mayo 17, 2013

Simulacro- Capítulo Once: Ironía



La mañana comenzó de una manera pesada. Me dolía todo el cuerpo y sentía que había olvidado algo del día anterior, no recordaba haberme ido a dormir y sentía cierta sensación de mareo.

Una inesperada llamada de Ann me sacó de mi ensueño, me invitaba a comer y pedía que, de favor, invitara también a la chica que vivía en la habitación continua. Todo bien, solo había algo que me molestaba:

—Ann, una pregunta —dije interrumpiendo su rápida explicación de cosas que no me interesaban—. ¿Cómo conseguiste mi número?

—Ah, eso, es que tu número nunca cambia, es una constante —explicó como si fuera lo más normal del mundo aunque yo no entendí. Preferí no continuar insistiendo.

Termino de darme la dirección y la hora, que confirme varias veces y me dispuse a salir para avisarle a mi vecina, a quien no conocía, que había sido invitada a comer con una chica increíblemente excéntrica pero cuando abrí la puerta se escuchó un fuerte golpe, seguido de cosas cayendo al suelo y un sonido más fuerte, parecía ser que alguien se había estrellado contra mi puerta.

—¿Estás bien? —salí rápidamente y comencé a recoger por instinto los libros, simulando lo mismo que la chica que se veía apresurada al hacerlo—. Lo siento, debí abrir con menos fuerza —dije con pena.

—Fue mi culpa, la torre era tan grande que no veía —dijo ella con una radiante sonrisa— prometo no volver a hacerlo.

—Permíteme como compensación por derribarte el ayudarte a llevarlos —dije con orgullo masculino.

—No será mucho, vivo aquí junto —así que ella era a quien debía invitar— agradezco la ayuda.

—Demasiados libros en blanco ¿no? —comenté casualmente.

—¿En blanco? —Pareció sorprenderse de pronto, casi al borde de las lágrimas pero solo por unos segundos antes de recomponerse— Soy escritora de no ficción —respondió mecánicamente, como si fuera una excusa.

Cada libro estaba marcado con un rango ascendente y si cada libro era como los que habían caído abiertos entonces todos estarían en blanco ¿Por qué le afectaba tanto eso?

—Por cierto ¿Conoces a Ann? —Decidí hacerlo de una vez— quería verte para comer en la tarde— era tan extraño— También iré así que si me permites presentarme, soy Isaías y es un gusto conocerte.

—Sí, la conozco —respondió algo sorprendida— Mi nombre es Ivy, también es un gusto.

—¿Y en que te enfocas al escribir? —pregunté, más por educación que por interés.

—En esta ciudad —Ivy seguía dudando, como si fuera de suma importancia medir sus palabras, incluso volteaba a los lados como para asegurarse de que no la miraban— esta es una ciudad muy rara, no hay crimen pero hay unas cuantas personas que creemos que no es así realmente.

—Sí, ayer con Ann presencie algo— dudé un poco ¿Por qué tenía la sensación de que olvidaba algo?— raro pero no puedo decir qué, la verdad no lo recuerdo muy bien.

—Y mis libros antes no estaban en blanco, pero ya ni recuerdo lo que puse ahí —se veía bastante atormentada, pero en cuanto lo notaba recomponía esa sonrisa ensayada hasta la perfección— Honestamente no creo que tenga poder de cambiar nada.

—Probablemente no —admití— ¿Pero qué no el que desaparezca el crimen es algo bueno?

—No —su respuesta fue tajante—. Al menos no de la manera en que lo hace, algo me hace sentir como si solo lo metieran donde no podemos verlo.

—Quizá —no lo había pensado así— pero así podemos vivir más cómodos.

Ivy solo frunció el ceño con molestia.

—Gente desaparece, otra enloquece y hay quienes ni si quiera están seguros si están cuerdos o locos ¿Eso te parece correcto? —preguntó de pronto de una manera violenta.

—No, aunque no entiendo que tiene que ver con la ausencia de mal aquí —honestamente no lo entendía y no me agradaba como estaba tratándome, como si debiera saber más aunque apenas llegué.

—¿Por qué no piensas que estoy loca por decir que libros que estén en blanco no lo estaban el día anterior?

—No me pareces alguien que mentiría.

—Entonces si fuera más fea…

—No me refiero a eso, hablo de que no siento que tengas un motivo para decir que esos libros están escritos. Es como un presentimiento sin fundamentos reales, honestamente.

—Tus presentimientos me agradan —al fin, pareció contentarse— ¿Entonces por esos presentimientos confías en Ann?

—Eso es algo que no recuerdo —confesé— la noche anterior fue confusa.

—Sí, Ann tiene ese efecto en las personas —comentó ella—. También un día, de la nada, se acercó a mí y comenzó a hablar de cosas que no entendería hasta después.

—No recuerdo ni el tema que hablamos, lo siento —era extraño, no recordaba ni cómo había llegado a la ciudad el día anterior. Estaba seguro que me había ido de casa por problemas de popularidad después de tener problemas legales, que había llegado aquí el día de ayer y sabía a quienes había conocido ayer pero nada específico.

—Ann puede ver cosas —siguió hablando, ignorando mi comentario— cosas que las demás personas no pueden ver, ella sabe cosas que no debería saber de cada persona y utiliza esa habilidad para investigar lo que ocurre en esta ciudad.

—Como mi teléfono —agregué.

—Es como si ya todo lo tuviera planeado, como si ya lo hubiera visto antes —de pronto vino una idea a mi mente.

—Ella habló de constantes anteriormente, así que probablemente haya visto las cosas más de una vez — como el demonio de Laplace—. Si mi número era una constante, probablemente ella hable por las constantes que encuentra pero ¿Y si no estaba ella para notar lo que le faltaba? ¿No sería mala idea ponerse al frente? Si es una persona, que probablemente lo sea, quien está haciendo todo esto creo que debería protegerse más.

Ivy se iluminó de pronto, como si me volviera a reconocer.

—¿Cómo lograste conectar todo eso? No tiene mucho sentido —no esperaba que dijera eso.

Intente hacer memoria ¿Qué me había hecho pensar en el demonio de Laplace? ¿Por qué estaba pensando en realidades alternas? No lo recordaba.

—Este es otro presentimiento sin razones fuertes —confesé—. Solo siento saberlo.

La chica que estaba frente a mí se desanimó nuevamente.

—Será mejor que nos preparemos, gracias por la ayuda —Ivy entró a su habitación y yo hice lo mismo.

Comencé a prepararme, como me había dicho, pero nada me quitaba de la cabeza el supuesto peligro al que se exponía Ann, sentía como si ya hubiera visto lo que pasaba si se descuidaba. Ella tenía un chico que besaba el piso dónde ella caminaba, debería tener más aprecio por su propia vida.

Esa idea me carcomió durante el resto de la mañana.

—Me voy —pasé a avisar a la puerta de Ivy, pero aparentemente no estaba pues no obtuve respuesta alguna.

Los cambios anímicos de Ivy eran otra cosa que llamaba mi atención, era como si esperara algo de mí y cuando no decía lo que ella esperaba se molestaba conmigo. No la entendía, no parecía una mala persona pero me exasperaba un poco su manera de actuar ¿había alguien normal en esta ciudad?
Conforme caminaba, por una calle de adoquín exclusiva para peatones con negocios a ambos lados y cerca del punto de encuentro de Ann, las nubes se tornaban grises y se arremolinaban sobre la ciudad. Iba a llover y yo no llevaba un paraguas así que probablemente volvería pronto a mi habitación.

Caminaba sin poner mucha atención a las cosas, la ciudad era demasiado transitada y todos demasiado iguales, nada que llamara mi atención y tenía cosas más importantes en mente.

De pronto, algo llamó mi atención: una chica de estatura corta y vestida de una manera muy prestigiosa, un vestido negro con detalles bordados en oro pasó junto a mí y sentí como si el tiempo se detuviera.

—Esta vez llegas temprano —me susurró cuando estuvimos alineados.

—¿Mande? —pregunté, girándome.

La chica solo me miró, parecía consternada y su mirada reflejaba una profunda tristeza.

—Parece que no puedo deshacerme de ti al final —comentó al aire— Te confundí, lo siento, sigamos nuestro camino.

No respondí, estaba extrañado y confundido por tan raro personaje.

—Así es como debería de ser —volvió a decir antes de seguir su camino.

Cuando llegué al punto de encuentro ya todos estaban ahí: Ann, Oscar e Ivy.

—Isaías, momento perfecto, tenemos algo que decirte —Ann sonrió al verme y alzó la mano para indicar que me acercara, Oscar tenía cara de neutralidad e Ivy parecía disgustada. De alguna manera me parecía apropiado para los tres, para lo poco que los conocía.

—¿Qué deseabas decirme? —pregunté mientras tomaba asiento.

—¿Y si te dijera que las cosas no deberían ser de esta manera? —meció con cierta elegancia, y de manera subconsciente, la bebida en su vaso.

—Las cosas debieron de ser de otra manera pero tu manipulaste para que sucedieran tal como sucedieron ¿no? Usando tu cognición de otras posibilidades —comenté intuyendo a partir de lo que ya se me había ocurrido de la nada anteriormente.

 —No lo recuerdas, pero lo sabes y eso me facilita las cosas —dejo su vaso sobre la mesa y se inclinó— yo estoy opuesta a este tipo de intervenciones así que no fui yo la causante, fue una amiga con capacidades similares y que ahora es prisionera de su propia habilidad.

—Así que ella volvió a esta ciudad, una ciudad sin crimen —analicé— cambiando todas las posibilidades que traerían problemas, anulándolas. Eso también explica mis problemas de memoria —supuse que estaba enterada de mi conversación de Ivy, no necesitaba dar más explicaciones.
—Por lo tanto —complementó— más que desaparecer esas posibilidades, solo no las vivimos pero a partir del día de mañana desaparece esa capacidad de sus brazos, ella no es ningún demonio y por lo tanto lo más que puede hacer es que este día se repita una y otra vez, eso antes no estaba en sus capacidades y quiero saber quién le dio ese poder.

—¿Y esto a mí por qué me interesa? —pregunté.

—En primera, porque eres una constante, en cada posibilidad tú te relacionas mucho con ella. Podrías decir que su destino está entrelazado —se bebió de un trago el líquido cristalino de su vaso.

—¿y qué más? —pregunté con seriedad.

—Eres el culpable de que ella esté haciendo esto… —respondió de golpe pero fue interrumpida por el ruido de una silla correrse violentamente e Ivy se puso de pie.

—Isaías no es ningún culpable, porque esto no es malo ¿Qué tiene de malo un día eterno en donde nadie sufre? —Discutió, contradiciéndose de lo que me había dicho en la mañana— No pienso participar en desarmar por lo que ha sufrido tanto.

—ivy, espera —Oscar habló por primera vez—. Al menos para mí, no te ves muy feliz en este mundo.

Ivy lo ignoró y se marchó con molestia.

—Ella puede ver todas las realidades descartadas —comenzó a explicar Ann—, muchas veces has muerto intentando cambiar las cosas, otras más te has asesinado tú mismo después de que tus ideales de heroísmo se corrompieran y quedaran irreconocibles y unas más tú has decidido destruir la realidad pero ¿Sigues creyendo que lo mejor es ser amable? ¿Entregar todo por los demás? ¿Ser un héroe?

—No seré nada de eso, soy un hombre cualquiera —no entendí en qué momento se habían desviado a hablar de mi filosofía y me molestaba, eso hablaba mucho de mi antes de que ocurriera lo que me obligó a venir a esta ciudad.

—Y si pudieras cambiar el futuro ¿Qué clase de futuro elegirías? —Ann también se levantó y comenzó a buscar en su bolsa— Y si pudieras ver el futuro ¿Aceptarías llevarnos a una tragedia?

—Puede que nosotros estemos consientes de algo más pero ¿y todas las personas que son felices? —Pregunté— asumiendo que tuviera el poder que me dices ¿No sería egoísta el cambiar ese mundo solo por unos pocos que nos toca sufrir?

—¿Entonces estás con Ivy? —Parecía algo decepcionada— entonces se repetirán nuevamente las cosas. Adiós —sacó un paraguas de su bolsa y lo abrió, Oscar se lo quitó rápidamente de las manos y ambos avanzaron al tiempo que comenzó a llover.

—¿Por qué yo? —pregunté mientras se veían a lo lejos— Por qué no te buscas a alguien más dispuesto o con más capacidad de ayudar ¿Por qué me cargas toda la culpa a mí?
—Ya lo dije, eres el culpable —contestó Ann con frialdad— pregunta luego a Ivy cuantos ciclos han ocurrido y te darás cuenta de porque a ti.

También me puse en pie, molesto. Lo que me pedían era una locura ¿Cómo iba a decidir yo el futuro de todos? ¿Cómo me iba a codear con personas que cambiaban el tiempo a su beneficio? Y además, el que todos fueran felices, por lo menos en una ciudad, no estaba nada mal. Esa idea me agradaba, incluso si era de los que debían sufrir para lograrlo.

Aparentemente seguía siendo un mártir sin causa, aparentemente era lo que describió Ann.

Ya estaba caminando nuevamente por la calle de adoquines la lluvia parecía haber ahuyentado a toda la gente y cada vez me sentía más desanimado ¿Por qué me había afectado tanto? No debería poner atención a palabras de locos.

No supe cuándo pero deje de avanzar, me quede parado con la lluvia mojándome por completo, con la mente en blanco y los ánimos totalmente caídos.

Recuerdos vagos comenzaron a llegar a mi mente, de un pasado en el que venía aquí por gusto y no por los sucesos que me obligaran, dónde conocía a alguien y teníamos una relación feliz ¿Por qué imaginaba eso ahora? ¿Esa era la clase de felicidad que otorgaba esta ciudad? ¿Sólo olvidar los problemas? Conseguir nuevos recuerdos ¿Quería esta felicidad?

Me repetí mentalmente el huracán que había sido mi vida los últimos meses, no quería cambiar, eso me había cambiado y quería quedarme así.

La lluvia dejo de caer sobre mí pero aún se escuchaba ¿Qué pasaba? Alcé la mirada y vi a la chica de hace rato, mojándose por sostener su paraguas encima de mí.

—Una vez cuando el mundo se me venía encima, en este mismo instante me paré justo donde estás tú, en un día lluvioso del mes de Julio y un muchacho, caballeroso y amable, se acercó y me dio su paraguas a pesar de que él se mojaba —mencionó con voz melancólica—  yo...eso cambió mi manera de ver las cosas, ligeramente pero lo hizo y entonces no fui la misma. Eso me llevo hasta este punto donde estoy haciendo lo mismo por ti.

No le respondí, no parecía esperar respuesta.

—No eres el mismo que eras antes, también te cambió a ti y no lo recuerdas pero eso no importa, ahora te devuelvo el favor —me extendió la mano con el paraguas y lo recibí. Me sentí mal por ella y la cubrí con él.

—Podemos permanecer los dos debajo, si no te molesta estar algo cerca —le dije.

—Gracias, pero no podemos estar cerca, solo uno de los dos puede sentirse protegido a la vez —ella me dio la espalda y se fue— aunque parece que tenemos talento para encontrarnos miserables el uno al otro.

—Como si nuestros destinos estuvieran entrelazados —susurré, reflexionando en lo que había dicho Ann.
De pronto vi como las de lluvia gotas se suspendían en su lugar por unos segundos y al siguiente ella, la culpable de la ciudad sin crimen y los días infinitos, había desaparecido.

Se veía tan triste ¿Realmente era  justa esta felicidad artificial a costa de que ella pareciera que no conocía la felicidad? ¿Qué tanto había sacrificado por darnos esto? ¿Qué tanto había influenciado yo en esa decisión?

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