mayo 01, 2013

Simplemente-Capítulo Tres


Capitulo Tres: Tiempo.

Caminaban bajo el ardiente sol. Con toda la calma que pueden tener los jóvenes, sin prisas y sin presiones. Aunque en el fondo no fuera cierto, aunque su cabeza le diera mil vueltas a como estaba envuelto en un nuevo dilema, su caminar no le traicionaba. Ni siquiera el ajetreado ritmo de la ciudad capital era capaz de empujarlo de esa pereza, aparentemente natural y arraigada a su ser tanto como sus huesos o el color de sus ojos.

Se detuvo de repente y suspiro. Se rasco la cabeza, haciendo con sus dedos un espacio entre la jungla que conformaban las rastas para poder rascarse. Ella se detuvo, paciente, como pocas personas en esos días. Lo miro y no pudo evitar sonreír. Su cara y el gesto de preocupación y confusión era lo que le divertía. “No es un mal tipo, simplemente es un torpe para estas cosas”, pensó la joven que seguía mirándolo.

—No lo sé Beatriz, realmente no me agrada esto —rompió las cavilaciones de la morena con esas palabras—. Yo no soy tutor de mocosos y ni siquiera sé si seré capaz de ayudarla y enseñarle algo, ya sabes, soy universitario, no niñera…
—Ella no debe tener menos de catorce y tú tienes dieciocho, no es un bebe, es una adolescente. Además, te he visto cuando le explicas las cosas a Dafne, o incluso a mí —se le acerco y le puso una palma en el hombro. Por naturaleza, el chico la miro a los ojos en ese momento. Naturaleza humana y costumbre entre ellos—, eres un “maestro” paciente, que habla claro y que sabe de qué va este asunto. Créeme —le dio dos palmaditas y sonrió—, lo harás bien.
—Siempre me dices lo mismo, siempre me dices que me calme, que no me preocupe, que todo estará bien —el chico se irguió por completo, ahora, ella era la que buscaba su cara, para verle directo a los ojos.
—Y normalmente así es como suceden las cosas Damián —al decirlo, hizo a un lado un mechón de cabello que le tapaba el lado derecho del rostro—. Así te veo completo —dijo con su voz cantarina, sonriendo.
—Tú le quitas el drama a todo Beatriz —lo dijo como reproche, pero no pudo evitar sonreír—. Bueno… ¿Estarás conmigo en esto no? —su pregunta, dejaba ver no nada más su duda, sino un extraño temor. Incluso, su voz se le quebró un poco al preguntarlo.
—Por supuesto —se llevo la mano a la cadera, arqueo una de sus cejas y sonrió—. ¿Cuándo te he dejado solo Damián?
—Ni una vez, desde que te conozco —respondió aliviado el chico. Mágicamente, como si se tratara de un hechizo, el temor y la duda se esfumaron, como si jamás hubiesen estado allí. Era una locura, una mágica locura.
—Ándale, sigamos caminando que ya quiero llegar a mi casa —dijo la morena emprendiendo el paso, como si nada hubiese pasado. “Esta es su magia” pensó.
—Sí, vamos —dijo él. Sin darle más vueltas al asunto, simplemente, dejándose guiar.

No vivían lejos. Pese a ello, les gustaba caminar de regreso a sus hogares con paso tranquilo. Como siempre, Beatriz hablaba la mayoría del camino y Damián escuchaba atentamente y hacía las oportunas observaciones a cada cosa que ella le contaba. Se había convertido, desde hacía mucho tiempo, en una especie de ritual. No se trataba nada más de caminar de regreso a casa, sino de más cosas. Beatriz muchas veces estaba con Damián, eran muy unidos. Claro, no estaban siempre juntos, pero una gran parte de su tiempo lo pasaban en compañía el uno del otro. Simplemente, para ir a la universidad, cada uno tomaba su camino, pero el regreso, procuraban hacerlo juntos.

Al dar vuelta en una esquina, Damián miro a su amiga. Recordó en ese instante muchas cosas. Cuando se mudaron a este barrio, el porqué se cambiaron el y su madre, lo solo que se sentía, y el cómo un día de la nada su vecina, una niña morena y ágil se le acerco y empezó a juntarse con él. Al principio, renuente la alejaba, y ella igual de necia se mantenía a su lado. De la nada, se hicieron amigos. Ahora, en retrospectiva, le era difícil e incluso doloroso recordar esa etapa de su vida en que no “había” Beatriz. “Llegaste en el momento justo, sin duda” pensó mientras la observaba.

—¿Dónde estuviste toda mi vida? —parafraseo ese dialogo tan cliché de las películas, y quizá de la vida misma. No lo dijo ni siquiera en un tono de voz muy alto, incluso, podría decirse que se le escurrió de los labios el decirlo, en sacarlo fuera de su mente.
—A tu lado tonto —dijo ella sin siquiera voltear a verlo. Como si supiera que mirarlo, o detenerse no haría gran diferencia. “Lo importante esta en las palaras”. Pensó Damián al mirar a su amiga, y como ella ni se inmuto por el comentario ni por la respuesta—… ¿Damián? —Le preguntó ella y se detuvo para verlo a los ojos. El se detuvo en seco también y la miro confundido—. Otra vez en la luna ¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó, más al viento que a su amigo.
—¿Qué sucede? —cuestiono él a su vez. En parte para informarse y en otra para aterrizar nuevamente, para disipar “el sueño” de lo sucedido hace menos de un instante.
—Que te están esperando —al decirlo, con su mano señalaba hacía el portón de una casa que ya estaba entrada en años. En las rejas que guarecían el hogar, se encontraba un trió de muchachos sentados.
—¡Verga! —Al exclamar abrió grandes los ojos y se dio una palmada en la frente—. ¡Habíamos quedado de echar la reta y las chelas!
—Te va a ir muy mal —lo dijo con un tono burlón.
—¡Damián, no mames! —le grito uno de ellos al verlo acercarse—. ¿Qué pedo cabrón?
—No, es que tuve una complicación y…
—Hola Beatriz —dijo otro de ellos, poniéndose de pie rápidamente y atravesándose entre todos para ponerse delante de la chica. Se planto firme y le sonrió de una manera que él consideraba seductora, provocativa. Los demás, pensaban que se veía ridículo.
—Hola —dijo con cautela ella, incluso, dio un paso atrás y otro al lado de Damián.
—No mames, hazte pa’tras que la asustas —se quejo el muchacho a la vez que empujaba a su insistente amigo—. ¿Cuándo dejaras de ser tan acosador?
—Sólo la salude —se quejo el tipo mientras le daba un golpe a la mano que le empujaba.
—Eres un pendejo guey —dijo el último de los tres. Este ni siquiera se levanto, seguía sentado sobre una caja de cartón. Lo más que hizo fue estirar la mano, primero para chocar el puño con Damián y después para saludar a Beatriz, del mismo modo, chocando puños.
—Tus intervenciones aunque agresivas, siempre son bien recibidas —dijo la chica sonriendo, nuevamente ajena a todo lo negativo.
—Es un placer defender a una dama y poner en perspectiva a los tontos —dijo el sujeto, echando hacía atrás la cabeza—. ¿Ya podemos entrar? Han de estar tibias ya las chelas…
—Sí, claro —al decirlo saco de su bolsillo las llaves y abrió la reja, torpemente. “Muy Damián” pensó Beatriz, sin poder borrar la sonrisa de su rostro.
—¿No te quedas a echar la reta en el “3” —pregunto el tipo de la caja.
—No, tengo otras cosas que hacer, tal vez los vea más tarde, si es que aun siguen aquí.
—Tenlo por seguro —respondió. Al mismo tiempo se levanto y con pereza muy evidente, levanto el “cartón” de cervezas.
—Te esperare toda la vida si es necesario —dijo en voz muy alta el que era acusado de ser acosador.
—¡Guey! —se quejo Damián. Se hizo un silencio muy incomodo tras eso.
—Sólo fui honesto. Un hombre de verdad no se avergüenza de sus sentimientos.
—Debería, debería.
—Mejor vigila no tirar las cervezas, pinche Emmanuele, al que nadie le pidió su puta opinión —enfatizo las últimas palabras.
—Si ya, pinche nenita. Nos vemos pues, Beatriz.
—Hasta el rato. Damián, Emmanuele, Germán y Alan —tan rápido como había llegado se fue. Solo sacudió la mano en despedida y siguió andando.
—Vayan entrando, pasen, pasen cabrones —dejo pasar a todos. Mientras hacía un muy burdo y torpe intento de fingir que se demoraba cerrando la puerta, vio que Beatriz llegara a su casa, y se metiera. Entonces cerró su reja y fue al encuentro con sus amigos.
—¿Ya acabaste pendejo?
—Para de mamar —respondió Damián mientras abría su puerta y permitía que su trió de compinches entrara a su hogar—. Tú no sabes que pedo, Germán.
—Tú eres el que se hace bien pendejo —paso junto a él y cerró la puerta—, guey esperas a que llegue a su casa, vienen juntos, son casi como muéganos y tú —al decirlo le picoteo con el índice el pecho—. Tú eres el único pendejo que no se da cuenta de lo que sucede.
—Guey si no la quieres ya rolala…
—No mames, primero te mato antes de que permitir que estés con ella Alan —respondió molesto el chico y de un manotazo aparto a su otro amigo.
—Ya, no presionen al muchacho —dijo Emmanuele. El ya estaba acomodado en el sillón, delante de la pantalla, con un control en la mano y prendiendo la consola de videojuegos—. Él sabe lo que hace…
—No mames. Si yo tuviera a una mujer como Beatriz a mi lado, jamás la dejaría…
—Por eso estas solo cabrón —el sonido del gas escapando de la botella fue la pausa “dramática” justa—. Porque tú Alan, asfixias a la gente. Germán, Damián, ¿Gustan una cerveza? —al decirlo acerco un par de botellas tamaño “caguama” a los interpelados—. No están frías, pero saben ricas.
—Eres un mamón Emmai, estás viendo que hablamos de algo serio con este cabrón y nos interrumpes —acto seguido, tomo una de las botellas de cerveza y con un giro de dedos le quito la tapa.
—¡Guey deja de hacer eso! Se ve de la verguisima —se quejo Damián con una mueca de repulsión y temblando un poco.
—Para eso son los callos hijo —respondió Germán sonriendo.
—¡Que pinche asco! —Damián aun temblaba un poco por la escena —. A ver Alan, no mames, deja eso donde estaba.
—¿Qué es? ¿Vomitaste en este lienzo? —se mofo mientras depositaba la obra en un rincón.
—¡Bah! Calla, que son mejores que tus poemas para Beatriz —arremetió Damián. Si algo le molestaba es que se metieran con sus amigos o con su arte, Alan hizo las dos cosas, así que la venganza debía ser con más saña.
—Un hombre jamás se avergonzara de sus sentimientos por una mujer —se defendió, en vano.
—Debería de avergonzarse si no se es hombre y si más que amar hostiga a la mujer en cuestión —respondió Emmanuele, sin siquiera quitar la vista de la pantalla—. Echamos un marvel pa calentar ¿No? O quieren que me los coja en call of niggas. ¡Decidan perras!
—¡Guey, estamos tratando aquí algo serio! —se quejo Germán. Intencionalmente, empujo a Alan, estrellándolo contra la pared. Todos se rieron, menos el lesionado, desde luego.
—No estamos tratando nada aquí —Damián recobro su humor—. Esto se acaba ahora —Se agacho a un costado de la pantalla y saco varias cajitas de videojuegos.
—¡Me dolió pendejo!
—A todos nos vales verga, ya, aprende a vivir con eso —le dijo Emmanuele—. Ok, que sea: Carreras, peleas y disparos. Ya después repetimos o le variamos. Todo para calentar ¿Vale?
—Pinches ojetes —se quejo Alan.
—Qué bueno que no tienes juegos de esos de música, sería el colmo.
—¿Tú no dejas de mamar jamás, eh Germán?
—Tranquilas, bitchis —interrumpió Emmanuele el duelo inminente—. Juguemos y bebamos un rato. Total, con suerte podremos llegar a algún punto en este tema, pero primero: a relajarnos.

Como si se tratara de una autoridad incuestionable, los otros tres muchachos dejaron de pelear o quejarse, se acercaron al sillón, tomaron un control y una botella de cerveza. Entonces, empezaron a jugar. Sin decir una cosa más relacionada, al amor entre Damián y Beatriz o Alan.

La escena era la misma de siempre, tan repetida, tan monótona, que ya sabía cómo terminaría todo. Él llorando, recargado en su reja. Lo hace de esa manera que pocas veces ha visto, no en otro hombre, sino en otra persona, en otro ser humano. Esta en silencio, su cuerpo tiembla por la tristeza y la ira contenida. Las lágrimas escurren a sus lados, siguiendo los caminos ya marcados de sus mejillas hasta resbalar al piso y perderse en el cemento de la banqueta. Los puños cerrados, la mirada agachada, los labios moviéndose despacio y profiriendo en voz baja una letanía de maldiciones, que no se atreve a preguntar.

Se acerca lentamente. No por miedo, sino porque no sabe qué hacer, que decir. Y eso la asusta, que no sabe qué puede hacer para ayudarlo. La impotencia la mata, pocas veces se encuentra de esa manera ante la duda, ante esa imponente y desgraciada incertidumbre. Aun así, su valor es más grande que su miedo, aunque siempre atribuya su valor a una increíble locura.

De manera que se acerca. Da pasos cortitos, trata de no pisar ninguna hoja, de ser tan discreta como el más diestro ladrón o el más diminuto ratón. Se pone a su lado, misión cumplida, al menos hasta ese momento. El no deja de llorar, la mira sin observarla. Sabedor de que esta allí, pero la ignora, no la hace partícipe de ese momento, de ese trago amargo. Eso no le interesa a ella, por eso se mantiene a su lado, en silencio. Él, presa de su dolor, se desparrama lentamente por la verja metálica hasta chocar contra el piso. No le importa, se muerde los labios con fuerza, sus colmillos se entierran tanto en su piel que dos puntos de sangre pintan su pálida tez.

Ella en un acto reflejo, se pone en cuclillas. No sabe qué hacer, que decir, no sabe nada. Así que simplemente hace lo primero que se le ocurre. Lo abraza. Pasa sus brazos de niña por encima de su cuello, lo acerca a su hombro y lo aprieta con fuerza, con esa fuerza tan característica de quien te quiere. Aquella que parece indestructible, pero que no te aprisiona, sino que te protege, que resguarda. No le responde el gesto de afecto, no le importa. Ella lo abraza con más fuerza. Esta vez, ella es la que pone su barbilla sobre el hombro del muchacho, se muerde los labios por falta de palabras y una lágrima se le escapa. La fugitiva huye entre algunos lunares, esquiva las arrugas por la mueca de llanto y se libera al final de la barbilla, sólo para conocer su final en el hombro del muchacho. Él da un respingo, imperceptible casi, de no ser porque ella lo estaba abrazando. Se queda quieto, lo más parecido a abrazar una estatua, piensa ella en un instante, de entre tantas cosas que pululan por su mente, esa es la idea con la que se queda. Se hizo de piedra. Como si se tratara de un hechizo roto, él berrea, aun tratando de contener el llanto, el chillido, no el líquido. La abraza con fuerza, de la misma manera en que un niño asustado abrazaría a su madre, y entonces, empieza a llorar “a moco tendido”. Desesperado.

La luz de su habitación la regresa a la realidad. Como si eso no fuera suficiente para sacarla del mundo onírico, un cojín aterriza en su cara, con la dureza suficiente como para perturbar su de por si accidentado despertar. El remate es la risa, la burla maldita por la broma que le han hecho.

Beatriz se incorpora lentamente. Agarra el cojín que resbala por su pecho hasta su cadera y lo aprieta. Uno de los cojines de la sala. Al mirar a la puerta de su habitación ya no hay nadie, el bromista se dio a la fuga. Qué bueno, si se hubiese quedado lo pagaba caro. Lo saben todos sus hermanos, y por eso nunca se quedan “al final del show”. Se estira como felina, incluso gruñe. Se deja caer de nuevo en su cama y observa su techo, y reflexiona de ese sueño, de esa escena.

—Realmente ha pasado el tiempo —le dijo al viento, al techo o tal vez a ella misma.
—Pues sí, dormiste mucho Beatriz, ya son las ocho —dijo un joven de facciones similares a Beatriz, que pasaba por su cuarto.
—¡No te pregunte a ti! —Contesto la muchacha, divertida por la intromisión de su hermano—. ¡Las ocho, santa madre!

De un movimiento se sienta en la orilla de su cama. Avienta el cojín a un lado y a tientas con los pies busca sus zapatos. Se da unos pellizcos en las mejillas, para despertar del todo. Con los zapatos medio puestos y la cara aun resintiendo el brusco despertar y los pellizcos, se pone de pie y se encamina a la puerta principal, lleva prisa, tiene que salir.

Entre ella y la puerta se interpone otro joven, este, es sin duda otro hermano de Beatriz, sólo que más joven que el anterior, aunque más grande que ella, al menos en tamaño.

—¿A dónde vas Beatriz? —le pregunta, aun a sabiendas de la respuesta—. ¿Vas a ver a tu novio?
—Voy a la casa de Damián —responde ella, ignorando olímpicamente la pregunta burlona.
—Por eso, a casa de tú novio ¿No?
—Quítate, chango —exige ella. Frunce el entrecejo y le mira molesta.
—Ya es noche, no salgas.
—Voy a menos de una cuadra, no es tan tarde y voy con un conocido. Difícilmente algo podría salir mal —la muchacha pone sus manos en las caderas, y mira a los ojos a su hermano, esperando desde luego una réplica. “Es como un juego”. Piensa ella, teniendo en gran parte la razón en ello.
—Pasas demasiado tiempo con ese artista de cuarta —el hermano se cruza de brazos y sonríe—, hasta él se puede aburrir de ti si estas siempre a su lado.
—No lo creo —ahora, ella es la que sonríe y se cruza de brazos, victoriosa—. No pasamos tanto tiempo juntos, y aunque fuera cierto, ni él ni yo nos aburrimos de la compañía del otro.
—Ya veo —él se hace a un lado, sin desdibujar ni un poco la sonrisa de su rostro—. De cualquier forma, no te matara no ir corriendo a buscarlo el día de hoy, ya podrías verlo mañana…
—Quiero ir a jugar play —aunque lo que decía era verdad, una parte de su ser supo que no era toda la verdad. Se mordió el labio, por la confusión.
—Déjala ir ya —detrás de ellos apareció otro joven, mayor  sin duda y que a diferencia del otro, se veía más maduro—, deja de ser un hermano celoso, te ves mal y van a pensar que todos somos iguales.
—No son celos —se defendió, aunque nada convencido.
—Vaya perdedor —el mayor se puso en medio de sus hermanos menores—. No llegues tarde Beatriz, aunque es aquí al lado, a mi no me agrada que llegues en la madrugada… aunque el tipo te traiga.
—No, llegare a buena hora, sólo iré un rato. Palabra.
—Nos preocupamos por ti, y no me malinterpretes, aunque es muy tonto en lo social, pienso que Damián es un buen tipo, pero… —el mayor suspiro y miro a su hermana. Sonrió para sí mismo, y le acaricio la cabeza, como tantas veces había hecho en sus vidas—. Te quiero, hermanita —al decirlo, dio dos pasos y abrió la puerta para su hermana.
—Ya lo sé, par de tontos —dijo Beatriz, sonriéndole a los dos, aunque sólo el mayor respondiera ese gesto.
—Bueno, se acabo, por ahora —el mayor cerro tras de sí la puerta—, ahora, antes de que te quejes, toma en cuenta que negarle lo que quiere, sólo hará que lo desee con más fuerza.
—Deja tus trucos baratos para alguien más, Laguna. A mí lo único que no me gusta, es que ese par, parece no entender a que están jugando.
—Ya supéralo, Chango. Beatriz ya ha tenido novios y Damián ya ha tenido novias también —empezó a caminar, dejando atrás a su hermano—. Aquí nadie está perdiendo su tiempo.
—Sólo ellos, que optaron por ignorar lo que sucede entre los dos —dijo desafiante.
—De manera que esto no ha terminado —dijo para sí el mayor, suspiro hondo y se dio la vuelta para encarar a su hermano—. Tal vez no lo ignoran, sino que aun no son conscientes de ello… aunque ya sabes, quizá sólo se trata de la amistad de años entre un tipo que casi es de nuestra familia, y nuestra hermana —finalizo sarcástico.
—No puede ser que estén tan apegados el uno al otro y no exista nada entre ambos.
—Te lo cuestionas diario, Chango. Consíguete tu propia vida ya, en vez de husmear en la de nuestra hermana. Además, de ser verdad que hay algo, sólo el tiempo lo dirá. Sean dos días o sean veinte años, no importa.
—No creo que todo el mundo esté de acuerdo con esa idea…
—No importa lo que pensemos todos los demás, importa lo que ese par piensan. El día que se metan eso en la cabeza, la dejaran en paz.

Con esas palabras finaliza la discusión. Nunca se alzo la voz, por ninguna cabeza paso siquiera la idea de proferir una grosería o agredir al contrario. No fue, desde ningún enfoque, una discusión agitada o que llevara al límite, de su paciencia o ideas, a ninguno de los dos. Aun así, se formo un silencio incomodo, como si se hubieran dicho palabras impropias o se hubiese insultado el honor de alguno de ellos. Tema difícil, sin duda. El amor de por sí lo era, y más si a la ecuación sumas a un familiar y la incertidumbre.

Al momento que Beatriz dejo atrás la puerta de su hogar, fue realmente salir a otro mundo, al menos en parte. De toda su vida, estaba acostumbrada a estar rodeada de hombres, ya fueran sus hermanos o sus amigos. No es que tuviera amigas, pero realmente, era rara la ocasión que no estuviera un hombre a su lado o en el mismo lugar que ella, la interacción con un varón era cosa que, desde hace años, ya era inevitable.

Pese a ello, esos momentos, aunque fueran pequeños instantes, de estar sola, los apreciaba mucho. Aunque de su casa a la de Damián no se hiciera más de dos minutos, y eso a paso de caracol, no importaba. Además, el plus era que se libro de la discusión sobre “Ella y él”, que era, igual, inevitable muchas veces en su hogar.

Al llegar a la reja de Damián, simplemente toco el timbre. Bien podía abrir y seguramente golpear la puerta y a punta de grito pedir que le abrieran, pero no. La puerta queda entreabierta, Damián asoma la cabeza por la puerta y sonríe al reconocer a la persona que llama a su morada. Beatriz no puede evitar sonreír también y pensar “Esta borrachito”. No es que aprobara el embrutecerse, pero como es bien sabido, el alcohol desinhibe, y en el caso de Damián, era bien sabido que le vuelve una persona alegre, de bromas ingeniosas y de palabras sinceras. Algo que es muy difícil de ver, al menos en él.

Pasa a su casa. Para ser un lugar en la que la mayoría del tiempo hay hombres, no está tirada ni nada por el estilo Damián se esmera mucho por mantener el orden en ausencia de su madre. En la sala, delante de la pantalla están todos sentados. Riendo fuerte, empujándose y haciendo chistes con connotaciones sexuales. Pese a lo que se pueda pensar, son un grupo muy unido, al menos así los ve ella, más allá de sus diferencias y disputas pasajeras. Los tres amigos le agradan, aunque Alan a veces es incomodo, en el fondo incluso él le simpatiza. Aunque los cuatro son opuestos, se complementan entre ellos. Además, desde el principio fue aceptada en un grupo de hombres. No se trata de algo que hable de la igualdad o equidad de género, no. Es simple, la aceptaron en un grupo al que no pertenecía y ahora, es parte de ellos. Y la hace sentir bien que no sea sólo por Damián, sino por parte de todos.

Se sienta entre Emmanuel y Damián. Germán le ofrece cerveza, en un vaso desde luego, ella lo rechaza cortésmente y entonces, el muchacho se la bebe de un solo golpe. “Borrachos y sus borracheras”. Emmanuel se pone de pie, se va a la cocina. Alan no deja de mirarla y en su ebriedad sonreírle de manera “coqueta y seductora”, ella también piensa que se ve ridículo, pero no puede evitar que el muchacho haga su vana lucha. Emmanuel vuelve y le da un vaso de refresco, ella le agradece por el detalle, ni Damián la atiende tanto como él. Por fin, su amigo pierde, Germán lo ultrajo en el juego, siempre es igual, pero al menos reconoce la tenacidad de Damián.

—¿Tú también vas a jugar, no? —cuestiona Damián.
—Un rato sí, pero sólo poquito.
 —Ya mero nos vamos, Beatriz, así que no te preocupes —dice Emmanuel sin quitar la vista de la pantalla—. Nosotros también tenemos que llegar a nuestros hogares —un “K.O.” y las quejas de frustración de Alan interrumpen sus palabras. Él sonríe satisfecho—. Te toca, Germán. Y tú tranquila Beatriz, ahorita también te gano a ti también, nada más haz fila —Le hace un guiño y se sumerge otra vez en la pantalla.
—Hombres —dice sin evitar sonreír.
—Realmente estoy nervioso por eso de ser tutor —suelta Damián, ni Beatriz esperaba eso.
—Estarás bien, Damián, ya verás que sí.
—Estos pendejos dicen que voy a hacer que repruebe la niña esa —lo dice con un tono de queja, aunque su cara se mantiene igual, no le hubiera extrañado que lo dijera haciendo pucheros.
—Lo que yo dije es que la va confundir —interviene Germán—¡Guey no mames estaba distraído!
—Eso te pasa por pendejo —responde Emmanuele triunfal.
—Yo le dije que mejor le enseñara a vomitar sobre lienzos —dice Alan, fuera de lugar, como siempre. No sólo por el momento de hacer la broma, sino porque es más ofensiva que graciosa.
—Y aun tiene los huevos para decirlo, con todo y que ya hemos leído más de la mitad de sus “poemas”
—Velo como es mamón que antes me mato para hacer las comillas a gusto —señala Germán.
—Hijo, hay que estar siempre un paso delante —Responde él. “Es verdad, Emmanuele siempre está en todo” piensa Beatriz. Puede estar en la plática, jugar y a su vez mantenerse “cool”.
—Un hombre no debe…
—…Comportarse como un pendejo —completa Emmanuele la frase de Alan—. Yo creo que tiene que probar, total no pierde nada. Es una buena oportunidad y… ¡Combo bitch!
—¡Vete a la verga pinche tramposo! —Germán le avienta el control a Damián.
—Estos gueyes no ayudan —dice Damián, regresando de su mundo interno, por ayuda del golpe del control. Beatriz todo ese tiempo se siente como si observara la vida silvestre o algo parecido, se siente como una intrusa de repente, pero sólo porque no está bebiendo—. Tú sabes lo que pienso, Beatriz, ya sabes cómo…
—Damián, tranquilo —responde ella, con un tono materno bastante cargado de paciencia—. Todo va salir bien, piensa que así será. Y aunque no lo sea, bueno, ya lo solucionaras y yo te ayudare, despreocúpate un poquito ¿Va?
—Tiempo al tiempo —dice Emmanuele—. Ahora, si quisieras acabar de escoger personajes para seguir jugando, ya sabes, eso sería genial Damián.
—Tiempo —repite. Estando y no estando en el lugar, escoge a sus personajes para seguir las rondas de juego, pero no puede sacar de su cabeza la palabra. Hasta donde lo ha llevado, esperar el tiempo. Juega de manera automática, sin poner mucha cabeza en ello—. Supongo que ya veré que hago cuando este ahí, como siempre —dice sonriendo. Realmente se lo dijo a Beatriz, aunque estén rodeados de más personas.
—Exactamente Damián, al menos ya lo estas entendiendo —dice ella complacida.
—Y espérate a que se me quite la ebriedad —“amenaza”—. Entonces, sí que se va poner bueno este pedo.

Pierde la ronda con Emmanuele, se queja por lo bajo y le dice que se consiga una vida. No importa, ahora sigue ella, seguro perderá también, Emmanuele tiene la suficiente cortesía como para no dejarla ganar o darle un trato especial. Lo importante no es eso, sino el hecho de que al menos, en el fondo, Damián sabe lo que tiene que hacer. Al menos el Damián oculto, el que solamente aparece entre borracheras y risotadas.

Ya dirá el tiempo lo que sucederá”. Piensa mientras alterna su mirada entre Damián y la pantalla de selección de personajes. No son ideas de atadura, por el contrario, es una esperanza.

Y pensar así, la reconforta.

1 comentario:

  1. Me encantan las situaciones que suted plantea en su historia, como va presentando poco a poco personajes carismáticos y da la sensación que podrían ser personas que conocerías en una escuela. Siga así.

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