La semana se “resetea” mágicamente cada día lunes, cada principio de la
semana laboral, al menos para la mayoría. Damián como siempre había salido
corriendo de su casa. En una mano llevaba uno de esos licuados de sabores, uno
de piña coco, de sus favoritos. En la otra un sándwich de queso y jamón
mordisqueado ya más de la mitad y en el bolsillo una pera. Las rastas sueltas
le cubrían muchas veces la vista, no podía hacer nada hasta que acabara sus
alimentos. La playera desfajada, la chamarra de cuero más para el suelo que sobre
sus hombros, los pantalones rotos atorándose con varilla de alguna
construcción, los tenis antaño negros ahora grises… era un desastre total. Y le
encantaba. Todo era maravilloso, menos llegar tarde.
—Que onda pinche Bendito —le
saludo una voz femenina a su lado—. Dame un trago ¿No?
—Toma —de mala gana le cedió su yogurt.
—Eres un cielo pinche Bendito —de
un sorbo se bebió todo. Con una sonrisa, le regreso el envase vacio. Él lo tomo
y lo puso en su mochila—. Nunca puedes decirle que no a una mujer.
—Se que siempre tienes hambre, y no me gusta dejar a nadie sin comer
—arranco un pedazo de su sándwich y lo demás se lo dio a ella—. Pinche Julieta,
todavía te mamoneas.
—Gracias Bendito —la muchacha
tomo el alimento que se le ofrecía y le dio una buena mordida. Por como lo
devoraba, se podía inferir que lo que decía el muchacho de ella y sus hábitos
era cierto—. No es que siempre tenga hambre, es que no desayuno.
—Ya lo sé —respondió Damián. Suspiro y sonrió. Julieta le caía muy bien…
para ser mujer, para estar loca, para ser música, para estudiar psicología… —.
La lista no acaba —dijo en voz alta.
—¿De mis defectos? —dijo ella, como si nada. Le extendió la servilleta
en la que venía el emparedado. Él nuevamente la tomo y la guardo con la demás
basura— Soy un desmadre, ya lo sé, Bendito—la
sonrisa increíblemente blanca y engreída que le regalo lo dejaba claro.
—Lo peor es que te encanta.
—Así me quieren todos…
—Y los que no…
—¡Se chingan! —dijo la muchacha y choco los puños, enfundados en unos
guantes negros raidos y con los dedos libres, llenos de estoperoles además de
colores llamativos—. No todos podemos ser marihuanos como tú para andar en paz
con el mundo…
—Yo no fumo mota —dijo con tonó cansino, claramente no era ni la
primera, ni la última vez que le decían eso. Ella miro su cabello, luego
devolvió la mirada al rostro del joven y sonrió escéptica. Él no fue capaz de
contener el suspiro de resignación—. Una cosa no tiene que ver con la otra, a
ver qué día se hacen a la idea.
—No aguantas nada, pinche Bendito —la
muchacha se le acerco y le dio un empujón con sus caderas. Él a duras penas
aguanto el equilibrio para mantener su carrera.
—¡No ves que vamos tarde! —le reclamó.
—No sé como Bea aguanta tu
humor tan…
—Sabes que le caga que le digan así —interrumpió.
—Y tú, deberías notar que ella no está aquí y que te estás quedando
atrás.
La muchacha le dejó atrás. Él, no pudo evitar sonreír de nuevo y
acelerar su paso. Ya estaba cerca, pero no tanto como para aminorar o dar por
sentado que llegaba. Su vista de repente, como no queriendo, termino por
clavarse en el cinturón negro de estoperoles que llevaba sólo de adorno sobre
los pantalones negros entallados. Cinturón que cambiaba de lado en cada vaivén
de la cadera de la chica. Ella lo atrapo mirando y sonrió.
—Ay Bendito, eres igual a los
demás hombres. Sabes lo que quieres, lo que más añoras y no le quitas los ojos
de encima…
—Estas muy mal ¿Quién te pegó? —azuzado por el comentario, el muchacho
metió velocidad a su andar y se puso a la par de ella, para evitar futuras
miradas que se mal interpretaran, o se sobre entendieran.
—Si quieres luego te doy a probar un taco —al decirlo sonrió burlona
nuevamente y se dio una palmada en la cintura.
—No, gracias. Guárdate tus regalos para alguien que si los quiera
—respondió, sin evitar sonreír tampoco, después de todo, ese era su juego. Un
ligue que tenía de todo, menos magia, coqueteo y genuino deseo.
—Igual de apretadito que siempre —al decirlo meneo la cabeza en
negativa. Su pelo negro degrafilado se bamboleo de un lado a otro, otorgándole
una apariencia salvaje y sensual. Al final, todo regreso a su lugar, incluso el
fleco que tapaba el ojo izquierdo.
Sin más, siguieron su andar. Atravesaron la entrada principal a paso
raudo. Ya en el primer piso, disminuyeron su marcha, por el cansancio. En el
segundo piso, jadeaban como perros, sólo faltaba que sacaran la lengua y
anduvieran a cuatro patas. Al llegar a su piso, no les importo nada, caminaban con
tal pereza y con la respiración tan forzada que no pasaban desapercibidos para
nadie.
—No vuelvo a comer… y a correr —dijo la chica, sin evitar mostrar esa
sonrisa. Era como si todo en ella tuviera, no sólo un exceso de vida, sino que
además, fuera salvaje.
—El punk te sienta bien —dijo el muchacho al verla sonreír.
—Gracias Bendito —respondió de
manera sincera, dejando de lado toda sorna o jugueteo.
—Deja de verme —el muchacho aprovecho para tomar un hondo respiro y
reabastecerse de aire, estaba exhausto—. No estoy esperando que me digas nada
—se detuvieron delante de la puerta—. Cerrado, desde luego, llegamos tarde…
—Te toca entrar y abrirnos camino…
—Primero las damas, por favor —al decirlo, hizo una pequeña reverencia.
—Para esto si soy dama, claro. Lo haré sólo porque me alimentaste hoy,
si no, bien podías irte al carajo, Bendito.
—Deja de decirme así —fue más una súplica que petición.
—No. Me gusta mucho y va contigo —sin decir más, y sin dar tiempo a
replica, abrió la puerta—. Aquí vamos, Bendito.
—Sólo lo repites para molestarme ¿Verdad?
—Ya sabes que si Ben-di-to —la
muchacha le sonrió de manera picara. Pese a todo, Damián no pudo evitar sonreír
también.
Ivette caminaba hasta atrás del grupo de niñas. Nuevamente, subían las
escaleras rumbo al piso de psicología.
De nueva cuenta sentía todos los miembros de su cuerpo abotagados, el vacio en
el estomago, el mare repentino, incluso tenía presente como el color de su tez
la abandonaba para dar paso a ese tono pálido enfermo. Experimentaba un ataque
nervioso, como a ella le gustaba llamar a esto rasgos de ansiedad, nuevamente.
Mariana se relego adrede y se puso a su lado, paso su brazo por el de su amiga
para entrelazarlo. Ivette la miro con sus ojos asustados y el rostro hecho una
mueca nerviosa. Mariana la miro a los ojos, y le sonrió con dulzura. Sería
mentira decir que “mágicamente” se tranquilizo y halló la paz absoluta; empero,
tampoco se podría negar el efecto balsámico que tenían las miradas y las
sonrisas de Mariana en su ser. Por lo menos, se sintió más segura. Lo
suficiente como para hablar de nuevo.
—No sé si esto es buena idea —aventuro a decir en voz alta, tratando de
captar la atención de todas sus amigas.
—Créeme Ivette, es lo mejor —la Líder
se dio la vuelta y miro a la chica a los ojos—. Ese vago no tiene la cabeza
aquí, así que creo que hay que recordarle lo que hay que hacer y que dio su
palabra de ayudarte —resoplo molesta—. Ya que no podremos conocer chicos
mayores guapos, por lo menos que te ayuden a hacer este estúpido castigo —hizo
una pausa, para evaluar la reacción de las chicas. Entonces, prosiguió— ¡Pues
eso es esta tarea! Un castigo —sentencio mientras alzaba su índice diestro
entre su cara y la de Ivette.
—Damián tiene un algo que lo hace atractivo —dijo muy quedito Camila,
tentando a la suerte. Obviamente sus amigas la escucharon. La Líder se quedo petrificada, con todo y
su dedo alzado. Mariana se llevo una mano a la boca para contener una risita
nerviosa. Ivette la miro extrañada, realmente no esperaba que la conversación
llegara a ese punto… ni tampoco esperaba ese comentario por parte de Camila—.
Bueno, a mi me parece atractivo —dijo con decisión y con los colores en el
rostro.
—Si lo que te gusta es la mugre —respondió la Líder haciendo una mueca de asco—, pues, allá tú, Camila.
—Creo que tiene carisma —dijo Mariana, sonriendo, como siempre. Ni
siquiera para eso iba a dejar sola a Camila ¿O si lo encontraba “interesante”?
“¿Cómo saberlo?” Se cuestiono Ivette,
sin poder disimular su mirada inquisitiva.
—Esto va a empeorar antes de mejorar —dijo la Líder entre suspiros. Con raudo movimiento, chasqueo tres veces los
dedos y miro a sus amigas—. Como sea, démonos prisa o se acabara el receso.
—¿Qué te hace pensar que estará libre o a nuestra disposición?
—cuestiono Ivette.
—Que te hace pensar que no lo estará —fue la respuesta que le dio
Melissa.
Damián estaba recargado en la barda con sus audífonos puestos. Se había
gastado unos billetes en comprar esos audífonos. Grandes, con bluetooth,
compatibles con su celular y modelo, volumen sumamente aceptable, de un tamaño
vistoso (para dejar claro que si los usaba era para NO hablar con nadie) y
especiales para aislarle del ruido externo y mejorar la experiencia auditiva. “Dinero bien invertido” pensó para
consolarse. Julieta se le acerco y le dijo algo. No tenía idea de que habría
dicho, realmente no podía escucharla, al menos en eso no mentía la publicidad
de sus audífonos. Sólo podía ver como movía los labios y la manera en que se
enojaba más y más al no recibir respuesta.
Al ser ignorada de ese modo, la muchacha opto por pasar a lo físico.
Tomo uno de los audífonos y lo estiro lo más que lo permitía la diadema
metálica y entonces, lo soltó. Para brindarle así, un golpe seco en el oído a
Damián y una dulce venganza a ella.
—Eso me dolió —Damián lo dijo con calma. Sí, estaba molesto, pero no
podía culparla, después de todo, sí la estaba ignorando y eso, pues, era una
grosería para con cualquier persona.
—Lo lamento, pero ya te lo pensaras dos veces la próxima vez que me ignores,
cabrón.
—Sabemos que eso no es verdad —se puso los audífonos en el cuello y saco
el celular de su bolsa para pausar su música y salvar batería.
—Bueno, eso también es cierto. ¿Qué estabas escuchando?
—Queen —respondió de manera
seca, pues, ya sabía a dónde lo llevaría eso.
—¿Otra vez? ¡Por eso no sales de tus trabas en el bajo, Bendito! A ver… —con una mano lo sujeto
del cuello de su playera y lo acerco a ella. Con la otra saco su celular y
empezó a buscar en sus listas de reproducción.
—Julieta, estamos muy cerca —dijo el chico, no incomodo, sólo como si
fuera un mero comentario sobre el día. Cualquier cosa.
—Tranquilo, no me preocupa que trates de besarme, Bendito. Además, que yo sepa, Bea
no es celosa— aunque su comentario
era una broma, esta vez no sonrió. Se encontraba concentrada buscando en su
celular.
—Está bien, sólo suéltame —echa la petición, la chica se desentendió del
agarre, con ese mismo aire ausente. Damián se aliso la playera, y se acerco a
ella. Algo era cierto, los dos se sentían cómodos uno al lado del otro— ¿Puedo
saber que buscas?
—Unos grupos de punk que te
recomendé y que, claramente —enfatizo—, no has escuchado —de repente, alzo la
vista y le miro a los ojos. Esta vez, parecía confundida— ¿Por qué no estás con
Bea?
—Creí que no le tenías miedo —se burlo y por respuesta recibió un codazo
en el estomago. No fue violento, pero aun así, por reflejo se arqueo—. Caray,
que genio. No sé donde está. No siempre estamos juntos. Si lo has notado, ¿No?
—Eso no le quita lo raro —contesto nuevamente con su aire ausente y su
vista perdida en el teléfono.
—Sabes, Jules, realmente me
gusta de ti como te apasiona la música —Al decirlo, sonreía. A su peculiar
manera.
—No te pongas romántico ahora, Bendito.
Hay mucha gente aquí —pesé a sus palabras, no pudo evitar sonreír de una manera
boba y ruborizarse un poco.
—Eres una tonta, pero es enserio. Eso es algo que me hace respetarte,
que aparte de amar la música, te la tomas como algo serio. Es una cualidad
tuya, creo.
—Bueno, pues, gracias.
—Ahora no te pongas tú sentimental —dijo el muchacho sonriendo.
El grupo de chicas de secundaria los estaba viendo de lejos. No como si
los espiaran. Hicieron una parada para recuperar el aliento y armarse de valor
para plantarle cara al chico, si se le podía decir de ese modo. Ivette no sabía
porque sentía esa mezcla de sensaciones. Claramente esa era otra chica. Una
más.
—Con está, ya son tres —dijo la Líder,
completando la idea que estaba formando Ivette en su cabeza—. Vaya…
—Les dije que tiene carisma —dijo Mariana sonriendo. Orgullosa de estar
en lo cierto, al menos hasta ese momento.
—Es lo natural si estas en una carrera que más de la mitad de alumnos
son mujeres —intervino Camila.
—Bueno, entre más rápido vayamos, más rápido acabará esto.
—Ivette, vaya cambio de actitud. Te estás poniendo salvaje —la Líder no pudo evitar la nota de orgullo que acompaño
a sus palabras.
—Vamos al ataque ¡tigra!
—No me digas así, suena horrible. Además, sería tigresa, no tigra,
Mariana.
—¡Je! Un pequeño error le pasa a cualquiera.
—Vamos de una vez, antes de que se te escurra la valentía —La Líder tomo de la mano a Ivette. Está
tomó de la mano a Mariana y ella hizo lo propio con Camila—. Perfecto… ahora
parecemos más infantiles y miedosas de lo que ya nos veíamos —dijo frustrada.
—No pienso soltarte, a menos que me lo pidas —le dijo Mariana en voz
baja a Ivette.
—Gracias —fue lo único que pudo responder. No hacía falta decir más. Eso
era lo que sentía realmente: una inmensa gratitud.
Al ver a las cuatro niñas acercarse, su instinto le dijo que debía salir
corriendo como desesperado. Entonces, como un rayo, recordó la promesa que le
había hecho a Beatriz de ayudar a la niña. El miedo a lo desconocido;
representado por una niña de secundaria rubia, le hizo temblar las piernas. Se
forzó a recordar también, que le había dado su palabra a la niña de que la
ayudaría de manera incondicional, por aquello de la maqueta. “Estas hundido en la mierda, Damián.”
—¿Estas son fanáticas tuyas? —le
cuestiono Jules.
—¿Qué? —la pregunta le había regresado a la realidad. Un realidad en la
que estaba rodeado por cinco mujeres, que él, dudaba tuvieran una excelente
salud mental.
—No —respondió tajante Melissa—. Vinimos para hablar con él, no somos
sus grupies ni nada por el estilo.
—Me agrada esta niñita —dijo Jules
con algo de sarcasmo—. Tienes buen gusto para escoger la gente con la que
te codeas, Bendito.
—Lo que me faltaba —dijo resignado el muchacho.
—Nada más queríamos estar al pendiente de esto, eso es todo.
—Bueno, eso está un poco mejor, eh… —Damián miro a la niña con atención.
No recordó su nombre, sólo pudo sacar de su “archivo mental” que esa que habló
fue “La niña que es como Beatriz.”
— ¿Si podremos vernos en la tarde? —las palabras brotaron de la boca de
Ivette. Esta vez no se arrepintió de decir lo que sentía ni de cómo lo dijo. “Voy mejorando.”
—¡Hey, Bendito! —Jules le dio
un codazo de complicidad al muchacho.
—Jules, le estoy ayudando con
un proyecto de estadística.
—¡Números! —La chica se llevo las manos al estomago y fingió que
vomitaba. Mariana se rio con ganas, las demás sólo la miraron como un bicho
raro—. La idea de que era una cita me agradaba más.
—Ay… Sí. Te veré en la tarde, no tengo problemas y si lo recordaba.
—No es un proyecto —dijo Melissa de repente—. ¿Por qué le dijiste eso?
—Tarea o lo que sea ¿Qué más da? —pregunto él.
—No tiene importancia —respondió Ivette antes de que Melissa hablara de
nuevo—. Lo que importa es hacerlo.
—¿De dónde las sacaste, Bendito?
—Esto cada vez se pone peor. Es una larga historia, muy larga y no creo
que quieras oírla.
—¿Quién es está? —Melissa miro de la cabeza a los pies a Jules.
—Me llamo Julieta, pero para los amigos soy Jules. Soy amiga de Damián desde hace un tiempo, además de que
somos compañeros de carrera y de banda.
—¿De banda? —pregunto Camila. Incluso, salió detrás de Mariana.
—¡Claro! Bendito y yo estamos
en la misma banda. Yo soy guitarra y el bajo —al decirlo paso su brazo por los
hombros del chico y lo jalo hacía ella— ¿Cómo es que no lo sabían?
—Bueno, eso salió mejor de lo esperado —Damián lo dijo con total
sinceridad. Aunque no llevara tanto de conocer a Julieta, comparándolo con el
tiempo que llevaba con Beatriz, por ejemplo; sabía que la chica era de un modo salvaje. Todo se espero,
menos que respondiera de una manera tan cortés. “Bueno, después de todo no es Dafne—. No saben nada de eso porque
lo de la banda es irrelevante para lo de la estadística, por eso.
—Pienso que nunca está de más compartir lo que amas con los demás. Entre
más sean… ¡Mejor!
—Supongo… —Ahí estaba de nuevo. Una Julieta diferente. Una mujer
radiante, apasionada, incluso gentil y con ganas compartir su arte y mostrar
que tanto ama la música. “Todas están
locas…” Fue lo único que pudo concluir Damián.
—Nosotras somos amigas de Ivette —Mariana la señalo mientras hablaba—, y
bueno, queremos que se acabe esto lo antes posible y de la mejor manera. Yo soy
Mariana, ella es Camila y ella es Melissa. Mucho gusto.
—¿Van juntas a todos lados? —pregunto con genuina curiosidad Julieta.
—No siempre. Ahorita es para apoyarla más que nada.
—Eso está bastante bien —dijo sonriendo con dulzura Julieta.
—¡Hola! —Beatriz apareció detrás de sus compañeros. Al ver a las niñas
de secundaria sonrió con alegría y se les acerco rápidamente— ¿Qué hacen aquí
arriba?
—Hola Beatriz ¿Dónde estabas?
—Fui a comer algo, pero había mucha gente…
—¿Pues a donde fuiste?
—Bendito, fue por un helado,
tonto. ¿Cómo puede ser que pases tanto tiempo con ella y no sepas de su vicio?
Sólo en la Michoacana habría tanta
gente, eso y que no está aquí cerca precisamente.
—Julieta, deja de quemarme así —Beatriz le dio un pequeño empujón a la
otra chica. Ambas rieron. Incluso las niñas sonrieron. Sólo Damián se sintió de
repente al margen de ese extraño comportamiento femenino.
—Vinieron a recordarme que al rato teníamos una cita —sin darle tiempo
de hablar, fulmino con la mirada a Julieta—, sólo era eso.
—Ya le hiciste una broma ¿Verdad?
—No lo pude evitar, Beatriz. Ya sabes cómo es esto —la chica se encogió
de hombros y sonrió burlona.
—Nunca cambias, Julieta —pese a menear la cabeza de manera
desaprobatoria, su sonrisa decía otra cosa—. ¿Todo está en orden? —Esa pregunta
la dirigió a Ivette.
—Todo en orden —dijo Ivette de manera mecánica. Aunque la tranquilizaba
que Beatriz llegara, no podía sacudirse esa pequeña incertidumbre que le
provocaba toda la situación—, de hecho, ya nos íbamos —al decirlo, miro a sus tres amigas con una mezcla entre orden
y suplica.
—Deberías decirle de…
—No hay nada que decir, Melissa —zanjo el tema—. Nos vemos en un rato
—dejando de lado las sutilezas, empujo a Melissa para irse. En un parpadeo ya
estaban en las escaleras.
—Yo no soy el único que piensa que eso fue muy raro ¿Verdad?
—No eres el único, Bendito.
Damián y sus dos compañeras miraron alejarse a las niñas. Los tres
pensaban que ese impulso de irse había sido muy forzado. Además, estaba el
hecho de que la niña no quería decir algo. No podía ser malo, más bien, parecía
que no era de la incumbencia del “tutor” primerizo. Al menos, así lo hacía ver
Ivette.
—Debiste decirle —protesto Melissa—. ¡Deja de empujarme! ¡Me voy a caer
de las escaleras!
—No tiene porque saberlo, no es su problema.
—Si se comprometió a ayudarte, lo es —dijo Mariana. Tomo con delicadeza
las manos de Ivette para que dejara de empujar a la Líder. Camila se mantenía al margen, pero, asintió ante el
comentario de Mariana.
—Pero…
—La profesora sólo lo hace para joderte, Ivette. Date cuenta, cuando
supo que te ayudaría un alumno, pensó que mentías. Por eso intensifico el
castigo y puso más trabas en lo que te pedía…
—Yo también pienso que exige demasiado para algo que es “extra” —señalo
Mariana—. Esta vez, estoy de acuerdo con Melissa.
—Ya me las arreglare…
—Díselo —Camila se acerco a Ivette y se le paro enfrente. Tuvo que alzar
el rostro para verla a los ojos, pues estaba un escalón debajo de ella—. Deja
que él te ayude, para eso se comprometió. ¿De qué sirve si no lo dejas?
—Camila tiene razón —La Líder se
cruzo de brazos y miro a Ivette, esperando su respuesta.
—Mira, no pierdes nada con decirle que se puso más estricta la maestra,
nada malo puede salir de eso.
—Está bien —Ivette miro a cada una de sus amigas, y no pudo evitar poner
media sonrisa en su rostro —. Se lo diré —Las tres niñas le regresaron su
sonrisa, ahora, solamente quedaba esperar.
Cuando estas a la espera de algo, tal parece que el tiempo rompe lo
establecido y se mueve a placer, ya sea más lento a una velocidad trepidante.
En este caso, a Damián los minutos se le diluyeron como agua. Nuevamente estaba
parado, esperando. Esta vez al grupo se había unido Julieta, que estaba
perdiendo el tiempo hablando con Beatriz sobre, asombrosamente, cosas vánales
de chicas. “Supongo que a veces Beatriz
necesita estar con otras chicas”. No lo pensó de manera culpable. Su
amistad era muy grande, pero él sabía a la perfección que había cosas que él no
podía llenar.
Alcanzaba a escuchar frases al aire, cosas del tipo de “su última película no fue tan buena” también
tipo “¡Cual es su secreto para estar
así!”. Definitivamente, había espacios que no podía y no quería llenar de
su amistad con Beatriz.
—¿Damián? —Beatriz de repente ya estaba parada a su lado. Casi se cae
por el susto que le causo que lo sacara así de golpe de su mundo—. ¿Otra vez en
otro mundo?
—Sí, de hecho, ¿Qué pasa?
—Voy a ir a comprar un agua ¿Quieres que te traiga algo?
—¿Una torta?
—Damián —La chica frunció el seño—, me refiero a unas papas, un
refresco, o algo así.
—Unos panditas… y tú invitas ¿Si?
—¿Panditas, Bendito?
—Le gustan mucho —Beatriz respondió por el—. Compensa su amargura
comiendo muchas cosas dulces —al decirlo le pellizco una mejilla. No contenta,
se la estiro hasta que pareciera una sonrisa de locura su rostro—. Yo invito,
no te vayas a ir sin mi o sin las niñas.
—No —respondió seco. Aunque en el fondo, se alegraba de que comiera
panditas. “A veces sí que soy un tonto
sin remedio.” No pudo evitar sonreír al pensar eso.
—Esos son los detalles a los que me refiero, Bendito. Son esas cosas a las que deberías prestarles más atención
—Jules se sentó a su lado.
—No entiendo para que, no afecta mucho la amistad.
—Tú si estás bien perdido. Peor que con lo de la música…
—Ya vas a empezar —aunque el tono era cansino, la sonrisa lo
traicionaba. Era innegable, le encantaba hablar de música y más con Jules.
—Te salvo la campana —al decirlo señalo al frente. Las cuatro niñas
caminaban hacía ellos. Ivette al frente y detrás las demás. Al menos ahora
recordaba el nombre, por lo menos de la niña a la que iba a ayudar. Eso ya era
algo—. ¡Hola!
—Creo que ya nos habían visto, Jules.
Puedes ahorrarte el pararte y agitar los brazos.
—No creo que con sólo unos panditas se te quite lo apagado, Bendito —la chica se hizo a un lado el
flequillo azul y lo miro a los ojos. Probablemente sus ojos eran más
cautivadores que toda su locura. Esos ojos verdes, poseedores de una especie de
magia hipnótica.
—Hola —al llegar la primera en saludar fue la niña que siempre estaba
con Ivette, la Beatriz pequeña.
—Hola —Respondió Damián, aunque hizo el gesto de la mano para todas. Las
otras simplemente asintieron o saludaron igual, moviendo la mano—. ¿Todo listo?
—Hay algo que quería comentarte —dijo Ivette.
—No digas nada, Jules —todas
se petrificaron en ese instante. Julieta no dijo nada, de hecho, se quedo con
las palabras a punto de brotarle de los labios. Las otras niñas se pusieron
rígidas al instante. Ivette lo miro impresionada. No alzó la voz, no grito, ni
siquiera fue una orden, pero aun así, sus palabras transmitieron un poder que
aparentemente, nadie ahí conocía—. ¿De qué se trata? —cuestiono, para darle
fluidez al momento.
—Oh, sí —esta vez, la niña era la que parecía salir de un trance—. Es
sobre las cosas que quiere mi profesora en las que me ayudes. Aparentemente no
me creyó que consiguiera ayuda… tan rápido, y aumento la dificultad de la
tarea… aquí tengo anotado todo —de su mochila saco un cuaderno, hojeo un poco y
al final se lo entrego—. Es esto —le señalo con el dedo un párrafo. Claramente
era la letra de la maestra, se veía más cansada y menos cuidada que la demás
caligrafía del cuaderno.
—¿Es enserio? —cuestiono Damián, genuinamente incrédulo. Sólo recibió un
asentimiento de cabeza por parte de la niña—. No, esto es demasiado. Jules, quiero que veas esto.
—¿Por qué yo? —Dijo desganada y pataleo un poco… aun así, se puso de pie
y miro por encima del hombro de Damián—. Esto… esto lo estamos viendo nosotros
apenas —confeso boquiabierta. Incluso no se lo dijo a Damián, lo dijo para las
cuatro niñas.
—Exacto —Damián le dio el cuaderno a Ivette—. Quiero ir a ver a tu
maestra.
—¿Qué? —Ivette se puso pálida de golpe. No le gustaba hacía donde iba
esto.
—Eso, quiero hablar con tu maestra.
—¿Para qué? —quien pregunto fue Julieta, Ivette seguía pasmada.
—Para decirle que esto es mucho para ella. ¡A duras penas tú lo
entiendes! Imagina ahora ella que no ha pasado por la preparatoria y que no ha
tenido, seguro, una instrucción propia en la estadística.
—No tenías porque quemarme delante de ellas —dijo arrugando la boca—.
Pero no ganaras nada, la vas a meter en problemas.
—No voy a pelear, voy a ir a hablar con ella y razonar un poco, eso no
es malo. ¿Su maestra todavía está aquí? En la escuela —le pregunto a las otras
tres.
—Sí, debe estar en la sala de maestros —sólo Camila no estaba
paralizada. La Líder no daba crédito
a sus palabras ¿Para qué se va a meter
tanto? ¿Por qué ayudarla tanto? Mariana por su parte, lo miraba con otros
ojos, de algún modo, se sentía atraída—. Es por allá —señalo—. Puedo llevarte
—Que Camila no estuviera estupefacta, no implicaba que no se sintiera atraída
por la gallardía tan repentina del muchacho.
—No, debo ir con ella nada más, para que no se arme mucho alboroto
—Damián miro a Ivette. Todavía estaba asimilando la idea. La podía entender,
tenía miedo de que la metiera en problemas. Él la comprendía. No llevaban nada
de conocerse y le había presentado más quebraderos de cabeza que ayuda. Aun
así, no le parecía correcto enseñarle algo tan avanzado… sobre todo porque
sería difícil “Quiero evitarme más
problemas y la fatiga. Ya tengo bastante con ayudar a los de mi carrera que no
entienden, como para ser tutor de niñas.” —. Vamos, Ivette —al decirlo, le
puso una palma en el hombro. Sintió como la niña se erizo y lo miro a los ojos.
Por costumbre retiro la mano y se enderezo, aun así, no le aparto la mirada ni
cedió un poco en la decisión de ir a por la maestra—. Jules, quédate con las demás niñas y esperen a Beatriz. ¡Ah! Y que
nadie se coma mis panditas —Sin decir más, se echo a andar hacía donde le
habían indicado.
—Pendejo, como si le fuéramos a robar sus panditas —Jules les indico a las otras niñas que se sentaran junto a ella.
Cosa que hicieron, incluso la líder, aunque no tan cerca de ella—. ¿Saben?
Beatriz dice que el come muchos dulces para compensar su amargura en la vida.
—¿Es eso posible? —pregunto con sus ojos bien abierto Mariana. Jules no
pudo evitar sonreír.
—Conociendo a Damián, se ve que es raro. Todo puede ser posible y le
creo a Beatriz. Ella lleva más tiempo que nadie a su lado…
El salón de profesores no estaba lejos, pero se encontraba en las
entrañas del territorio de la secundaria. No le gustaba estar ahí, pero, quería
suavizar su carga. Supuso que al ver que la niña de verdad encontró el apoyo de
un alumno de mayor grado, suavizaría la exigencia del trabajo y todos podrían
vivir en paz.
¿Cómo podía salir mal?
Damián se acerco a la puerta. No toco. Dio por sentado que eso, era una
especie de sala-recepción y que no hacía falta. Viendo por la ventana, pudo
notar además que no había nadie en esa habitación. Movió la manija y cedió sin
esfuerzo. Lo que significaba que si había alguien ahí dentro. Paso sin más,
detrás de él, Ivette. Dejo que ella pasara al centro y cerro. Había más
cuartos. Esa sería la sala donde se sentaban a comer sus donas, beber su café y
chismorrear o quejarse de los alumnos. Los demás cuartos serían lugares para
trabajar o algo así. De manera que tendría que probar, uno por uno. “Al menos no son tantos”. Se consoló.
—Déjame probar —la niña se puso a su lado. Toco con fuerza la primera
puerta, tres veces. Se oyó como una silla se arrastraba, un par de pasos de
tacones y se abrió rebelando a una mujer de unos 35-40 años vestida con un
traje sastre café.
—¿Qué se te ofrece? —cuestiono la profesora. Damián miro a Ivette.
Esperaba que ella respondiera, que por lo menos dijera si era o no la
profesora. La niña se movió incomoda… pero asintió. Con eso le bastaba.
—Buenas tardes, yo soy Damián Quiroz, estudiante de psicología y estoy
ayudando a una de sus alumnas con un proyecto sobre estadística. A Ivette, en
concreto.
—Ya veo, de manera que tú eres el alumno que la va a ayudar —repitió la
maestra. Claramente no entendía porque ella tenía que conocer al muchacho. En
ese instante Damián sintió una punzada en el estomago. Normalmente, cuando
trataba con adultos que ostentaban un rango de poder, no podía dejar de pensar
que lo miraban “hacía abajo”, como si fuera idiota o inferior, o que no
necesitara ser tratado con respeto. Tenía ganas de asumir que la maestra era
una persona cruel y que debía él, ahora, tratarla del mismo modo. Se contuvo.
—¿Podría hablar con usted sobre los parámetros que le ha marcado a
Ivette para su proyecto?
—Oh, qué manera de expresarse —dijo la maestra. Damián tuvo que respirar
lentamente para no responderle—. Claro, adelante.
Damián se hizo a un lado para dejar que pasara primero Ivette “Vaya, un caballero” dijo la profesora.
Damián pasó y dejo la puerta abierta. “Esto
va terminar muy mal.” Fue lo que pensó, mientras tomaba asiento.
Beatriz llego un poco después de que se fueran Damián e Ivette. Encontró
a Julieta hablando muy animada con Camila y Mariana. Melissa fingía que no le
importaba, pero estaba muy atenta a lo que decían. “Típico, es una niñita orgullosa” pensó Beatriz y sonrió mientras meneaba
la cabeza.
—¿Y Damián? ¿Lo dejaste ir, Julieta?
—No se va tardar. Sólo fue a hablar con la profesora de Ivette. Dame mis
papas.
—¿Qué? —Pregunto Beatriz sorprendida.
—Que me des mis papas. Oye, yo si pague por ellas, no como el inútil del
Bendito.
—Eso no, tonta —Beatriz le dio sus papas—. Me refería a lo que fue a
hacer.
—Tonta —repitió Julieta—. Eres muy propia, Beatriz. A veces, siento que
eres una mamá joven —irónicamente, la chica la reprendía con esas
palabras—. Fue a hablar con la profesora
de Geografía. Deberías ver lo que le pidieron hacer. ¡Es lo que estamos viendo
en clase! —la parte divertida o que daba miedo, es que lo dijo con genuino
terror.
—¿Enserio? —pregunto Beatriz sorprendida. Perdiendo un poco su objetivo
en principio. Julieta asintió y se mordió el labio. Normalmente eso parecería
muy sexy, pero lo hizo con tal mueca de horror que desapareció todo encanto—.
¿Por qué? —pregunto al viento, aunque recibió respuesta.
—Es un castigo —respondió Melissa, como si fuera lo más evidente—. La
maestra está siendo cruel con Ivette por lo de la maqueta. También por las
veces que ha llegado tarde, cuando platica en clase. Sólo buscó un pretexto
para castigarla por todo eso.
—¿Qué? —Beatriz no daba crédito. No era raro, ella también tuvo malos
maestros, pero no entendía porque querría hacer eso.
—Tiene buenas calificaciones y un excelente promedio. Eso la vuelve
intocable normalmente, y aunque no es mala, la maestra de Geografía es muy
mamona —Melissa hizo énfasis en el “muy” de su explicación.
—No necesita más para pasarse —dijo molesta Julieta.
—Damián se va meter en problemas… mejor dicho, la va meter en un
problema —todas la miraron sorprendidas—. Se va dar cuenta de por qué lo está
haciendo, y no va cerrar la bocota.
—¿El Bendito? ¿Es neta?
—Es una persona exageradamente justa y honrada. Cuando vea que es una
“injusticia”, no se va querer quedar al margen.
—¡Y eso que! Si no es su problema…
—Ya lo es ahora —Beatriz ni siquiera dejo acabar a Julieta—. Te lo digo,
exageradamente justo y honrado. Va querer ayudar a costa de lo que sea.
—¿Qué hacemos? —pregunto Mariana. Todas miraron a Beatriz, esperando
respuesta.
—Eso es todo lo que le pido —dijo Damián con toda la calma que pudo—.
Que recapacite. Que lo que le está pidiendo a Ivette, es mucho.
—No creo que sea correcto que juzgues de incompetente a la niña —dijo
mordaz la profesora.
—No es eso lo que yo he dicho —respondió. Casi podía sentir como su
paciencia y buenos deseos se resquebrajaban—. Lo que he dicho, es que ella no
ha contado con la instrucción apropiada para estar a la altura de sus
exigencias. Sólo pido, que considere un proyecto más a la altura del momento en
el que esta Ivette, es decir, un
proyecto acorde para una niña que cursa la secundaria —enfatizo el grado
escolar.
—Mis exigencias son justas y con el tiempo y tutoría correcta, puede
hacerlo.
—Forzarla, no resolverá nada. Tampoco la tutoría ideal es la de un
alumno superior. Y mucho menos veo plausible que esto sea ya un proyecto
—sopeso si valía la pena decirlo. “Vámonos
al carajo”. Atino a pensar, antes de proseguir—, esto es un castigo y uno
muy, muy injusto.
—Ella tiene la capacidad…
—No el tiempo ni la enseñanza —la interrumpió Damián—. No hablamos de
algo tan difícil, pero requerirá mejor instrucción que la que yo le pueda dar.
Más si quiere estar a la altura de lo que le exige. Yo entiendo que usted, por
ser profesora de geografía, tiene los conocimientos y sabe manejar los datos y
no confundirse. Pero ella no ¿Es tan difícil de entender?
—¿Es tan difícil de entender que es mi dedición final? No hay nada que
puedas hacer —replico, triunfante.
—Corrupta —dijo en voz baja Damián. El odio que bullía en su cuerpo ya
se estaba liberando.
—¿Perdón? —Cuestiono la profesora, tajante.
—Corrupta —dijo fuerte y claro Damián, sin inmutarse siquiera—. Sólo
porque tiene el poder de hacerle la vida difícil a alguien más, sólo porque
retuerce a voluntad su poder, no significa que sea mejor que nadie.
—No pienso tolerar esta afrenta.
—Ni yo —Damián se puso de pie. De su bolsillo saco su cartera y de esta
su credencial. La planto de un manotazo en la mesa y la arrastro hasta la
profesora—. Ahí tiene todos mis datos. Mi matricula, mi incorporación, mi
ciclo, mi nombre y a qué carrera pertenezco. Si quiere hable con mi director de carrera, es más, vaya y dígale
que soy un niño malo —al decirlo extendió los brazo y torció el gesto—. Quiero
ver que puede hacer contra mí, que no estoy bajo su asqueroso poder —lo dijo
con tanto desprecio que incluso la profesora se conmociono.
—Tu director sabrá de mí, tú sabrás de mí y…
—Además de corrupta, cobarde —la interrumpió. Sabía que diría, estaba
claro. Antes de dejarla hablar poso los ojos en la niña. Era tan bajo que
sonreía porque le repugnaba en sobremanera. Era casi grosero ver lo baja que
era esa mujer—. Sabe dónde buscarme, no me voy a esconder de usted —Se puso de
pie y tomo del antebrazo a la niña—, ni de nadie. Reconsidere lo que le dije,
si no quiere, porque de eso se trata, si su capricho no le permite razonarlo,
está bien.
—No me hables de ese modo, muchachito.
—Yo hablo como se me da la gana —Damián la miro desafiante. Sabía que
siempre terminaba mal parado después de esos arranques, aun así, ni una sola
vez se había arrepentido de ello—. La gente que pierde el respeto, la gente que
se deja corromper, puede ser tratada por los demás como se les dé la gana.
—No me vengas a hablar desde una posición de moralidad más elevada. No
soy una niña para que me laves la cabeza con tus chismes de psicología.
—Además de todo, inculta —lo dijo con tanta ira y con tanta intención de
herir, que incluso el sintió que la boca se le llenaba de veneno—. Que tenga
buena tarde, profesora de geografía.
—Soy maestra —la mujer lo dijo molesta. Había dado en el clavo al
tratarla como una persona sin estudios.
—No creo que se haya ganado el grado, si es que lo ostenta.
Sin esperar replica alguna y en especial, cansado de pelear y teniendo
la cabeza más fría, Damián salió del cuarto y cerro tras de sí la puerta. La
profesora no movió un dedo para abrir de nuevo. De verdad había acabado, por
ahora.
—Te juro que te voy a ayudar —le dijo Damián sin mirarla. Ya estaba
empezando a sopesar en cuantos problemas se estaba metiendo. En cuanto tiempo
le iba a costar hacer lo que prometía. La manera en que su tranquilidad estaba
comprometida ahora. El que prácticamente se hubiera hecho una enemiga: gratis y
por nada. Y aun así—. Ella no va ganar —lo dijo en voz alta, convencido. Al
salir, Beatriz y las demás estaban justo enfrente.
—Damián… —no pudo continuar. Ella sabía lo que había hecho. Como no iba
a saberlo, lo conocía tan bien y él la conocía tan poco. Ahora entendía lo que
le dijo Julieta, estaba un poco más claro.
—Está hecho, Beatriz —le sonrió. No pudo evitarlo. La había cagado de
nuevo.
—¿Qué está hecho? —pregunto asustada Mariana.
—Le dijo de cosas a la de geografía —Ivette, pálida como muerta, rompió
su silencio—. No sé que va pasar.
—Ay, Damián —dijo Beatriz compungida. Se llevo una mano al pecho, la
misma en que llevaba las gomitas.
—Gracias —Damián le tendió la mano. La chica le puso los panditas en
ella. No pudo devolverle la sonrisa. Él no la culpo—. Saldremos de esta.
—No me lo digas a mí, díselo a ella —le respondió Beatriz.
—Saldremos de está —le dijo a Ivette, sólo que sin sonreír y con menos
esperanzas. “¿Verdad que es diferente?” Se
recrimino a sí mismo. Ahora sí que pensó todo lo que dijo. Cada palabra le
retumbo en la cabeza y se empezó a sentir desesperado. “Estas hundido, hasta el cuello.”
Miro sus gomitas, incluso las ganas del dulce se le esfumaron. Se los
dio a la niña, a la que, seguramente, más había perjudicado en vez de ayudarla.
No pudo sonreír, no encontró palabras, ni siquiera pudo verla a los ojos. Dejo
los panditas en la mano de la niña y se dio la vuelta para ver a Beatriz.
Quería decirle que lo ayudara. Tenía ganas de preguntarle que podía hacer.
De repente, se sintió muy solo y desesperado.
Um...soy Feel, Google bloqueo mi otra cuenta.
ResponderBorrarMe gusta mucho la personalidad de Damián y de Beatriz aunque siento que las niñas no han tenido oportunidad de sobresalir fuera de lo caracteristico de ellas.