar de su cabeza la palabra. Hasta donde lo ha
llevado, esperar el tiempo. Juega de manera automática, sin poner mucha cabeza
en ello—. Supongo que ya veré que hago cuando este ahí, como siempre —dice
sonriendo. Realmente se lo dijo a Beatriz, aunque estén rodeados de más
personas.
—Exactamente
Damián, al menos ya lo estas entendiendo —dice ella complacida.
—Y espérate a que
se me quite la ebriedad —“amenaza”—. Entonces, sí que se va poner bueno este
pedo.
Pierde la ronda con
Emmanuele, se queja por lo bajo y le dice que se consiga una vida. No importa,
ahora sigue ella, seguro perderá también, Emmanuele tiene la suficiente
cortesía como para no dejarla ganar o darle un trato especial. Lo importante no
es eso, sino el hecho de que al menos, en el fondo, Damián sabe lo que tiene
que hacer. Al menos el Damián oculto, el que solamente aparece entre
borracheras y risotadas.
“Ya dirá el tiempo lo que sucederá”. Piensa
mientras alterna su mirada entre Damián y la pantalla de selección de
personajes. No son ideas de atadura, por el contrario, es una esperanza.
Y pensar así, la
reconforta.
Me encantan las situaciones que suted plantea en su historia, como va presentando poco a poco personajes carismáticos y da la sensación que podrían ser personas que conocerías en una escuela. Siga así.
ResponderBorrar